Lunares

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CONTANDO LUNARES

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CONTANDO LUNARES

Julieta irradiaba felicidad, tenía a Sebastian a unos palmos de su cara, si solamente se acercaba podría besarlo una y mil veces, ¿cómo había vivido tanto tiempo sin perderse en esos ojos verdes que la invitaban a realizar mil locuras?, ¿por qué era aún más hermoso que la última vez que estuvieron juntos?, si algún día llegaba a dejar de verle por un mes seguramente no podría mirarle fijo más de cinco segundos, preferiría centrar sus ojos en un punto fijo para poder hablar, "¡Ay Sebastian!, si sintieras la revolución de hormonas que me embarga cuando estás tan cerca de mí, nunca, jamás voy a acostumbrarme".

-Si...he estado bien, estudiando. ¿Tu cómo estás?

-Preparando el concierto, dando clases, bastante ocupado pero tranquilo.

Admiraba esa paz que trasmitía, Sebastian, siempre estaba calmado y tranquilo, nunca lo veía nervioso, quizás alguna vez cuando tuvo que hablar al público en algún concierto que dirigió, pero generalmente lo notaba sereno, él nunca se veía preocupado.

Julieta era un saco de nervios, en su vida cotidiana seguramente el cincuenta por ciento del día estaba ansiosa, el otro cincuenta se despejaba meditando, leyendo o saliendo con amigos.

Cuando visitaba a Sebastian existían nervios y tranquilidad en partes iguales, el tiempo previo a verle desnudo encima de ella era encantadoramente irresistible pero lleno de adrenalina.

¡Si Sebastian supiera cuanto le costaba prestarle atención cuando hablaba!, ¿Cuándo iba a acostumbrarse a su belleza física? Podría burlarse de si misma, ya había transcurrido más de medio año desde que le vio por primera vez y todavía se le erizaba la piel cuando sentía su aroma o simplemente le rozaba.

"¡Oh, el lunar sobre su labio!", la joven sonrió feliz, no dejaría pasar un día más sin contarlos todos.

-Bueno, soy todo tuyo.

Dijo Sebastian recostándose en la cama y a Julieta le hormiguearon las manos, no podía decirle tal cosa...todo tuyo, de ella.

-Creo que vine a contar todos tus lunares.

Musitó la chica con una pequeña sonrisa de expectativa, ¡por fin!

-Cuando quieras.

La animó el hombre con esa mirada tranquila de trasfondo pervertido.

-Tienes mucha ropa, voy a quitártela.

Acto seguido comenzó quitándole la remera y con la misma torpeza de siempre desabrochó sus jeans, su sexo ya estaba erguido debajo de la ropa interior, la chica sonrió, pero decidió ignorarlo, ya tendría las atenciones necesarias luego de culminada su tarea contable.

Cuando le quitó las medias y lo último que cubría su virilidad le observó con esa tranquilidad y emoción por partes iguales, siempre era una montaña rusa de sentimientos si le tenía dispuesto para ella.

El Maestro del SonidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora