25. Secretos.

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Salí de mi casa a fumarme un cigarrillo. Contemplaba las nubes cuando, de repente, escuché algo. Me sobresalté y enseguida eché mano a mi pistola. Temía que fuera una emboscada. Pero tras el tronco de un árbol surgieron sus ojos color cielo, penetrantes más que nunca. Solté un gemido al verla. Estaba muy pálida y se le marcaban las ojeras. Se notaba que había estado llorando y que no había dormido mucho.

Cuando me vio caminar hacia ella, tragó saliva algo nerviosa.

— ¿Qué haces aquí? —pregunté susurrando.

Alessia suspiró y desvió los ojos hacia el suelo.

—Mi papá acabó con la vida de Eric y eso me ha tenido mal.

—Sí, le cortó los frenos. —Admití.

Ella me echo la mirada más asesina que desconocía de ella.

— ¿Lo sabías?

Tragué saliva y asentí con la cabeza.

—Hijo de pu... —no terminó de hablar cuando ya me estaba golpeándome el pecho repetida veces, le tomé las manos. — ¡Dijimos que no íbamos a mentirnos más! ¡¿POR QUÉ NO ME LO DIJISTE?! —Me grita con lágrimas en los ojos. — ¿Por qué no me lo dijiste, Eiden? No deberíamos ocultarnos tanto secretos. Somos el uno para el otro. —Solloza. —Confío en ti, joder, me importas mucho. —Se libera de mi agarre.

No pude mirarla, no podía enfrentarme a la mirada azul de sus ojos.

—Alessia... —Intenté acercarme a ella, pero negó alzando una mano.

—Ahora no, Eiden. Deberías haber hablado antes.

Cerré los ojos ante la negativa. Miró a su alrededor y se dirigió a su coche.

— ¿Te vas? —pregunté con un hilo de voz.

Alessia no respondió, solo asintió y se subió a su coche arrancando el motor.

No me lo había dicho con palabras, pero se había acabado.


ALESSIA

Me arrullé entre las sábanas intentando conciliar el sueño. Ni siquiera el tacto aterciopelado de la tela era capaz de ayudarme. Sentí una punzada en el corazón al recordar el rostro de Eiden cuando le dejé allí desolado. Era lo que tenía que hacer, debía dejarle. Él tampoco pone de su parte, me miente, no quiere dejar de trabajar con Valerio y la verdad yo no estoy para tener una relación con un traficante.

Dejar a Eiden era lo correcto, sí. Tenía que repetírmelo, porque no estaba segura de que pudiera conseguirlo.

Me abracé a la almohada imaginando que era su cuerpo. La luz de los truenos alumbraba mi cuarto.

De repente, alguien entró en la habitación. Miré hacia la puerta, asustada. Una sombra caminaba hacia mí deprisa y no pude evitar pensar que había sucedido algo. Que a Eiden o alguien cercano le había pasado algo. Me incorporé antes de escuchar la voz de Isabella. Se inclinó en la cama y retiró mi cabello.

—Tienes que venir conmigo —musitó inquieta.

¿Qué había ocurrido? ¿Por qué quería que fuera? ¡Dios!, ¿y si Eiden había m...?

— ¿Qué pasa? —pregunté exaltada—. ¿Qué le ha pasado a Eiden?

Isabella cogió mi cara antes de que comenzara a llorar.

—Nada, no pasa nada, pero es urgente que vengas. Vamos, vístete. Ponte lo que sea —dijo antes de acercarse a la ventana como si le interesara ver cómo llovía.

Bajo el mismo cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora