67. Septima estrella

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L a criatura que tenía delante suyo era realmente aterradora, toda ella olía a sangre y muerte: tenía al menos dos metros de estatura, de la cabeza le sobresalían dos pares de cuernos retorcidos negros, en lugar de piel parecia tener escamas con humo negro sobresaliendo de esta que dificultaba ver el resto de su figura. Los ojos del ser eran redondos y muy grandes en comparación al tamaño de su cabeza, con una coloración naranja tirando al rojo; parecía tener dos menbranas plegadas desde sus brazos hasta su torso que iban desde sus axilas hasta las caderas... pero lo más perturbante que Rovener podía ver, era la infinidad de rostros deformes que rodeaban por todo el cuerpo al ser: humanos, animales, rostros que no parecían ninguno de los anteriores se sopreponían unos a otros y estaban en constante desplazamiento por todo su cuerpo.

—¿Qué eres?

—Sólo soy yo.

—¡Responde!

—¿Cómo se supone que responda una pregunta a la que ni yo sé la respuesta?

—Tu...

—Existo desde mucho antes que el primer hombre pisara este mundo, vago por estas tierras cómo un alma perdida. Al principio busque saber más sobre mi existencia, pero no importaba cuantos sabios encontrara, cuan grandes fueran las bibliotecas que consultara ni las leyendas que siguiera; no pude averiguar que soy hasta el día de hoy.

Rovener aún mantenía su mirada fija en la criatura que decía ser su padre, si bien lo había visto con algo de temor y repulsión, ahora lo veía con algo de tristeza y compasión... Ahora sabía que no estaba solo en cuanto a no saber sobre su origen y lo que era en realidad. De tal palo, tal astilla.

—Está bien, ahora cuentame sobre mi madre.

— He vivído tanto tiempo que muchos episodios se han borrado de mis memorias, pero jamás olvidaría a tu madre. Ella era un buena persona, no era más que una niña cuándo la conocí: una noche decidí quedarme en un corral a dormir pensando que estaba abandonado, pero resultó ser de la familia de tu madre y ella me descubrió, más no me delató. Volví las siguientes noches para poder descansar allí nuevamente y así paso el tiempo, a veces encontraba comida escondida para mí y otras noches tu madre y to hablabamos largamente, jamás había conocido un humano más curioso y lleno de pasión por la vida.

—¿Ella sabía lo que eras?

—Bueno, ella se lo imaginaba y me pedía que le mostrara mi verdadera forma, pero siempre me negaba: creía que si me veía se alejaría para siempre de mí... hasta que una noche se escabulló y me descubrió con mi forma genuina. Solto algunas risas débiles. Yo estaba furioso, y le habría arrancado la cabeza de no ser porque era ella.

—Mi madre...

—Sé lo que vas a decir, pero no, no huyo ni se aterrorizó. Me observó en silencio y luego me dió la espalda para marcharse, sabiendo que quería decapitarla. Así de sencillo; y al día siguiente me dijo que se alegraba de que volviera y se disculpó por su indiscreción, ya te imaginarás el resto... luego naciste tu.

—¿Por qué la abandonaste?

—Yo no la dejaría nunca y jamás lo hice: fue ella la que se marchó.

Rovener se quedo callado. Sentimientos encontrados y confusos lo envolvían mientras intentaba asimilar todo lo que acababa de escuchar

—Escucha hijo mío, sé que tendrás muchas preguntas y pienso responderlas todas pero ahora no hay tiempo: la Caza de Estrellas ya casí termina y puede que sea la última que el mundo vea dado que casí no queda magia. Debes obtener todos los objetos y cumplir tu deseo.

—Pero, lo que yo quiero...

—¡Sé lo que quieres y lo que querras! Lo que está por venir definirá este mundo para siempre, la magia podría salvarse así como podría extinguirse para siempre; está en las manos de aquellos que tienen los objetos de los Diez Antiguos Magos. Debes irte ahora.

El joven no tuvo tiempo de responder, pues la nieblina negra lo envolvió y cuando se dispersó se encontraba solo en medio de arenas claras, con un fuerte sol calentanto su cuerpo y un implacable viento que levantaba la arena y entorpecia la vista.

—¡Maldita sea!

Volteó la cabeza de improvisto y observó un oasis a lo lejos. Bueno, si iba a caminar por el desierto durante tiempo indeterminado debía beber y comer todo lo posible cuánto antes. Desganado y sin muchos animos se dirigió hacia el oasis mientras aún pensaba en sus padres.

¿Por qué su madre había decidido dejar a su padre? ¿Cómo se suponía que supiera más de sí mismo si, luego de miles de años de busqueda, ni su padre había encontrado rastros de sus orígenes? Todo le parecía confuso y empezaba a sentirse agobiado así que decidió centrarse solo en una cosa: conseguiría los diez objetos para la Caza de Estrellas y se los llevaría al rey Valdro, eso era todo. Ahora le servía y le debía respeto y obediencia en honor a haberlo liberado de la torre.

De repente se detuvo. El oasis había desaparecido de su vista. Volteó en todas direcciones buscandolo, lo vió a sus espaldas. ¿Acaso se había desviado en algun momento sin que se diera cuenta? En fin, solo debía corregir su rumbo. Volvió a hacerlo y, en el momento en que se perdió en sus pensamientos nuevamente, el oasis volvió a desaparecer y reaparecer en su espalda.

Acababa de llegar a ese desierto desconocido, no tenía hambre ni sed así que era imposible que estuviera alucinando... ¿Qué estaba pasando? Debía encontrar alguna manera de salir del desierto o no tardaría en morir de algo tan ridículo como el hambre.

Lejos, muy lejos, un par de ojos lo observaba mientras se decidía que hacer con aquel extraño ser que había terminado tan abruptamente en sus tierras.



Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora