La gran profecía. Perseus está en problemas. "Edward"

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Había sobrevivido a una Anfisbena; a los Pájaros del Estínfalo, aun cuando protegí a Tanya con mi cuerpo; a las Cazadoras de Artemisa; a los lobos y a los dioses del miedo y el terror; y finalmente a la batalla que se libró en la entrada del Laberinto.

Supongo que una batalla contra el señor de los titanes y su ejército no sería diferente, o eso espero. Charles Beckendorf se había ido esa mañana, con una bolsa llena de tarros de fuego griego y otra con duraznos, montando a Blackjack el pegaso negro, para encontrarse con Perseus Jackson y asaltar el Princesa Andrómeda, el crucero que tenía gran parte del ejército de Cronos, y volarlo en mil pedazos.

Las oceánidas nos habían informado que los intentos de Poseidón por hundir el barco habían fracasado. Al parecer, esta vez, el titán Océano no iba a permanecer neutral y protegía el barco de Cronos de los embates de Poseidón.

En el Campamento Mestizo se vivía un ambiente similar al del año pasado. Todos vigilantes, nunca desarmados y durmiendo con un ojo abierto. Tal vez el Laberinto ya no estuviera más en pie, pero no era la única forma de entrar al Campamento Mestizo y si Cronos descubría una, adiós vida.

Las reuniones con mis amigos se hacían cada vez menos frecuentes. Siempre le tocaba a más de uno estar de guardia, descansar o entrenarse para la batalla.

Sebastian Loveless se había perdido,
supuestamente se había escapado a mitad de la noche y nadie sabía por qué lo había hecho. Aunque Lurygon parecía tener cierto conocimiento de aquello, lo podía ver en sus ojos.

Dedicaba la otra parte de mí tiempo, cuando no estaba en deber o durmiendo, a observar a Tanya (observar es muy diferente a acosar). La razón por la que hago esto es que de verdad estoy enamorado de ella, cada día la veía salir de la cabaña de Afrodita, la observaba desayunar, entrenar y a veces cuando estaba de guardia.

El único momento donde no la acos... digo observaba, era cuando estaba con su novio, o sea el ochenta y cinco por ciento de su tiempo, no podía soportar la idea de que estuviera con otro y era para la única situación para la que no tenía una estrategia. Supongo que las habilidades de Atenea se limitaban a situaciones no sentimentales.

Mis amigos regresaron de su viaje a Europa y Hawaii. El viaje más triste de todos, dónde vas a visitar a tu familia sólo para decirles que probablemente estarías muerto para el fin del verano y el mundo
sería dominado por el titán del tiempo y sus hermanos.

Yo mismo fui a visitar a mi padre en nuestro pequeño departamento de Manhattan. Le conté acerca de dicha posibilidad de no volver a verlo, pero no parecía triste, no lloró, tampoco me suplicó que me
quedara con él o que regresáramos a Gales. No, mi padre siempre ha sido un hombre fuerte que pone el deber antes que las emociones.

—Edward, hijo— había dicho mi padre con un tono serio—. Lo primero y que nunca debes olvidar, es que te amo. Estuve orgullosos de ti desde el día que llegaste a mi puerta, cargado en una cesta por
el dios Bóreas. Atenea fue el amor de mi vida y siempre que te veo, la veo a ella: Eres listo, habilidoso y tienes sus mismos ojos...— una lágrima escapó por su rostro—. ¿Qué hacemos nosotros los Fitzgerald?

—Cumplimos con nuestro deber y mantenemos el honor— dije.

—Eso es correcto. Cumple con tu deber y pelea por salvar nuestro mundo.

— ¿Y él honor?— pregunté.

—Tú sabrás cuando llegue el momento— dijo mi padre—. Ahora, Edward Fitzgerald II, ve a salvar el mundo.

No es fácil ser un semidiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora