Me flechan Parte III. Me enamoro de la equivocada. "Lurygon"

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Esa noche después de la cena, la orden de Quirón fue que nos pusiéramos armadura y fuéramos bosque para la "sorpresa" de Quintus.

Había algo en el instructor de esgrima que me daba mala espina. No era sólo el hecho de que era un excelente espadachín y me venciera en cada ocasión; no, era algo más sombrío. Y no me vengan con eso de que estoy celoso por qué me Quintus patea mi trasero cada entrenamiento, existen muchas personas que son mejores con la espada que yo; por ejemplo Luke Castellan, Percy o Clarisse.

Me puse mi armadura de bronce y cuero, mis grebas en brazos y piernas y mi yelmo en forma de cabeza de dragón. Guardé mis cuchillos en fundas tras mi espalda y tomé el escudo de Aquiles que me regaló Hécate el invierno pasado. El escudo me recordaba las visiones que tuve acerca de mis amigos y nuestro linaje, éramos mucho más poderosos de lo que sabíamos.

La diosa Tetis vino a visitarme días después de que regresé de Canadá. Creí que querría quitarme el escudo para entregárselo a su otro hijo, Erik Rose, el novio de Tanya, quien tenía más derecho sobre él. Pero en su lugar, la diosa me felicitó y consideró digno de llevar escudo de su hijo, uno de los héroes más grandes. Tetis sólo pidió una cosa: que cuidara y honrara el escudo. Lo hice y la diosa quedó satisfecha.

Nos reunimos todos cerca del linde del bosque. Éramos ochenta aproximadamente, los únicos que quedaban de más de cien que éramos cuando llegué al Campamento Mestizo hace cuatro años.

Habíamos perdido a muchos campistas desde entonces: algunos habían muerto, otros se habían unido al ejército de Luke y otro simplemente habían desaparecido. Si el enemigo decidía invadir el Campamento Mestizo y de alguna manera rompía las barreras mágicas del árbol de Thalia, nos podíamos dar por muertos. No teníamos los números para rechazar un ejército tan grande como el que navegaba en el Princesa Andrómeda.

Quintus sostenía una antorcha y eso le daba un aspecto ligeramente sombrío, pues era de noche. Su perra del infierno, un enorme mastín negro del tamaño de un rinoceronte, estaba mordiendo un enorme yak rosado de goma. Su nombre era Señorita O'Leary y era la perra del infierno más cariñosa de todo el mundo, lo malo es que ese cariño siempre venía acompañado de mucha, mucha saliva de perro.

—Bien— dijo Quintus—. Reúnanse aquí.

Nuestro instructor también iba vestido con armadura griega. Su acento era como de un señor viejo de principios del siglo pasado.

—Estarán en equipos de dos.

Todos vitorearon y empezaron a elegir a sus amigos para hacer equipos. Antes de que pudiera alcanzar a James, Quintus continuó:

—Los cuales ya han sido asignados.

— ¡Awwww!— nos quejamos todos.

—El objetivo es simple: encontrar los laureles de oro sin morir. Están envueltos en una bolsa de seda que estará atada en la espalda de uno de los monstruos. Hay seis monstruos y todos tienen atada una bolsa, pero sólo uno tiene los laureles. Deben encontrarlo antes que los otros equipos. Por supuesto, tendrán que matar al monstruo para obtenerlo y seguir vivos.

Todos empezaron a murmurar. Me emocionaba la idea de tener algo sobre que descargar mi ira. No tenía interés alguno en ganar, yo sólo quería matar unos cuantos monstruos. Esperaba que no me tocara ese incompetente como pareja (hablo de Aldo).

—Ahora, anunciaré los equipos. No habrá cambios y no habrá quejas— sacó un rollo de papel y empezó a leer los nombres—. Charles Beckendorf y Silena Beauregard, Travis y Connor Stoll, Lee Fletcher y Clarisse La Rue, Joshua Turner y Mary Jane Campbell, Lorraine Watson y James Flowers, Edward Fitzgerald II y Tanya Zanetti, Aldo Bolton y Erik Rose, Sebastian Loveless y Alexa Wilson, Lurygon Harington y Gabrielle Tournesols...

No es fácil ser un semidiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora