REGLA 59: UN DOCTOR BAILARÍN.

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Sábado. 16 días restantes para el examen de pediatría.

- Nunca me he subido a una moto. – Dijo. Sin embargo, no parecía para nada aterrada.

- Siempre hay una primera vez. – Dije mientras me colocaba el casco, sin importar que el elaborado peinado se arruinara.

- Tienes razón. – Sonrió.

Me subí sobre la moto, pero entonces recordé que solo tenía un casco. Me lo quité, se lo ofrecí, y tras ayudarla a subirse, arrancamos hacia cualquier lugar lejos de esa fiesta.

Tomé la carretera y aceleré un poco al notar la poca afluencia de vehículos que había en la vía. Perdí completamente la noción del tiempo y me concentré en la brisa fría que me hacía tiritar.

Un par de mujeres con vestidos de gala, sobre una moto, en la noche, a elevada velocidad, tras consumir alcohol. Creo que esto no es buena idea.

Antes de que me diera cuenta, me encontraba estacionando a la orilla de una playa. Si. Una playa. Lugar con agua salada y arena que se encuentra a 36,8 Km del colegio. ¿Cuánto tiempo estuve manejando?

- Esto es... - No noté cuando la chica se bajó de la moto. - ¡Increíble!

- ¿Qué hacemos aquí? – Aquellas palabras se escaparon solas de mi boca.

- No lo se, tu me secuestraste. – Reí. Ella es tan tierna y yo ni siquiera recuerdo su nombre.

- Yue. – La miré. – Yo nunca he estado en una playa. Mamá dice que se me dañará la piel si vengo a estos lugares. – Ella ve las cosas con tanto asombro, tal como una niña. Me recuerda a Tiana.

- Caminemos por la arena. – Sugerí mientras me quitaba los zapatos.

Y así fue. Caminé por una playa de cuyo nombre no tengo idea, con una recién conocida de cuyo nombre no tengo idea, con un vestido de cuya marca no tengo idea, pensando en nada y a la vez en todo, para llegar a la conclusión, de que las personas que estudian medicina y fracasan en el intento, no lo hacen debido a las exigencias de la profesión, sino porque se dan cuenta de que sus vidas no son lo suficientemente miserables como para regalárselas a otros que no sabrán valorarlas.

Si no fuera por la persona que me acompaña, jamás hubiera adivinado de dónde provenía aquella vibración que desde hace bastante tiempo me estaba incomodando.

- ¿No es ese tu teléfono? – Dijo y yo rebusqué dentro de mi bolso. Efectivamente.

- 72, 18 y 49. – Mencioné a medida de que deslizaba mi dedo por la pantalla táctil.

- ¿A qué te refieres? – Preguntó inocente al mismo tiempo que intentaba ver lo mismo que yo.

- 49 llamadas de Erick, 18 de Tomas y... - Fui interrumpida.

- ¿72 de Alek? ¿El rubio con el que estás molesta? – Parece sorprendida, pues sus ojos azules se abrieron lo suficiente como para dejarme observarlos a pesar de la poca iluminación.

- Si. El rubio que está molesto conmigo. – Aclaré. - ¿Tú no haz recibido llamadas?

- No lo se. Mi teléfono se apagó a mitad de la fiesta.

- Creo que deberíamos volver. Fue mala idea traerte aquí. – Medité. Acabo de secuestrar a una niña rica cuyo padre será el inversionista mayoritario de mi proyecto. Creo que mi sueño se vendrá abajo luego de esto.

CÓMO ESTUDIAR MEDICINA Y NO MORIR EN EL INTENTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora