47. El cofre

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¡¿Cuál era su problema?! Le daba una bolsa entera de monedas, la guiaba hasta los magos... y ahora desaparecía de su vista. Esto era inaceptable, sin duda Nafisa era una joven indisciplinada y muy rebelde, además de torpe e incompetente.

Golpeó contra el suelo el extremo de su cetro plateado, provocando un gran estruendo que se oyó por todo el salón. Confiarle la tarea de reunir los diez objetos había sido una gran error de su parte, estaba claro que Nafisa no le serviría mucho... debía recurrir a medidas extremas. No la mataría, claro, la conservaría como un peón sacrificable.

Pues bien, rogó que las demás piezas estuvieran bien posicionadas para usar a su rey. Él sería alguien más competente que Nafisa, era mucho más hábil y poderoso que ella, por supuesto que más dócil y manipulable también. Era hora de que le fuera útil después de todo... no por algo lo había dejado vivir luego de que la condenara al exilio y maldijera para que nunca pudiera dejar estas tierras muertas que solían ser su reino. Gracias a él estaba atrapada en estas tierras malditas.

Se dirigió nuevamente a la habitación que contenía la esfera flotante... Nuevamente se escucharon los susurros y las vocecillas desde su interior. Acercó su cetro a la esfera y pudo divisar a los concursantes de esta Caza de Estrellas. La tonta campesina, la consumidora incompleta, el híbrido ingenuo, el cazarrecompensas vanidoso y todos aquellos relacionados a estos primeros.

Mmmm la posición de la campesina no era la idónea, pero si sobrevivía al elfo puede que ella fuera un gran peón. Sin perder más tiempo se dirigió a través del pasillo hacia la puerta negra. Había estado cerrada casi por el mismo tiempo que ella llevaba atrapada en esas tierras, ahora era el momento de abrirla... era menester para poder utilizar a él.

La enorme puerta crujió cuando empezó a abrirla. Las telarañas se desprendieron del marco y una ligera brisa barrio todo el polvo que se había acumulado en la entrada, levantando grandes nubes de polvo. La habitación era como cualquier otra, en ella había una elegante cama con sabanas muy bien acomodadas completamente ennegrecidas por todo el polvo de cerca de 300 años, unos ventanales también ennegrecidos que casí no dejaban pasar la luz exterior, una mesa mediana y otros muebles.

Sobre la mesa más cercana a una ventana, estaba el objeto que ella buscaba: un pequeño cofre. Este estaba empolvado y cubierto por telarañas. Ella se acercó lentamente y lo tomo como quien levanta a un recién nacido. De inmediato las llamas plateadas que surgieron de su cetro hicieron desaparecer todo rastro de suciedad del cofre. Lo abrazó contra su pecho y lloró en silencio. Todo había sido su culpa, lo sabía... pero ahora, para remediarlo, no le quedaba de otra más que utilizarlo.

Cargando cuidadosamente el cofre, se lo llevo al gran salón y lo puso en su trono. Ella empezó a dar vueltas por el salón intentando que la ansiedad no la dominase mientras dirigía la mirada una y otra vez hacia el cofre.

— Ha pasado el tiempo. — Habló sola y solo su eco le respondió. — No nos hemos visto desde el día en que esta pesadilla se desató, ¿cierto? Escucha, sé que ambos cometimos toda clase de errores y que somos demasiado orgulloso para admitirlos... Tengo que remediar todo esto, todo lo que causé y para eso necesito obtener el deseo de la Caza de Estrellas.

Dejo de deambular por el salón y se acercó amenazadoramente al cofre mientras hacía retumbar el suelo con su cetro a cada paso que daba.

— ¡No oses recriminarme! ¡Quiero enmendar lo que hice! ¿Es que no lo ves? ¡Fue tu culpa en parte! — Sujetó el cofre y comenzó a sacudirlo frenéticamente. — Tú... tú me obligaste... ¡Así que ahora me ayudarás a conseguir el deseo y arreglar todo! ¡Todo volverá a su cauce! ¡Me desharé del cetro y tú y yo... moriremos al fin!

Paro de agitar el cofre y lo estrujo contra su pecho, llorando amargamente. Dejó caer su cetro y continúo llorando.

— Lo siento, en serio lo siento. Perdóname. Fue mi culpa. Todo fue mi culpa, absolutamente todo, tu solo querías ayudarme y me advertiste... No te culpo por lo que me hiciste...

Subitamente dejo de abrazar al cofre y sus sollozos pararon. Miro el pequeño cofre, sus ojos se llenaron de odio e impotencia. Arrojo el cofre contra la pared del salón mientras lanzaba un grito ensordecedor.

— ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! — Gritó con voz desgarrada. — ¡Sé que por mi culpa los dos moriremos! ¡Lo sé! Pero después de todo, todos nacimos para morir ¿cierto? Eso fue lo que me dijiste aquel día.

Se dirigió al cofre y lo levantó con delicadeza.

— No fue mi intención arrojarte. Lo siento, déjame ver si estás bien. — Lo abrió con cuidado y miró en su interior. Solo, en una esquina del cofre, aun latiendo, estaba un corazón humano. Con una sonrisa comprobó que estaba intacto y volvió a cerrar el cofre. — Me ayudaras ¿cierto? Yo lo sé. Los lazos familiares nunca se pueden negar.

Beso tiernamente el cofre y lo guardo entre sus ropajes.

—Siempre te amaré, hijomío.


Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora