Especial 2

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Especial 2

Janine.

Arrugo las malditas fotografías en mis puños y muerdo firmemente mi labio inferior para evitar que las lágrimas se escapen de mis ojos.

Maldito imbécil. ¡Como lo odio!

Lanzo todo lo que hay en mi escritorio y grito en frustración, la puerta de mi oficina se abre de par en par y Alanna entra empuñando su arma, ruedo los ojos y le grito que salga. Vuelvo la vista hasta mis pies y el rostro de esa mujerzuela saliendo del apartamento de soltero de Ronald se burla de mí.

Lo sabía, sabía que la otra noche, que no llegó a dormir a la mansión estaba con alguna de esas zorras que se pelean por meterse en su cama, en una cama que debería ser mía. Sacudo la cabeza sacando la ridícula idea; para Ronald yo no fui suficiente. Soy tan estúpida, caí como una idiota en las palabras bonitas de mi esposo y le entregué todo a pesar que había jurado no confiar en los hombres, no después de Bruce. Pero... Ronald con esos ojos verdes que me hacen estremecer me hizo caer en sus brazos solo para luego restregarme en la cara quien en verdad era; un maldito mujeriego. Para él no soy suficiente como para solo estar conmigo.

Limpio las estúpidas lágrimas que de igual manera salieron de mis ojos rodando por mis mejillas.

¡Eres tan estúpida Janine! ¿Por qué diablos lloras? –me pregunto a mí misma– ¿Porque Roland ha llegado al amante número cincuenta? Por lo menos la que descubres es el número cincuenta porque es más que seguro que el número sea mucho mayor.

Me levanto y me encamino al baño de mi oficina, me miro en el espejo y veo lo patética que soy, después, de más de diez años debería estar acostumbrada a toda esta porquería, pero no, no lo estoy. Amo a ese hombre como jamás pensé que podría hacerlo, pero no tanto como para compartirlo. Eso no lo haría. Suspiro y retoco mi maquillaje, hoy compraré esa hermosa pulsera de oro blanco que vi hace unos días.


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Observo con cuidado cada joya en mi caja fuerte, debo tener más de un millón de dólares en diamantes, esmeraldas y perlas, caras alhajas para adornar mis cuernos. Tomo en mi mano un anillo de brillantes, incrustado en oro rosado, adornado con una perla negra, a pesar que no recuerdo cuando compré el resto de las joyas, este si lo recuerdo a la perfección, este anillo fue el primero, el primero de mi rara manía por ocultar la infidelidad de Ronald con dinero. Daría todas ellas porque mi marido solo me quisiera.

Si solo tuviera el valor de mandar todo al carajo. Pero no, soy tan cobarde que prefiero estar en un matrimonio de mierda que enfrentar la realidad de las cosas. Ronald no me quiere. Nunca lo hizo.

Tocan la puerta de mi habitación y comienzo a guardar todo dentro de la caja fuerte, accedo a que entren y Jenny aparece en mi habitación.

—Señora, la cena ya está lista.

—¿Hay alguien más en la casa?

—El señor Jonás ya está en el comedor adjunto y el señor Ronald acaba de llegar —siento un nudo en el estómago con el solo oír el nombre de mi esposo y la rabia comienza a hacer paso en mí.

—Bajo en seguida —Jenny asiente y se retira. Tomo la pulsera que acabo de comprar y la pongo en mi muñeca, me quito la chaqueta y quedo solo en mi blusa de manga corta, quiero que la joya se luzca esta noche.

Entro en el comedor y como dijo Jenny tanto el señor Jonás como mi amado esposo están sentados, pero no veo a Nathan por ningún lado. Suspiro y camino hasta mi asiento, tengo que hacer algo con ese chico, no puedo permitir que alguien se entere que sale con un hombre. Es lo único que faltaba en mi vida, que mi hijo sea gay.

—Linda pulsera —Ronald, frente a mí, me mira con una ceja alzada.

—¿Te gusta? La acabo de comprar, tal vez mañana te llegue la factura —sonrío de la manera más cínica posible.

—Quiero cenar en paz, si es posible —el señor Jonás nos mira a ambos en advertencia y luego hace una señal para que sirvan la cena.

—¿Dónde está Nathan? Ya debería haber llegado de la universidad —pregunto.

—Nathan no tiene clases hoy, Janine —odio cuando se pone en plan padre responsable, me hace quedar como una perra.

—¿Y dónde está? —supongo que él lo sabe.

—No lo sé.

—Clarissa ¿Sabes dónde está mi nieto? —el señor Jonás parece cansado de nuestra ironía e interviene.

—El joven Nathan salió esta mañana, con Eliot —dejo la cuchara a medio camino cuando escucho eso, tengo que hacer algo respecto, Nathan no es gay, solo es la manera que tiene para fastidiarme porque al igual que Ronald ama joder mi existencia.

—¿Qué es eso, nana? —Ronald mira a Inés que lleva un gran paquete en sus manos.

—Acaba de llegar, es para Nathan, de tus padres, Janine.

—¿De mis padres...? Pero si ellos, bueno, su secretario, solo le envía algo para su cumpleaños.

—Hoy, es su cumpleaños —como si un balde de agua fría hubiera caído sobre nosotros, el señor Jonás, Roland y yo miramos a Inés de manera extrañada. Suspira negando y se va por el pasillo camino a las escaleras, seguramente para llevar el paquete a la habitación de Nathan.

Sin mirar a nadie, me levanto de la mesa, antes que las lágrimas aparezcan, subo las escaleras y entro en mi habitación cuando ya no las puedo ocultar más.

Soy una maldita perra. ¿Qué clase de madre olvida el cumpleaños de su hijo? ¡Nadie hace eso! Recuerdo muy bien el día en que nació, hace diecinueve años, estaba muerta de miedo por todo, por la manera en que fue concebido, por la extraña relación que tenía con Ronald, porque no sabía cómo ser madre, pero todas esas dudas se esfumaron en el momento que vi ese pequeño bebé junto a mí, su llanto, su suave piel, su olor, todo, absolutamente todo me enamoró, pero cuando abrió sus ojos y vi el mismo verde intenso de Ronald caí totalmente rendida a él. Mi bebé.

Por eso, el hecho de olvidar su cumpleaños, prácticamente el día más importante de mi vida me convierte en un ser inhumano. Y lo peor es, que esta, no es la primera vez que lo olvido, y siempre es por la misma razón; la infidelidad de Roland.

Me deslizo por la pared junto a la puerta y me dejo caer al suelo, me quito los tacones y los lanzo al otro lado de la habitación, elevo mis rodillas hasta mi pecho y dejó que todo salga. Mi horrible vida me golpea en la cara y me pregunto qué hubiese pasado si en vez de quedarme aquí cumpliendo mis deberes de esposa social como me lo ordenó mi madre, hubiera tomado a mi bebé y me hubiese ido muy lejos de aquí, lejos de esta asquerosa vida de apariencia donde tengo que fingir ser la más feliz de las mujeres, todo por el dinero. Todo sería mejor ¿verdad?, pero no, me quedé aquí solo por esa parte de mí que estúpidamente ama al hombre con quien me casé y que, a pesar del tiempo, aún espera el milagro de que él la quiera.

¿Cómo sería todo si lo mío con Ronald hubiese funcionado?

¿Si él me amara?

Sacudo la cabeza en negación. Ronald fue quien rompió lo que habíamos formado después que Nathan nació.

Fue él quien me traicionó 

Better Than Me.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora