Capítulo 2: Dulce venganza

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—Es que son tan...

—¿Sexys? —interrumpe mi mejor amiga al otro lado del teléfono.

Después de nuestra discusión por el mando de la televisión tenía que llamar a mi mejor amiga para desahogarme. No sé qué haría sin ella. No podría sobrevivir ni un segundo más con los gemelos.

—¡No! Bueno, puede... ¡Pero no me refería a eso! —exclamo con frustración.

La verdad es que los gemelos, además de ser los mayores idiotas que he conocido nunca, también son los más guapos. Sobre todo Darien, a pesar de su arrogancia, pero eso jamás lo admitiré en voz alta, ya que no puedo afirmar algo así cuando se trata de los chicos a los que tanto odio.

Mi orgullo nunca me lo permitiría.

—¿Te refieres a que son unos estúpidos idiotas inmaduros sin neuronas? Por no hablar de lo egocéntricos que son.

Mi amiga me lee la mente.

De verdad, en algunos momentos creo que es bruja o algo por el estilo, cosa que no me extrañaría de ella, siendo honesta. O quizás se deba a que nos conocemos tan bien que sabemos lo que la otra está pensando sin ni siquiera decir una sola palabra.

—¡Sí, los odio, Beth!

—Lo sé, Meg, lo sé. ¿Pero qué le vamos a hacer? Son los gemelos O'Brien, tienen demasiado ego, ya los conoces.

—¿Sabes qué, Beth? Necesito vengarme de ellos por todo lo que me han hecho pasar todos estos años... —digo maliciosamente mientras doy vueltas por mi habitación.

—Viven en tu casa, puedes vengarte fácilmente —afirma Beth—. Y ahora que lo dices... Ellos fueron los que repartieron esa foto en la que yo salía disfrazada de payaso por todo el instituto. ¡Estuvieron llamándome "payasa" todo el curso!

—Pero luego se la devolviste.

—Oh, sí... Sus cejas no son las mismas desde entonces... —dice mi amiga y no puedo evitar reír ante su comentario.

¡Fue épico verlos sin cejas!

Beth tuvo la brillante idea de poner crema depilatoria en las toallas que los gemelos utilizaban para secarse el sudor durante los partidos de fútbol del instituto.

Fue una auténtica locura.

Un jugador del equipo la pilló en el acto y tuvo que sobornarlo para que no la delatara. Estuvo haciéndole los deberes todo el curso, pero mereció la pena. Todo merece la pena con tal de vengarse de ese par de estúpidos, porque nunca nos quedaremos de brazos cruzados mientras soportamos sus jodidas bromas.

—¿Qué haces? —pregunto cambiando de tema mientras me siento sobre la cama.

—Nada, estoy en mi casa esperando a que alguien me salve de este horrible y solitario aburrimiento —responde y se me escapa una gran carcajada.

Beth siempre tan dramática.

—¿Te apetece ir al cine?

Hay un breve y extraño silencio al otro lado de la línea que me desconcierta. Seguro que está tramando algo. Y no será bueno.

—¿Sabes qué? Se me acaba de ocurrir algo mucho más divertido —habla por fin con un tono de voz malicioso.

Tengo miedo.

Beth es capaz de cualquier cosa.

—Pide unas pizzas, con mucho queso y sin picante, ya sabes que lo odio, y avisa a los gemelos —ordena—. Yo me encargo de lo demás. Nos vemos en diez minutos.

Mi peor pesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora