7. El salón abandonado

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Lejos, muy lejos, perdida en los confines del mundo, esperaba. Sabía que había llegado el momento, realmente lo sabía. Ya había esperado cerca de 300 años, así que esperar un poco más no le importaba. Finalmente estaba aquí, haría lo que sea para que esta vez funcionase. Quemar ciudades enteras, asesinar mujeres y niños, dejar que el mundo se vea conquistado por criaturas obscuras... ya no le importaba, le daba lo mismo.

Se levantó de su trono, deshaciendo muchas telarañas que le habían cubierto con el paso del tiempo, tomo su largo cetro y la enorme piedra de en medio brilló con el color plateado, respondiendo a su tacto. Ese cetro era su propio centro: su vida, su poder, memorias, sueños, todo estaba ahí. Todo cuando le era más importante estaba en ese magnífico centro... y lo destruiría ella misma.

Caminó lentamente por su inmensa sala de trono. ¿Hace cuánto tiempo había visto a otro ser vivo? No tenía ni la menor idea. Años atrás, desde hace ya siglos y siglos nadie había puesto un solo pie por esas tierras... Incluso si no le molestaba su soledad ¿Cómo podría olvidar los grandes bailes en ese mismo salón? ¿Las risas y grandes festejos que una vez se oyeron? Gente de todas partes acudía a este hermoso salón, decorado con el mejor marfil y con detalles magníficos de piedras preciosas, oro y plata. Paso su mano por un enorme rubí que simulaba ser uno de los ojos del león tallado en aquella pared, con solo quitarle el polvo el rubí brillo con intensidad. ¿Lo ven? El brillo seguía ahí... ¿pero dónde estaba todo el mundo?

— ¡Vengan, vengan! ¡Acérquense! Aquí esta uno de los más hermosos rubíes, ¿no vinieron todos para verlo?

Sus palabras solo fueron respondidas por su propio eco. Se extrañó mucho al ver todo a su alrededor tan sucio y empolvado, las telas roídas y con sus hermosos colores perdidos en un opaco gris. ¡Si tan solo esa mañana les había dicho a sus ciervos que limpiaran todo para otro gran baile! ¿Dónde estaban todos? ¿Por qué todo se veía tan viejo? Detuvo su confundido caminar frente a un viejo espejo, observo su reflejo y al llegar a su rostro grito. ¡No había manera alguna de que fuera su propio reflejo! ¡Imposible!

Arrojó su cetro al espejo, rompiendo su reflejo en mil pedazos. Todo quedo en silencio por breves instantes, hasta que los pedazos del espejo en el suelo fueron soldándose entre sí y volvió a la pared nuevamente, como si nunca lo hubieran roto. Su cetro también volvió a su mano, con la luz plateada aún más fuerte que antes. Claro, estaba sola. Hace ya más de 100 años que no veía a ningún ser vivo. Ese era su reflejo, lo sabía. Se preguntó por qué había tirado su cetro.

Miró hacia la opaca luz que entraba por uno de los inmensos ventanales del techo. El momento estaba aquí, no volvería a fallar. Pronto se desharía de ese odioso cetro y todo volvería como debío haber sido antes de haberlo descubierto. Debía estar preparada, ya que dudaba que incluso ella sobreviviera para ver nuevamente esta oportunidad.

No fallaría, no lo haría. El momento había llegado... Se desharía de todo con sus propias manos. Todo, todo se iría al averno con ese cetro, así tuviera que arrojar al mundo entero junto con ese cetro. Recuperaría lo que perdió y todo volvería ser como antes... hermoso y libre de la obscuridad.

La débil luz que ingresaba por los ventanales altos le hizo notar lo sucio y empolvado del salón. Bueno, si habia sido tan hermoso antaño ¿por qué no limpiarlo? Camino hasta el centro del gran salón circular y golpeó la base del cetro contra el suelo. Al instante un fuego plateado se expandio desde el cetro hasta las paredes en un parpadeo y subió hasta el techo. Cuando las llamas desaparecieron, todo el salon estaba limpio, hasta los ventanales altos.

Sonrió con suficiencia. Sería una lastima arrojar este cetro, pero lo haría de todas formas.

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora