22. La chica de las arenas

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La paciencia se le acababa. ¿Cuándo podría iniciar sus planes si todas las piezas aún no estaban en sus posiciones? ¡Ugh! Eran tan lentos, pero aún así no podría haber elegido mejores piezas, ella se encargaría de que entraran al juego lo antes posible, por lo que también debía preparar a su propia pieza maestra.

Si tan solo su general siguiera vivo, ella lo elegiría sin dudarlo, pero claro que no podía estar vivo luego de 300 años, así que lo más lógico era buscar a su descendencia; después de todo,  habilidades como las suyas, no se pierden a través de la sangre ni el tiempo... Quizá hubiera sido mejor mantener vivo a su general, pero lo hecho, hecho está.

De su cetro, una luz plateada salió iluminando en linera recta hacia una dirección.

— ¿Así que está en esa dirección? ¡Muy bien!

Se sentó en dirección de donde apuntaba la luz, cerró los ojos y se concentró. En su mente podía ver un llano arenoso, desprovisto de vida, solo algunas plantas secas y algunos oasis, entonces la vio: allí estaba la última descendiente de su leal general. ¡Era su día de suerte!

Lejos, muy lejos del salón empolvado y de la mujer con cetro plateado, en una tierra desolada y cubierta de arena, se encontraba una chica joven. Su único refugio era la pequeña choza que había hecho con madera de palmera y hace tres días que ya no tenía nada que comer, pues sus compañeros la habían abandonado a su suerte. Estaba acurrucada en el suelo sobre una manta, con sus brazos rodeando su torzo intentando darse algo de calor, las noches en el desierto suelen ser muy frías.

Era delgada, su piel morena natural, su pelo blanco y sus ojos plateados; no parecía tener más de 20 años. Levantó su cabeza atraída por una extraña sensación y se encontró con la figura espectral de la mujer que sostenía un cetro plateado.

— ¿Qué hace una proyección mental aquí?

— Salvarte querida, escucha con atención: soy tu reina y me obedecerás y servirás desde ahora, como recompensa te daré aquello que tu corazón más anhela ¡tu libertad!

— ¿Acaso te conozco?

— No, pero yo sí a ti, rres la viva imagen de un "amigo" que conocía hace mucho.

— Pues para haber hecho una proyección no eres una persona cualquiera ¿Por qué me necesitas?

— Digamos que, por el momento, no puedo salir de mi localización por ciertas razones. Tu sangre solía servirme, ahora te propongo que continúes con la tradición.

— Gracias, pero paso.

— Esa no era la respuesta que quería oír.

— Déjame sola — bajó la mirada y con lo poco que le quedaba de sus fuerzas, le dio la espalda.

— Bien, no me dejas otra opción — apareció nuevamente delante de ella y se acercó flotando.

— ¿Q-qué vas a hacer? Te advierto que si te acercas más yo...

Apoyo su cetro en el pecho de la debilitada joven y una intensa luz iluminó toda la pequeña cabaña; afuera las alimañas nocturnas se alejaron espantadas. La chica abrió los ojos lentamente y vio que el lugar estaba completamente vacío: ella estaba sola.

— ¿Habrá sido mi imaginación?

— Para nada, querida — le respondió la voz de la mujer, pero no la veía en ninguna parte. — He tomado prestado tu corazón, ¿escuchas? Lo tengo en mi palma derecha justo ahora... harás lo que te diga o solo tendré que apretujarlo para que mueras ¿entendido?

— Como si eso fuera posible — soltó un pequeño bufido de burla, cerró los ojos y se dispuso a oír sus propios latidos:solo el completo silencio le respondió y el pánico le asaltó — ¡¿Qué me has hecho?!

— Ya te lo expliqué. Ahora: ¿Cómo te llamas?

— Nafisa.

— Muy bien, Nafisa, tu solo debes conseguir algunas cosas para mí, tráermelas y te devolveré tu corazón ¿de acuerdo?

— ¡S-sí! Pero llevo días aquí y agonizo, me han abandonado porque tenía heridas muy graves, ya no tengo mucho tiempo de vida. ¿Cómo es que...?

— Ah, ya lo he solucionado por ti. Levántate, has la prueba.

La muchacha lo hizo y fue ahí donde se dio cuenta que nunca antes en su vida se había sentido mejor: sus fuerzas habían vuelto y hasta estaba limpia, tenía la sensación de que podía correr días enteros y nadar oceanos completos, sus heridas ya no estaban, ni cicatrices quedaban.

— Te daré todo lo necesario para tu viaje: comida, ropa, hospedaje y oro.

— ¿Viaje?

— Irás al continente central y buscarás a un viejo amigo, ya luego te diré más.

Toda la cabaña quedo en silencio. Nafisa sintió que la presencia de la mujer desaparecía, y una vez se supo sola, se examinó el cuerpo: había una pequeña cicatriz en forma de asterisco en su pecho donde había estado su corazón. ¿Qué diablos? Un escalofrío le recorrió la espalda. ¡Qué una completa desconocida robe tu corazón no era nada agradable! Ahora mismo podría estar haciendo cosas impensables con el.

Se puso una bufanda vieja y desbargada, cubriendose el rostro hasta la altura de la nariz con ella, acomodó su sable en su espalda y se dispuso a hacer una visita a los compañeros que tan cruelmente la habían abandonado.

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Nota de la autora

Gracias a todos mis queridos lectores por todos los comentarios y votos recibidos :') me alegra que la historia sea de su agrado.

A pedido de muchos lectores, los capítulos serán un poco más largos.

Cambio y fuera!

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora