7. Renuncia

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A la mañana siguiente, serví el jugo de naranja en un vaso grande y tomé un sorbo mientras sacudía la cabeza al ritmo de la música que descendía de mi iPod. Me había despertado antes de que saliera el sol, y luego me retorcí en el sillón de mi habitación hasta las ocho. Murmullos provinieron de la habitación de Isabella. Ella rió y luego se quedó en silencio unos minutos más, seguido por ruidos que me hicieron sentir un poco incómoda.

Odiaba que su habitación estuviera justo al lado de la mía. Así que tomé una ducha, esperando el sonido de que alguien despierto calmaría los gemidos de Darío e Isabella y los crujidos y los golpes contra la pared. Cuando salí de la ducha e intenté hacer ruido, me di cuenta de que ellos no estaban preocupados de quién los pudiera escuchar.

Me peiné, poniendo los ojos en blanco ante los gritos de Isabella, pareciendo una estrella porno.

Mi puerta sonó y agarré mi bata blanca y ajusté el cinturón, trotando a través de mi peinadora hacia la puerta. Los ruidos de la habitación de Isabella se detuvieron de inmediato y abrí la puerta para encontrarme con un Luciano sonriente.

—Buenos días. —dijo. — Al parecer los vecinos que tienes a tu lado la están pasando muy bien.

—Por lo menos se divierte más que yo. —Bromeé.

—Sí, bueno. El sexo mañanero es bueno para la energía. —Reímos.

Retiré mi pelo mojado hacia atrás con los dedos. — ¿Qué estás haciendo aquí?

—Quise traerte algo. —Dijo, sacando una caja brillante del bolsillo de la chaqueta—, Espero te guste.

Metí el dedo por debajo de la cinta en la parte inferior de la caja y luego retiré el papel, entregándoselo. Un collar de brillantes diamantes reposaba en la caja.

Sonrió. — ¿Te gusta?

—Por supuesto —dije sosteniendo el collar en frente de mi cara en admiración—, pero es demasiado. No tendrías porque regalarme nada, solo llevamos una semana saliendo y...

Hizo una mueca. —Pensé que dirías eso. Busqué de arriba a abajo toda la mañana por un regalo perfecto, y cuando lo vi, supe que sólo había un lugar donde debía pertenecer —dijo, tomándolo y colocándolo alrededor de mi cuello—. Y tenía razón. Se ve increíble en ti.

Sonreí. —Gracias, bebé.

—Me alegro que te guste. Tu familia tiene una joyería de diamantes aquí y estaba buscando uno diferente para poderte impresionar.

—Y sí que lo lograste, no me lo espera y mucho menos cuando no es mi cumpleaños.

Suspiré. Tomé su rostro entre mis manos

— Gracias. Es perfecto —le dije, besándolo rápidamente.

Me abrazó fuerte.

—Tengo que irme. Tengo un almuerzo con mis padres, pero te llamo después, ¿de acuerdo?

—Está bien. ¡Gracias! —Llamé detrás de él, mirándolo trotar por el pasillo.

Me apresuré de nuevo dentro de mi habitación. Y para mi sorpresa recibo un mensaje de Eiden.

Buenos días, ¿Podemos vernos? Quiero mostrarte que no soy un capullo como piensas.

No, no puedo.

Por favor.

No.

Pasaré por ti.

¿Qué? Ya te dije que no.

Entonces, paso por ti a las cuatro.

Que no.

Bajo el mismo cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora