15. Aquello de todo ser

46 5 5
                                    

Desde que le había hecho la promesa a Leran la noche de las luciérnagas, ella no se había desviado del camino y hablaba poco, aún no podía mover su brazo, pero podía montar, así que habían seguido su camino. Al segundo día de cabalgata, se hallaban entre praderas extensas de verde césped y pequeñas arboledas, cuando el grupo de viajeros divisó una ciudad fortaleza a lo lejos.

— ¿Un castillo? — preguntó Diot, mientras arrugaba la frente y hacia un esfuerzo por no suplicarle a Leran que fueran a dar un vistazo.

— Algo así... oye monstruo, ¿cómo vamos de provisiones?

Ihara continuaba con su posición detrás de los caballos y ahora cargaba todas las pequeñas bolsas que llevaban consigo, ya que Leran había decidido sacar provecho de su "inagotable fuerza".

— Ya solo quedan raciones para esta noche — le respondió ignorando el ofensivo denominativo y con un tono de voz completamente plano.

— Bien. Iremos a esa ciudad fortaleza luego de que los caballos beban.

La pelirroja desmontó y llevó a su caballo a un riachuelo cercano, mientras Ihara arrojaba las bolsas al suelo y se dedicaba a dar una hojeada a sus desgarrados ropajes, que no se había quitado desde que había salido del cementerio, en resumen: llevaba los ropajes con los que había muerto y sido enterrada; se sentía algo incomoda, pero no lo suficiente como para querer otros nuevos.

Diot se sentó cerca de la orilla y contemplo la lejana fortaleza... Nunca antes había visto nada igual ¿Ahí vivía el Rey? ¿Cómo serían las personas? ¿Qué podría haber ahí dentro? Estaba sumida en sus pensamientos cuando observo que Leran la miraba fijamente, sus ojos cafés no se apartaban de ella, incluso cuando él pareció notar que había sido descubierto. Ella se revolvió abochornada.

— Ler...

— No te muevas.

El chico se iba aproximando paso a paso hacia ella, lentamente. De un solo movimiento atrapó algo que, al parecer, se había posado en su cabeza, al tiempo que Diot se asustaba y retrocedía bruscamente, cayendo al riachuelo.

— Auch — se quejó toda empapada y con el brazo roto aún más dolorido. Desde la cuenca del rio observaba a Leran mirar sus manos que se cernían sobre algo, como si estuviera loco y sonría ampliamente. Con tono gentil y tímido preguntó: — ¿Po-podrías ayu...?

Él le dirigió una mirada iracunda, mientras aún mantenía sus manos cubriendo algo.

— Tu puedes salir sola. Debo conseguir una bolsa para esta pequeña amiga.

Reveló algo entre su pulgar y su índice: atrapada de las casi inmateriales alas, se revolvía frenéticamente una especie de mini persona, solo que en lugar de dos piernas tenía un tallo delgado. Toda ella era color verde, sus "manos" eran en realidad dos hojas y su rostro, si es que podía llamársele así, era parecido al de una anciana.

— Eh, Leran, creo que la estas lastimando. — Diot se paró como pudo y se acercó a la orilla, aun con la vista fija en la cosita. — ¿Qué es?

— Bah, solo necesito guardarla. — la metió en uno de sus bolsillos y comprobó bien de que estuviera asegurada. — Es una Florel.

— ¿Florel?

Diot parecía encantada y sus ojos brillaban como los de una pequeña niña descubriendo la lluvia, el frío de la nieve, o el aroma de las rosas; estaba realmente fascinada y miraba a Leran con ojos de quien ve a un gran y legendario sabio, pero él no se percataba del verdadero significado de su intensa mirada y esta le molestaba.

— Es el espíritu de una flor — explicó el cazarrecompensas entre dientes.

Leran estaba realmente fastidiado: siempre había detestado a las personas curiosas y a las ignorantes, y Diot era ambas... Antes de que ella pudiera hacer cualquier otra pregunta se llevó la palma a la cara.

— Veras, campesina, en esta tierra todo tiene un espíritu, alma, como quieras llamarlo; incluso las cosas más pequeñas o inanimadas, como las rocas por ejemplo y... ¡¿Quieres dejar de mirarme así y salir del allí de una vez?!

Diot se había quedado dentro del rio, y sus ojos eran aun más brillantes que antes, incluso parecía que se habían vuelto más verdes y ya ni siquiera parpadeaba debido a toda la atención que prestaba a Leran; su quijada le colgaba, abierta.

— ¿Qué? ¡Ah, claro! — salió del agua y entonces, se quedó paralizada al darse cuenta de algo.

Leran ya se estaba marchando hacia su propio caballo cuando escuchó un chillido tan sonoro, que le hizo dar un brinco y sacar rápidamente una de sus dagas mientras se daba vuelta e inclinaba, atento a lo qe fuera.

— ¡Leran! ¡¿Entonces mi caballo está lastimando al rio?! — Unas cuantas lágrimas cristalinas empezaron a asomar en la cara de la chica.

— ¿Qué diablos? ¡No! — Guardo la daga y esta vez se marchó, decidido a no mantener una charla estúpida con una chica tan tonta y benevolente. La amabilidad le daba náuseas y ganas de matar a su portador. — ¡Solo está tomando lo que necesita sin lastimarlo, algo así como si te cortaran el pelo: no te lastima, pero sigue siendo parte de ti!

— ¡L-lo siento señor rio! ¡Lo siento muchísimo! — Se puso a gritar Diot mirando hacia el cauce. — ¡Gracias por el agua!

Ihara observó la interacción de ambos estando un poco alejada. No podía entender cuál era la razón de semejante reacción, solo era una tonta hada o espíritu o lo que sea; no comprendía el porque de la curiosidad de Diot, tampoco la molestia de Leran y menos el porque de ponerse a llorar por beber un poco de agua.

¿Quizá su anterior yo si hubiera entendido? Es decir, su yo antes de morir y volver a la vida de esta forma. No sabía porque continuaba viajando con ellos, además no quería pensar en su creciente hambre, debía conseguir algo con que calmarla, pero ya había intentado de todo sin que sus acompañantes se dieran cuenta: volver a intentar comer algo de comida humana, frutos silvestres, incluso animales que había  logrado atrapar... Pero nada, no podía ingerir nada sin vomitarlo a los minutos, aumentando su hambre.

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora