5. Violeta

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Diot ya había enterrado a los cinco integrantes de su familia, no quería que las aves de rapiña y los otros depredadores los devoraran. Ver el plácido rostro de sus hermanos le daba un poco de paz, al menos habían muerto rápidamente, aunque se madre... era otra historia. Nunca más volvería a ver a ninguno, jamás, hasta el fin de los tiempos.

Recordó que hace unos años, unos extraños viajeros llegaron al pueblo. Ella estaba cuidando de sus caballos para ganarse una moneda de plata cuando oyó su conversación: discutían sobre un nuevo Dios, un Dios lleno de amor, misericordia y perdón. Este nuevo Dios prometía vida eterna incluso luego de la muerte... ¿Podría un Dios así realmente existir? ¿Qué hacia un Dios de su clase en medio de todas las guerras y masacres? Incluso si oír eso le causo gracia en ese entonces, al mirar los cinco montículos que tenía delante de ella rogo que si existiese y quiso creer en Él con todas sus fuerzas. Si ese Dios Realmente existía, podría volver a ver su familia un día.

Entonces un sonido atrajo su atención. Venia de un par de metros a sus espaldas. ¿Había alguien vivo? ¿Quedaba alguien de la aldea? Se dio la vuelta rápidamente, conteniendo las lágrimas de felicidad. Lo que encontró descontrolo su corazón, empezó a sudar y su vista se nublo, provocando que dejara escapar un grito de terror que hizo que las aves del bosque levantaran vuelo.

Una muchacha pálida,casi tan blanca como la leche estaba arrodillada junto al cuerpo de lapastorcilla. Había abierto su vientre solo con las manos y devoraba sus entrañas.  Arrancaba los intestinos mordisco a mordisco. Su grito atrajo la mirada de la muchacha hacia ella.

En el bosque, no muy lejos, estaba un joven. Él se consideraba alguien amable. Muy amable. Demasiado. ¿No era amable hacer cosas peligrosas que otros no querían hacer? ¿Acaso no era amable matar a personas para sacarlos de su miseria? ¡Claro que se lo era! No era ningún asesino. Era un piadoso y amable ser humano, que hacía de este mundo un mejor lugar.

Tanta era su amabilidad que había decidido entrar en el Bosque de los Sauces para darles de comer a los hermosos animalillos que ahí habitaban. Una gran banda de pillos sería el platillo ideal. Todos sabían que entrar en el bosque equivalía a ser soldado del rey: morir rápidamente y quizá de forma muy dolorosa; todos menos esos pillos. Luego de haber tomado prestado su botín, los había guiado hasta allí. Por supuesto, no tuvo que matar a ninguno, de eso se encargaron los lindos animalitos.

Cuando ya había alcanzado el fin del bosque para poder salir oyó un grito. Un grito de terror desesperado y luego silencio. Miro hacia el cielo. Aún era de día. Medio día para ser más exacto. Ese grito no había sonado como si fuera de uno de los pillos. Era de una mujer, una joven, para ser aún más exacto. Él era amable. No podía ignorar el llamado de una dama en apuros.

Tomó las riendas de su caballo y se dirigió al lugar del grito. Si recordaba bien, había una pequeña aldea en esa dirección. En efecto, a medida que su caballo se acercaba, veía el pequeño poblado... completamente destrozado. ¡Cielos! ¿Qué podría haber pasado? Entonces vio dos jóvenes. Una casi tan blanca como la nieve de las Montañas Infinitas, de cabello tan negro como la noche, de aproximadamente 20 años; la otra de piel rosada, cabello rojo y ojos verdes como el césped de los jardines del Palacio de los Muertos, debía tener cerca de 17 años.

Cuando vio los ojos de la chica pálida, mejor dicho, blanca, supo porque el grito: eran ojos color violeta.

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora