31. Magos y hechiceras

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— ¿Ah sí que... un deseo?

Nafisa se paseaba por un bosque con altos pinos mientras acariciaba a Abb. Eso era interesante, ¿ah sí que la bruja plateada la había necesitado para eso? Seguramente querría que colecte los diez objetos para sí misma. ¿Qué más le daba a ella? Solo quería su corazón de vuelta.

Si ella obtenía los diez objetos no tenía por qué llevárselos a la loca. ¡Ella misma podía pedir un deseo! ¿Pero que podría desear? ¿Riqueza, inmortalidad, salud? No tenía la menor idea. Solo era una vulgar ladrona, nada más.

Abb lanzo un pequeño chillido de alegría por las caricias que recibía. Entonces se le ocurrió: si ella ganaba pediría amor. ¿De quién o cómo? Le daba lo mismo, ya tendría tiempo de decidirlo mientras recolectaba las diez cosas de los magos. Amor. Puro y sincero amor... pero aún no sabía si sería del tipo romántico o más fraternal que otra cosa. 

Perdida en sus pensamientos, no se dio cuenta que la mujer del cetro plateado estaba muy al tanto de sus pensamientos. ¿Ah sí que planeaba traicionarla? Eso estaba por verse. Nadie osaba si quiera pensar en traicionarla y salía ileso.

Al mismo tiempo, en una pradera muy lejana, Rovener está descansando tirado en medio del césped.

— ¿Un deseo?

¿Para eso lo había mandado Valdro? Seguramente el rey querría obtener los diez objetos y pedir un deseo. Él también iría tras el deseo si no sirviera a Valdro, él lo había sacado de la torre y él le hizo la promesa de servirlo por toda su vida. No podía faltar a su palabra.

Sería genial si pudiera pedir un deseo, él siempre había tenido uno en mente y estaba relacionado al día en el que lo había perdido todo. Solo pediría una cosa y ya: cambiar los acontecimientos de ese día.

Suspiró resignado. Su lealtad iba antes que cualquier cosa, así que volvió a montar en su caballo y se dirigió hacia el palacio real, listo para comunicar al rey lo que había oído del grifo.

Alejados de Rovener y Nafisa, pasando por unos acantilados desde los cuales podía divisarse un rio al fondo, estaban el cazarrecompensas, la campesina y la consumidora.

— ¿A dónde vamos ahora Leran? — Diot intentaba no mirar el precipicio a su izquierda desde su montura, pero aparte de eso solo habían una gran pared de roca a la derecha para ver. — Creí que nos llevarías al pueblo más cercano para vendernos o algo así y pagar lo que te debemos.

— ¡T-tonterías! — Leran intentaba sonar amistoso. — ¿Qu-querías ver el mundo, no?

— ¡Claro!

— Pues vendrán conmigo, no hay mejor guía que alguien tan experimentado como yo.

— ¿Y la deuda?

— M-me la pagaran cuando puedan. — Respondió mientras forzaba una sonrisa. Ellas no debían enterarse que solo las llevaba para utilizarlas.

— No veo porque tengo que ir contigo, Leran — Ihara caminaba por delante de los caballos esta vez y volteó a verlo con expresión seria.

— Es sencillo, mons... digo Ihara: sé que uno de los diez magos puede ser tu señor.

— ¿Te refieres a mi creador?

— Ajá — respondió Leran mientras la miraba de reojo, fingiendo desinterés.

— ¿Lo dices en serio?

— ¡Claro que sí! Un nigromante debe ser un mago muy poderoso, ¿y quien más poderoso que uno de los diez antiguos magos?

— ¿Y debo acompañarlos?

— ¿Ves a alguien más por aquí que sepa donde pueden estar los magos?

— Supongo que tú lo sabes.

— Al menos donde vive uno, después nos ocuparemos del resto.

— ¿Cómo son los diez magos? — Diot preguntó desde su caballo.

— Dice la leyenda que la mayoría son humanos, o al menos lo eran. La magia no es algo con lo que se nazca, sino algo que se obtiene. Según lo que sé, los diez magos son el grupo de fenómenos más extravagantes que vayas a ver en tu vida.

— ¿Entonces...?

— No interrumpas. Entre ellos están: el Chamán, el Mago de la Obscuridad, la Maga del Limbo*, la Hechicera del Sol, el Mago del Cielo, la Bruja de las Arenas, el Elfo Alquimista, el Hechicero sin Nombre, la Dragona del Pasado y el Hechicero del Caos.

— Leran...

— ¿No te dije que no interrumpieras?

— Leran...

— Calla.

— ¡Leran!

— ¿Y ahora qué quieres? — Leran volteo su cabeza mirando por sobre sus hombros hacia Diot. Ella señalaba algo al final del camino. 

Parado de forma desafiante y con una gran sonrisa descarada, estaba un joven gordo, bajo, con el cabello rulado castaño. Si bien era completamente inesperado encontrar a otro viajero por esas tierras, además completamente solo y con esa actitud tan extravagante, lo que puso en guardia a todos fueron sus ojos:  eran heterocromos**. 

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(*) Limbo.  Según la teología católica, el mundo entre los vivos y los muertos

(**) Heterocromía.  Es una anomalía de los ojos en la que los iris son de diferente color entre sí o se tiene tonos diferentes en uno solo.

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora