Epílogo

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—¡Dylan, no corras! —ordena Beth persiguiéndolo con la pajarita en la mano.

—¡No me pillas! —se burla él sacándole la lengua mientras sigue huyendo de ella.

—¿Mami, me haces un lazo?

—Claro, Emma, ven a aquí —se da la vuelta para que pueda hacerle un bonito lazo en la parte de atrás del vestido—. Ya está. A ver, déjame ver lo guapa que estás.

Emma da una vuelta sobre sí misma con una amplia sonrisa, la falda de su vestido blanco se eleva como si de un tutú de ballet se tratase. Lleva también una diadema con pequeñas flores rosas, a conjunto con la cinturilla rosa de su vestido. Parece una princesa sacada de un cuento de hadas.

—Estás preciosa, Emma.

Un fuerte grito capta mi atención. Beth ha atrapado a Dylan y lo tiene preso entre sus brazos para poder ponerle la pajarita sobre el cuello de su camisa blanca, pero él se resiste con todas sus fuerzas. Patalea y grita mientras Beth lo amenaza con prender fuego a sus juguetes.

—¿Beth, qué hora es?

Con un brazo mantiene preso a Dylan y con el otro mira la hora en el reloj de su muñeca. Su cara cambia radicalmente al ver la hora, pasa del enfado que mi hijo le estaba causando al terror absoluto.

—¡Quedan veinte minutos para que la boda empiece! —exclama notablemente estresada y Dylan consigue escapar.

—¡Madre mía! Dylan, ponte la dichosa pajarita ya. ¡Vamos a llegar tarde! —grito cuando lo veo salir corriendo por el pasillo con algo en las manos—. Beth, ayúdame a abrocharme el vestido.

Beth me ayuda a ponerme el precioso vestido de boda que tanto tiempo nos llevó encontrar. Es sencillo pero elegante, ceñido en la zona superior, con escote en forma de corazón, y una falda voluminosa. Nos recorrimos muchísimas tiendas de vestidos de novia hasta dar con el vestido perfecto.

No sé qué habría hecho sin la ayuda de mi mejor amiga, que además ha sido la organizadora de la boda, ya que es a lo que se dedica. Tiene un don para organizar cualquier tipo de evento. Es la mejor en su trabajo, y encontrar mi vestido, al igual que planear toda la boda, es merito suyo.

—¿Dónde están mis zapatos?

—¿No estarán en la caja? —dice Beth mirando dentro sin mucha suerte—. Qué raro... Si yo no los he sacado de ahí.

—¿Cómo pueden haber desaparecido unos zapatos? —pregunto con ironía empezando a ponerme nerviosa—. ¿Emma, tú tampoco los has visto? ¿Sabes dónde están?

Ella niega con la cabeza mientras sigue mirándose en el espejo y dando vueltas para que su falda vuele. Entonces Dylan aparece de nuevo entrando por la puerta de mi habitación caminando con bastante dificultad, incluso tropieza al entrar.

—¡Mami, mira qué alto, soy como tú!

No me lo puedo creer...

¡Lleva mis tacones puestos!

—Dylan, los estaba buscando —le digo cruzándome de brazos—. Los necesito, así que quítatelos. Venga, por favor.

—Vale. ¡Toma, mami! —se los quita y los lanza en el aire con una sonrisa traviesa.

—¡Ten cuidado! —exclama Beth mientras se agacha a cogerlos y señala a Dylan con un tacón—. ¡Le pienso desmembrar el cuerpo a tu muñeco de Capitán América! ¡Te lo he avisado, pequeño diablo!

Después de amenazar a mi hijo y que este le haga una burla, me ayuda a ponerme los tacones. Una vez que estamos todos listos por fin, y después de conseguir ponerle a Dylan la pajarita, salimos de casa y Beth me ayuda a entrar en el coche.

Mi peor pesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora