41. Césped humedo

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Nafisa llevaba un día entero sentada en el extraño pastizal, pensando en qué pedir a la luz. Ya estaba harta, no se le ocurría absolutamente nada. Por su parte, la Hechicera del Sol disfrutaba el poder tener la compañía de una mortal, hace mucho que no hablaba así con nadie, desde que había dejado atrás su forma humana para ser más exacta.

De súbito, empezó a caer una llovizna. Nafisa continúo sentada, pensando en cómo obtener una posesión de la luz. Las gotas continuaban cayendo escasamente, hasta formar un pequeño charco justo delante de ella, reflejando la luz que la hechicera desprendía.

— ¡Lo tengo! — Gritó poniéndose de pie de un salto y metiéndose justo al medio de la columna luminosa.

— ¿Ah sí?

— Eres luz, brillas ¡Dame una chispa de luz!

— ¿P-pero donde se supone que...?

— ¡En mis ojos! — Señaló con ambos dedos índices a su bellos ojos plateados. — Ponme esa chispa en mis ojos.

— ¿Qué?

— ¿Has oído la frase "los ojos brillan"? ¡Pues ahora le daremos un sentido aún más literal!

— ¿Estás segura?

— No hay lugar más seguro para guardar algo de los magos que dentro de mí misma.

Nafisa sonrió triunfal, quien sea que quisiera robarle esta posesión, tendría que arrancarle los ojos y ella no los perdería tan fácilmente.

— Bien, hazte a un lado Nafisa.

Ella obedeció, saliéndose de dentro de la columna de luz. La miró y pudo sentir que esta le devolvía la mirada, entonces observo una muy pequeña chispa dorada, parecía una pequeña estrella, no más grande que un grano de arena, desprenderse de la columna y dirigirse hacia ella. Cerró los ojos, pero aún así podía ver su brillo a través de sus parpados, hasta que todo volvió a la normalidad.

— Te he concedido mi luz.

— Gracias, Hechicera del Sol. — Hizo una reverencia en dirección de la columna y observo su reflejo en el pequeño charco. Sus ojos continuaban exactamente iguales, salvo por un hermoso brillo diminuto en ellos que parecía natural. Perfecto, nadie más que ella sabría lo que ocultaba en ellos.

La llovizna continuaba cayendo a su alrededor, pero cada vez más escasa. Nafisa se limpió torpemente las gotas de su cara y mirando por última vez a la gran columna luminosa exclamo:

— Hasta pronto.

Espero un momento por la respuesta, pero solo el goteo de la llovizna le respondió. A su alrededor, pequeños rayos de luz empezaron a filtrarse lentamente entre las nubes grises, iluminando la gran pradera. Hizo una pequeña venia en dirección de la columna y se alejó caminando

Se sentía con vida, nunca antes había disfrutado de lluvia tan abundante. Un sentimiento de alegría y optimismo la invadió, ya había conseguido uno de los diez objetos. Incluso si ya no lo tenía consigo, sentía a su corazón latiendo lleno de emoción. Miró hacia el cielo sin detenerse. La lluvia se materializaba y aparecía mágicamente justo en sus narices. Empezó a correr, salpicando los charcos y llenándose de lodo.

Un leve aroma a humedad llego hasta sus narices. Inhalo profundamente y corrió aún más rápido. Era dichosa. Hace un par de semanas nunca hubiera creído tener la dicha de ver llover jamás en su vida, menos de viajar al Continente Central, observar con sus propios ojos el ver caer una simple gota de agua del cielo era simplemente maravilloso...

Toda su vida había contemplado el mismo paisaje: arena, plantas secas y diminutos oasis. Nunca había conocido a sus padres, había sobrevivido gracias a la caridad de extraños, y cuando finalmente pudo correr por si misma había empezado a robar en los polvorientos pueblos y sus sucios mercados, fue así como terminó viviendo con un grupo de bandidos.

Súbitamente paro de correr y miro sus sucias botas, luego al cielo nuevamente y empezó a reír frenéticamente. ¡Lluvia! ¡Lluvia por todos lados! Se dejó caer sobre su espalda y empezó a llorar mientras reía. ¡Estaba viva! ¡Más viva que nunca en este mundo! Era casi ridículo cuan viva podía sentirse con un poco de lluvia y verdor a su alrededor.

El olor a césped la inundaba y sus lágrimas se mezclaban con la lluvia... cerró los ojos y escuchó como las gotas golpeaban sus ropajes y la hierba a su alrededor. Arrullada por estos sonidos se quedo dormida ahí mismo.

Lawrence la observaba a unos cincuenta metros claramente asombrado y extrañado. ¿Esa era la presencia que tanta curiosidad le había dado? ¿En serio? Una mortal algo loca y demasiado agradecida con la naturaleza... bueno, en fin, era hora de hacer para lo que había venido.


Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora