72. El enemigo de mi enemigo...

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La chica estaba sola a pesar de lo llena que se hallaba la taberna. Sentada en la parte más lejada del gentío, bebiendo como si no hubiera un mañana, soltando improperios entre dientes y maldiciendo su destino. Nunca antes se había sentido tan humillada como aquella noche en esas ruinas: perseguida cual animal, asustada como una niña, intentado contener la respiración para no ser hallada, impidiendo que sus propias lágrimas de miedo y angustia fluyeran  por su rostro... Todo había sido culpa de Leran.

De repente, la chica observó con su único ojo a un joven sentado justo en frente suyo al lado contrario de la mesa. Su mirada despectiva no se hizo esperar y, de no estar tan ebria, le hubiera cortado la garganta por hozar interrumpirla mientras intentaba olvidar su humillación y vergüenza lejos de la vista de los demas cazarrecompensas. Desvió la mirada.

— Buenas noches, joven dama. — Habló tranquilamente su invitado no deseado.

— Pierdete.

— El beber e intentar esconderse no es propio de alguien con tu reputación, Leonor. — Le respondió casí con burla.

Ella levantó la vista furibunda. Fue entonces que se encontró con los peculiares ojos del joven: tenía heterocromía*. Leonor desvió la mirada rápidamente y empuño una de sus flechas: si empezaba a caer bajo el hechizo del íncubo no dudaría en clavarsela a sí misma para recuperar todos su sentidos y control sobre sí.

— ¿Quien eres, íncubo?

— Chica lista, era de esperarse. — Hablo mientras se servía un trago y se lo llevaba a la boca. — Me llamo Lawrence.

— ¿Qué podría querer un demonio de mí?

— Lo mismo que tú: la cabeza de Leran.

Con la sola mención del nombre, Leonor apretó los dientes y se mordió la lengua hasta sentir el sabor de la sangre fluyendo dentro de su boca: no deseaba mostrarse tan interesada en Leran, temía que el mundo se enterase que la había vuelto a ridiculizar y que había huido con la cola entre las patas.

— Tranquila, no vine aquí a seducirte, baja la flecha.

— Si creyera las palabras de cada demonio, ser, monstruo que se me ha cruzado no estarías hablando conmigo ahora íncubo.

— Cierto... pero creíste en las palabras de un monstruo alguna vez ¿cierto?

— ...

— Y te costó tu ojo izquierdo.

— No tientes tu suerte demonio, puedo presumir el haber acabado con algunos de tu especie.

— Por eso estoy acá, linda. Después de todo eres Leonor, la Asoladora de Demonios.

— Tienes unos pocos segundos más antes que pierda la paciencia, habla de una vez.

— Las habladurías del inframundo vuelan y van de boca en boca en mas de un sentido literal. — Le dedicó una hermosa sonrisa, digna de un íncubo. — Tengo entendido que la "mascota" de Leran casí te devora hace un par de meses atras.

— ¿Cómo es que tu...? — preguntó a punto de perder los estribos y lanzarse a por su cuello.

— Ya te lo dije: habladurías. — Se apoyó en sus dos codos y la miró a la cara, adoptando un aire serio y amenazador. — Esa "mascota" no es algo que hayas visto nunca antes en tu vida, ni siquiera para una cazadora de demonios.

Leonor aspiro profundamente y pareció recobrar la compostura. Lo que el íncubo decía debía ser cierto, después de todo no había notado el aire de putrefacción y corrupción que los de su clase siempre desprendían alrededor de la chica de cabello negro que la había herido y jamás había visto una criatura con semejante color violeta en sus ojos.

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora