El beneficio de la duda

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EL BENEFICIO DE LA DUDA

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EL BENEFICIO DE LA DUDA

Julieta se despertó temprano en la mañana y cerca del mediodía pidió un taxi para ir a la terminal, sería un trayecto muy largo a pesar de que fueran solo dos horas y media porque su cabeza no dejaba de pensar.

Observó su reloj, solo transcurrió media hora desde que tomó asiento y el bus comenzó la marcha, cerró sus ojos y decidió obligarse a dormir mientras esperaba que todo saliera bien.

Marcia la esperaba en la parada y su sonrisa era tan jovial como siempre, luego de darle un abrazo se subió en la motocicleta de la chica para dirigirse a casa de su madre.

Allí Julieta esperó pacientemente la llegada de su progenitora la cual volvía del trabajo para reencontrarse con su nerviosa hija.

- ¿Me dan un momento?

Preguntó Julieta y cuando las mujeres asintieron, se dirigió a su habitación cerrando con llave para sacar esa pequeña estatua de su virgen favorita, Santa Clara estaba sobre su mesa de luz y la joven tomó de su armario una vela y la encendió frente a la imagen. Esas manías aprendidas desde niña por su abuela siempre estaban en su vida cotidiana.

A veces pensaba que la tenía agotada, siempre le pedía ayuda en esas situaciones engorrosas y desde el verano esa Santa era su más fiel confidente.

Julieta rezó el rosario que su amiga Rebecca le trajo desde el Vaticano y luego sonrió.

-Yo sé que te he pedido mucho, y te voy a seguir pidiendo lo mismo pero esta vez omitiré lo de siempre porque ya lo sabes, ahora quiero salir del hospital entera y sin ningún sobresalto, deseo que todo suceda como quiero, intercede por mí, y cuando regrese a la capital también protégeme, haz que mi corazón no sufra y mi mente deje de pensar tanto. Amén.

Miró una vez más la serenidad de la estatua y salió de la habitación mientras se colgaba el rosario en el cuello.

-Lista, vamos al matadero.

-Julieta, estarás bien.

Musitó su madre y ella le tomó de la mano dándole un fuerte apretón.

Esperaron solo unos minutos en esa odiosa sala de espera y cuando el doctor abrió la puerta la joven se puso de pie dejando a ambas solas.

-Buenas tardes Doctor Pérez.

-Julieta, debes estar nerviosa, vamos a conversar un rato.

La muchacha suspiró, como detestaba esa tranquilidad extraña de los médicos. El hombre le mostró las radiografías y ella quien no sabía nada de esa rama profesional las observó sin mucha curiosidad.

-No ha empeorado tu postura, sigue igual, tu pie no ha desmejorado.

- ¡Un éxito!

Exclamó Julieta extasiada de felicidad, por fin podría respirar en paz.

El Maestro del SonidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora