34. De la noche a la mañana.

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No puedo ni pensarlo. Me aproximo más a ella y acaricio la piel desnuda de sus brazos. Se le eriza el vello y sus labios se separan.

Me inclino sobre ella y le susurro:

—Dime que no quieres volver a sentir mi tacto. —La cojo del cuello y deslizo las puntas de los dedos a lo largo de su clavícula.

Prácticamente está jadeando, incapaz de hablar. Me inclino todavía más, dejando sólo un centímetro de espacio entre su rostro y el mío. Siento la electricidad que recorre su piel; su leve zumbido nos distrae a ambos.

—Dime que no quieres que vuelva a besarte... —susurro, y se estremece—. Dímelo, Alessia. —la insto a pronunciar las palabras que no quiero oír saliendo de sus labios. Apenas la oigo cuando musita mi nombre, pero siento su aliento contra mis labios. — No puedes resistirte a mí, Alessia, del mismo modo que yo no puedo resistirme a ti. Quédate conmigo todo el día—le pido pegado a sus labios.

Ella aparta los ojos de los míos, mira hacia la puerta y se separa. Me vuelvo para ver qué ha provocado esa reacción en ella. No veo nada. Dice que tiene que irse.

—Joder —farfullo, y me paso la mano por el pelo—. Por favor, quédate. Quédate conmigo... Por favor, quédate. Te lo estoy suplicando, y yo no suplico, Alessia.

Me lamo los labios, atrapo su mano con la mía y las acerco ambas a mi boca. Ella inspira súbitamente y deslizo su mano por mis húmedos labios. Le tiembla cuando separo su dedo índice del resto y le mordisqueo con suavidad la yema. Gime por acto reflejo y, en cuanto lo hace, siento cómo mi polla da una sacudida contra el bóxer. Guío sus cálidas manos por mi cuello. Su tacto me resulta tan agradable que me nubla los sentidos. Lo único que me embriaga ahora es esta chica ojos cielo, sexi y testaruda.

Al cabo de unos segundos de silencio decido hablar. Tengo curiosidad y estoy cachondo, y pienso divertirme con ella. Vuelvo a cogerle la mano.

— ¿Quieres hacerlo?

—Eiden.

—Shhh, solo es una pregunta. Veo cómo te sonrojas, y oigo cómo se altera tu respiración.

—No estoy de ánimos. —susurra aún mirándome. — No quiero terminar contigo, Eiden, pero me vuelves loca y me lo pones difícil. Sabes que te quiero, y... no, no quiero tener sexo contigo. Ahora no, ¿Qué te pasa? ¿Cuál es tu problema? —Se aparta de mí y se dirige a la puerta. — Tengo más de cien mensajes de mi mamá, Anastasia y Matteo queriendo saber donde estoy y lo único que se te ocurre es, que quieres tener sexo justo ahora, joder.

Abre la puerta e Isabella está con los puños al aire seguro iba a tocar la puerta.

—Espero que no esté interrumpiendo nada. —Dice ella.

—No interrumpes nada, —le responde Alessia de mala manera. — Aquí está tu amiguito del alma para que puedas contarle otro secreto. —Rodé los ojos, Alessia recoge su bolso y sale por la puerta pero, Isabella la coge de la muñeca. —Soltadme.

—Hablemos. —dijo Isabella.

—No tenemos absolutamente nada de que hablar.

— ¿Por qué estás tan cabreada?

Alessia se suelta de su agarre y con esa misma mano la señala con el dedo. — Y todavía lo preguntas, eres igual que él. —Me señala. — Me ocultas tantas mierdas y no me dices nada, ¿Por qué? Siempre termino enterándome por los demás que por ti. Como lo tuyo con Jace, y ahora la golpiza que te dio Darío, ¿Y sabes qué? Eiden siempre lo sabe. Como si yo fuera una extraña o tu peor enemiga.

—Alessia... —Empezó Isabella.

—Vas a decirme que estoy equivocada. —replica.

Isabella cierra los ojos y lo abre antes de hablar. — ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué lo lamento? —se encogió de hombros. — Bueno, pues, lo lamento.

Bajo el mismo cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora