CAPÍTULO 2

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Miro de nuevo mi teléfono y exhalo fastidiada, ha pasado casi una hora y nada ha cambiado. No puedo siquiera distinguir la zona en la que estoy. Esto está muy mal.

"Podrías estar en tu cama durmiendo" —me recuerda mi subconciente.

Abrazo el volante mientras observo la lluvia golpear el parabrisas. Los minutos pasan y cuando levanto la cara, diviso a alguien saliendo de una calle estrecha metros adelante. Tiene la capucha de la sudara puesta y por la oscuridad no se me permite ver su rostro pero estoy segura que se trata de un hombre que camina muy apresurado.

No me extraña que quiera huir de esta lluvia –pienso mientras suspiro y me recargo en el asiento. Esto tardará un poco más.

El sonido de un motor hace que mire por el retrovisor, un vehículo pasa junto al mío y frena bruscamente justo en frente, las puertas se abren y dos hombres bastante grandes bajan. Fácilmente los confundiría con esos que cuidan las entradas en un club. Intimidantes a mi parecer. Los músculos se les notan bajo la ropa, la cual se les pega de inmediato al terminar empapados con la incesante lluvia.

No puedo evitar observar como ambos se dirigen a un mismo punto, a la persona que vi antes. Este se ha detenido al tenerlos de frente y por sus movimientos deduzco que discuten. Uno de los gorilas lo empuja de vuelta al callejón. Las farolas alumbran muy poco el lugar atrapando la trama necesaria para un escenario inquietante. Paso saliva pero puedo sentir como mi boca está seca anticipando que algo no están bien.

El hombre de sudadera levanta las manos tratando de calmarlo, pero lo ignora y sigue dando empujones sobre su pecho. Esperando que no me vean, me deslizo por el asiento hacia abajo. Todavía puedo mirar por encima del volante y por suerte no tengo las luces encendidas. No me gustaría meterme en problemas, esto parece serio por lo que busco nuevamente mi teléfono para llamar a la policía, y tal como antes, no tengo servicio.

—Maldita sea —murmuro.

De repente veo como, harto ya de los empujones, comienza a defenderse propinando el primer puñetazo directo a la cara del tipo que casi le dobla en tamaño. Me exalto. La diferencia es mucha, pero a él parece no molestarle. Sabe cómo arreglárselas. Se mueve con tanta agilidad que apenas puedo seguirle con la mirada. Esquiva varios golpes y acierta otros, era increíble como se movía.

Entrando a escena, el tipo que había estado ajeno a todo, quien no iba a tolerar tal cosa, lo golpea por la espalda y lo toma para sujetarle los brazos inmovilizándolo. Ahora con mayor facilidad, su compañero que hasta ahora había sido saco de boxeo, toma la oportunidad para propinarle puñetazos sin contenerse a la cara y abdomen provocando que se doblada de dolor.

La tensión del momento no se hace esperar y me encuentro sin saber qué hacer. Son unos abusivos, dos contra uno estaba bien. Me daba igual que hubiera hecho para que lo tuvieran así, quizá era un ladrón pero no era nada justo.

Busco desesperadamente deshacerme del cinturón sin dejar de mirarlos, pero pasa tan rápido que apenas me da tiempo de captarlo. El tipo se ha detenido un momento para buscar algo en su bolsillo, aquello brilla bajo la luz de las farolas débiles y lo ha clavado en la parte baja de su estómago. Me llevo una mano a la boca al darme cuenta de lo que ha pasado. Le liberan finalmente los brazos y este solo se lleva las manos a su abdomen y herido, se desploma como un costal sin nada que detenga su caída. Intenta levantarse con una rodilla y una mano clavadas al piso, pero los tipos de una patada lo regresan al piso. Parece que el daño es tan grave que no puede volver a intentarlo.

Despierto de mi trance al ver que los cobardes suben a su auto y se alejan. Inmediatamente el cinturón me libera y corro hacia la víctima.

Me arrodillo a su lado. Una mancha oscura ya se extiende bajo su cuerpo en el agua. Eso solo me indica que está desangrándose muy rápido. Tomo mi bufanda para tratar de aminorar la hemorragia haciendo presión sobre la herida. Checo su pulso y aunque es demasiado débil, claramente seguía vivo. Estaba semiinconsciente. Sé que debo darme prisa o será demasiado tarde para él. Como puedo lo apoyo en mi espalda y lo guío hasta mi auto, directo al asiento trasero. La adrenalina del momento hace prácticamente todo hasta que consigo dejarlo recostado y en una posición muy incómoda en mi pequeño beetle para un tipo que seguro y era dos cabezas más alto que yo. Solo después de llegar al volante, acelero.

Mi mente no consigue aclararse. Le es imposible aceptar lo que acaba de ocurrir. Constantemente miro por el retrovisor para comprobar que no se trata de una broma. Con mi mano libre continuo presionando su herida con el brazo doblado hacia los asientos traseros pero al ver a ese hombre, luchando entre la vida y la muerte, se me hace difícil enloquecer y darme por vencida.

"No mueras por favor."

Estoy muy alterada y seguramente me detengan por exceso de velocidad, pero no tengo tiempo que perder. Varias veces temo chocar por mis nervios y porque aún no para de llover. Un accidente es lo que menos deseo justo ahora.

No tengo idea de en donde estoy. Por suerte, antes de volverme loca, reconozco unas calles y conduzco al hospital más cercano, casualmente en el mismo en que trabajo. Pero eso no importa ahora. Ni siquiera aparco bien, solo detengo el auto lo más cerca que se me permite en urgencias y salgo de nuevo a la lluvia en busca de alguien.

—¡AYUDA! —un médico me ve y sale en mi encuentro —¡Traigan una camilla! —ordeno casi perdiendo la voz —. ¡En el auto... lo apuñalaron! ¡Ha perdido mucha sangre! —apunto hacia mi beetle mientras trato de respirar. Quizá necesiten otra camilla, estoy a punto de desmayarme.

Trato de recobrar el aliento, pero siento como mi cuerpo no me responde, y así sin más, me desplomo. Lo único que recuerdo es una visión borrosa de como un grupo de médicos se acercan al auto mientras alguien me sujeta.

Escucho voces lejanas, como si estuviera bajo el agua y pronto todo se hace más ligero. De repente, un fuerte olor penetra en mis fosas nasales haciendo que haga una mueca y lo primero que veo al abrir mis ojos es una mirada preocupada sobre mí. Da un suspiro de alivio al ver que reacciono.

Estoy desorientada. Observo atenta a esa persona con uniforme y creo reconocerla, pero mi cerebro aún no termina de acomodar las cosas.

—Cielos, Cam. Que gusto que estés bien —dice alejando un algodón de mí. Se gira para cerrar una botella y vuelve a mirarme —. Me asustaste, creí que estabas herida al ver que una de las dos personas que entraban por emergencias eras tú.

La miro, estoy muy desorientada, no recuerdo algún accidente. ¿Dos personas? Mi memoria se recupera en un segundo y me invade con imágenes perturbadoras. Me incorporo demasiado rápido en la camilla y provoco que todo me dé vueltas.

—¿Dónde está? —pregunto tomando mi cabeza con ambas manos.

—Sigue en el quirófano. Pero no te preocupes, la expectativa es buena. Los doctores aseguran que se salvará —siento alivio y vuelvo a recostarme —. Al parecer ningún órgano resultó dañado. Tu amigo tuvo mucha suerte.

No me molesto en aclarar su último punto, lo dejo así. No creo necesario hablar de lo ocurrido.

Miro a mi alrededor, con mi mente más clara me doy cuenta que me encuentro en urgencias. Por el desmayo también me ingresaron y me asignaron una cama en la sala de observaciones. El espacio frío e inmaculado me tranquiliza, estoy tan acostumbrada a esto todos los días que es como mi casa.

Maggie, mi enfermera y compañera de trabajo, me cuenta que estaba en la entrada junto al médico que me auxilió y le pidió hacerse cargo de mí. Me siento un poco apenada, nunca imaginé que esto me pasaría. Estoy acostumbrada a la emoción que puede verse en un hospital, pero claro que no es lo mismo presenciar un intento de asesinato y transportar al herido sabiendo que en cualquier segundo podría morir. La presión y los nervios han sido insoportables y mi cuerpo me traicionó.

Ahora que estoy más tranquila me vienen a la mente los problemas legales que traería para mi si hubiera muerto en mi auto, la imprudencia que he cometido era monumental pero eso no me importó en el momento y no lo hacía ahora. Hice los que estaba en mis manos para no perder una vida.

La cortina del cubículo es retirada captando la atención de ambas. Hace entrada un hombre maduro con placa policiaca en el cinturón.

Oh no.

—¿Es quien trajo al paciente con herida de arma blanca? —pregunta con voz profunda, intimidandome un poco.

Asiento en silencio y se acerca.

—Necesito unos minutos.

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Malas Decisiones [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora