CAPÍTULO 7

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Eliot

Los niños pequeños no es mi grupo favorito, niños entre cinco y ocho años son difíciles de controlar, les cuesta seguir la disciplina y alcanzar la concentración que necesita cualquier tipo de arte marcial. Además, que por su edad están aquí con sus madres, abuelas o cuidadoras que no hacen más que interrumpir mi clase con sus murmullos.

—Sin fotografías por favor, eso desconcentra a los niños —pido con mi mejor cara. Además, sé que algunas fotografías son de mi trasero. Algunas de las mujeres me dan una sonrisa coqueta lo que me parecen ridículo viniendo de señoras de cincuenta años, no tengo nada contra de la edad, pero creo que cada uno debería tener claros sus límites.

Termino la clase y los pequeños monstruos de van con sus cuidadoras y por fin dejo de sentirme un pedazo de carne expuesto a un grupo de canes. Tal vez exagero, y solo, tan solo puede caber la remota posibilidad que Dave tenga razón y me esté comportando como un amargado. Muevo la cabeza en desaprobación a mi propia idea, que el tonto de Dave tenga razón en algo lo hace escalofriante.

—Señora Turner, puede darme un minuto por favor —le pido a la madre de uno de los niños.

Drew es un pequeño de cinco años que lleva unos meses asistiendo a clases, pero cada vez le veo menos interés en las artes marciales y me he dado cuenta que su madre es quien más insiste que asista a ellas.

—Claro y llámame Alice —dice sonriendo. Solo alzo una ceja cuando de reojo la veo arreglar su blusa cuando me sigue a la oficina que los profesores usamos de vez en cuando.

—Adelante señora Turner —hago hincapié en el "señora".

No me gusta ese tipo de coqueteo tan descarado, pero tampoco soy de piedra, la mujer es guapa va en un jeans azul marino y una blusa azul, abre el botón de su escote así que puedo ver el inicio de sus senos y el borde de su brasier negro, su figura está bastante bien, buenas curvas, cintura pequeña y caderas anchas. Su cabello ondulado de un castaño rojizo, sus ojos claros y sus labios rellenos.

—Por favor, tome asiento.

—¿Sentarme? ¿Vamos a hablar?

—¿Perdón? —me hago el desentendido porque ¡diablos! Su hijo está esperándola y esta mujer piensa que la quiero seducir— Para eso le pedí venir. Para hablar de su hijo.

—¿Qué sucede con él? —pone el codo en el escritorio, así como dos de sus mejores atributos dándome una vista realmente privilegiada de la anatomía femenina.

Si digo que mis ojos no se desvían hacia las aparentemente turgentes montañas de piel blanca que se alzan con todo su poderío en este instante tendría una nariz más larga que pinocho diciendo la mejor o peor —depende el punto de vista— de las mentiras. La mujer sonríe por mi poco disimulado acto y se muerde el labio inferior. Y es ese gesto, sensual para la mayoría, el que hace que todo el calor que comenzaba a apoderarse de mi entre pierna se enfríe de golpe.

Caigo una vez más en la completa ignorancia del porqué las mujeres piensan que ese gesto puede hacer caer a un hombre rendido a sus pies. Tal vez tenga que ver ese sobre valorado libro donde el excéntrico millonario amante del sado pierde el control cada vez que su amada hace el sensual gesto. Pero no en todos los hombres surte ese deseado efecto y yo estoy en el pequeño grupo donde el gesto de morder el labio no nos mueve ni un solo pelo, y mucho menos cuando el sensual gesto es tan falso como los que me he encontrado este último tiempo.

Ese mismo gesto echo por cierto chico rubio viene a mi mente. Nathan también hace ese gesto de morder su labio inferior, pero a diferencia de las mujeres él lo hace cuando está aguantando las ganas de llorar.

Better Than Me.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora