Mientras recorría el decrépito castillo observaba al pasar los viejos pasillos, las roídas telas finas, altos techos con sus gigantescos candelabros y el excesivamente empolvado suelo hecho con las más finas baldosas. Sus pasos retumbaban en un eco fantasmagórico a lo largo de toda la inmensa construcción de lo que alguna vez había sido su hogar.
Cada rincon traía al menos una memoria: la primera vez que fue de caza, cuándo falló con aquella flecha... incluso aún estaba la marca en la baldosa en la que ocultaba la comida que robaba de la cocina. Hace más de 200 años que no ponía ni un pie en aquel lugar, pero recordaba mucho más de lo que había esperado y eso no le agradaba.
Al pasar por la habitación de la que había sido su prometida, aminoró el paso más no se detuvo. Observó la puerta por un breve tiempo mientras continuaba su marcha y luego se dejó llevar por el pensamiento de que había sido una buena chica sin duda, Joanne siempre había soportado las humillaciones que él le hacía sufrir y nunca le había escuchado quejarse de lo intolerable que era con ella. Sí, realmente fue una lastima que tuviera que matarla con sus propias manos.
— Al fin llegas.
Sus pasos le habían llevado a la inmensa y majestuosa sala de trono del castillo, el trono de su familia. Allí, su madre lo esperaba sentada en el trono plateado que tanto había admirado hace mucho... No había cambiado en nada desde la ultima vez que la viera, aún tenía esa mirada firme pero amable y aún poseía aquel cetro maldito que había sellado el destino de ambos.
— Tuve un pequeño inconveniente en el Limbo madre... fue bueno que nos sacaras de ahí a tiempo.
— ¿Qué dices? Yo no tuve nada que ver con tu vuelta a este plano hijo.
Leran la miró algo confundido pero dedició dejar de lado el tema ¿Qué mas daba el modo en que había salido de allí? Era igual.
— Te he echado de menos querido. — Descendió las gradas que los separaban y lo rodeo con sus brazos delgados. Él solo se dejó abrazar mientras se sentía algo incomodo, al parecer su odio hacia ella había disminuido un poco en todos estos años.
— Es... — buscó una palabra adecuada —curioso volver aquí madre.
— Te tengo que contar tantas cosas, pero no creas que te he perdonad del todo por lo que me hiciste... te odiaba tanto los primeros centenios de años — la mirada de la mujer se obscureció, pero rápidamente volvió a cobrar vida. — Cómo sea, estas aquí y volvemos a ser una familia, eso es lo único que importa.
— Aclaremos de una vez las cosas madre: ¿tu deseo es el mismo que el mío?
Ella se apartó de él y lo miro a los ojos, luego apoyo suavemente la palma de su mano en su pecho, donde hacía falta el corazón que le había arrebatado. Inhalo profundamente y le sonrió. Esa misma sonrisa había visto él cientos de veces: la sonrisa de una madre, no de una reina, ni hechicera, solo la que había sido la mujer que más admirara en todo el mundo.
— Sí Leran, nuestros deseos son los mismos. — Volvió a su seriedad. — Veo que abandonaste ese ridículo deseo de poseer a la campesina, ese es mi hijo. Ahora es momento de prepararnos, ¿cuántos objetos de los Magos tienes en total?
— Tengo cinco, madre. — No pudo ocultar el orgullo que eso le producía. — Un cojin del Mago Obscuro, un mechón de cabello del Chamán, parte de la túnica de la Hechicera del Limbo, luz de la Hechicera del Sol y un dije del Mago del Cielo.
— Perfecto, muéstramelos.
Leran reveló una bolsa y empezó a extraer los objetos de ella unos a uno. Efectivamente, tenía los que el había nombrado. Su madre no pudo evitar sonreir al ver los ojos de Nafisa, esa inutil les había servido de algo despues de todo. Pero notarón algo.
— Sólo tienes cuatro objetos, ¿dónde está el quinto? — Preguntó la mujer, al borde de perder los estribos.
— ¡El dije!
Fue ahí donde lo recordó: Diot tenía el dije. Por más que se lo había pedido no logró conseguirlo y decidió dejarlo en su poder, pues era tan insignificante que nadie sospecharía que una simple campesina tuviera en su poder algo tan importante.
— ¡¿Es en serio?! ¡¿Lo tiene la campesina?!
— ...
— Recuerda que mientras tengas a Drake en tu interior puedo saber exactamente todos tus pensamientos ¡No intentes ocultarmelo!
— Madre...
— ¡Suficiente! — Volvió a endulzar su voz. — Esto se arregla de manera rápida y sencilla, querido: solo debo mandar a una de mis mascotas y...
— ¡No! — Su voz era fuerte y rotunda, no cambiaría de opinión por nada del mundo.
— ¿Por qué te niegas? Sería mucho más rápido así. Solo debemos...
— Me encargaré yo mismo del dije.
— No lo creo. —Una tercera voz interrumpio la discusión de madre e hijo.
Ambos voltearon en la dirección de la que provenía. La enorme sala circular mostraba que tres figuras se les acercaban por los costados. Leonor sonreía complacida de sí misma mientras los apuntaba con una flecha, al tiempo que Rovener daba pasos cautos hacia ellos y Lawrence se acercaba con sus brazos en su espalda despreocupadamente.
— ¿Ah sí que la pobre campesina tiene un objeto de los Magos? — Lawrence sonrío sadicamente. — Humanos, son tan tontos incluso si son inmortales.
Leran respiraba agitadamente mientras sentía como la adrenalina se empezaba a desatar en su interior. Aquel íncubo no era un simple demonio. No, para nada. Hasta él mismo podía notar que la lujuria lo había abandonado: ahora solo quedaba en él resentimiento, odio y hambre de muerte.
Curiosamente, cuando el íncubo pasó la mirada por los objetos mágicos, pareció alterarse ligeramente al observar los ojos plateados de la chica de las arenas, ojos que hacian perfecto juego con el trono y la decoración de los alrededores. "Nafisa", pronunció por lo bajo.
— En fin, el que tu tengas cinco objetos puede ser muy malo para nosotros — prosiguió el íncubo — Iré por el dije, ustedes ya saben que hacer.
Leran no tuvo tiempo de realizar ningun movimiento, pues el demonió desaparecio rápidamente en medio de una repentina brisa. ¡Maldita sea! Debía actuar rápido, antes de que aquel inmundo ser lograra su objetivo... así que intentó ahogar los pensamientos de pavor e ira que le invadían cuando pensaba en el demonio dirigiendose hacia Diot.
— Ilusos, ¿creen que les tememos? — Preguntó su madre mientras empezaban a surgir flamas plateadas de su cetro.
— Cuidado, su majestad. — Dijo tranquilamente Leonor. — O podría quemar esto con sus tan preciadas flamas malditas.
Levantó la mano, triunfante mientras dejaba ver un pequeño cofre de madera en ella. El rostro de la reina se descompuso al ver que, literalmente, tenía en sus manos el corazón de su hijo. En ese mismo instante Leonor se desvaneció, más su voz se escuchaba en todo el salón:
— Nunca que creí que cayeras en esa ilusión, Leran. Me encantaría aplastar tu estupido corazón ahora mismo, puedo sentirlo latiendo en mis manos... pero quiero ver como la vida escapa de tus ojos así que jugaremos por un momento. ¡Ven a buscar tu frío y patético corazón! Rovener, avisame si esa bruja hace un solo movimiento y aplastaré esta cosa con la suela de mi bota.
Rompió a reír histericamente mientras Leran salía del salón para iniciar su busqueda.
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Diez estrellas y un deseo
Adventure¿Qué tienen en común una campesina, un cazarrecompensas, una muerta viviente, un híbrido, una reina caída, un íncubo y un rey? Todos tienen un deseo que quieren cumplir. Se dice que aquel que obtenga una posesión de cada uno de los diez antiguos mag...