26. Mortus

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— ¿E-esto es la Pradera de los Cuervos?

— Ajá — sonaba muy malhumorado y serio.

— ¿P-pero y los cuervos? ¿Y la pradera?

Leran ni se molestó en responderle, solo continúo avanzando lentamente, aferrando las riendas del caballo para impedirse abofetearla.

Estaban avanzando por un terreno completamente negro: césped, rocas, incluso las plantas eran negras pero estaban vivas. Una extraña neblina dificultaba la visión, al menos esta no era negra, solo de un color plomo obscuro.

Diot miraba a todas partes, intentando encontrar algo de sentido en esas misteriosas tierras, pero aun así no podía creer que todo fuera negro. ¿Acaso era una tierra maldita? ¿Había alguna causa natural para eso? A medida que continuaban su camino, ella iba preocupándose más y más.

— I-Ihara, tu vestido e-es muy bonito — dijo, buscando un tema de conversación que la distrajera de su creciente pánico.

— Ya veo.

— D-dime, por favor, ¿a dónde fuiste luego de que nos separáramos?

— A devorar cadáveres frescos de ejecutados.

— Qu-que interesante — se volteó en dirección contraria estando aún sobre su caballo, y empezó a hiperventilar.

Leran escuchaba atentamente la conversación de las chicas, sabía que llegado un punto, la monstruo pasaría al siguiente nivel en su hambre, así que debía vigilarla muy de cerca; no volvería a confiarse.

— ¡Un cuervo! — gritó Diot mientras señalaba algo aliviada al cielo.

Sus dos compañeros levantaron la vista; efectivamente, ahí estaba un punto negro que se acercaba en picada hacia ellos, haciéndose más y más grande poco a poco.

— ¡Ja! Eso no es un cuervo.

— ¿Ah no?

— No — Leran se bajó del caballo mientras la cosa descendía. — Es un mortus.

— ¿Qué los trae por estas tierras, forasteros? — pregunto una voz gruesa y distorsionada, como si hablara desde dentro de una caverna.

Un esqueleto humano alado había bajado de los cielos, aún tenía algo de cuero cabelludo adherido a su cráneo, las cuencas vacías y pedazos de armadura en una que otra parte de su cuerpo, sus alas eran completamente negras, salían de su espalda y se parecían a las de una gran ave.

— Nos dirigimos a Luna Rota — Leran le respondió despreocupadamente mientras se acercaba al extraño esqueleto.

— Imagino que por oro y plata, como todos...

— Algo así, mi alado amigo.

— Son muy valientes o muy tontos.

— G-gracias, señor — Diot le respondió desde su caballo.

— ¡¿Una mujer?! — El esqueleto pareció emocionarse, sus alas se abrieron y empezaron a batirse frenéticamente, provocando que polvo negro se elevara del suelo. — Hace años que no pruebo bocado de una mujer, me daré un festín.

— Como sea, luego déjanos atravesar estas tierras en paz — le respondió Leran con un dejo de aburrimiento.

Antes de que alguien se moviera, el cazarrecompensas bajó a Diot de su caballo de un tirón y la arrojó a los pies del esqueleto. Ella miró a Leran entre aterrorizada y confundida, y luego al extraño ser alado.

— ¿Qué crees que estás haciendo? — Ihara se había aproximado por detrás a Leran, y observaba a Diot en el suelo.

— Los mortus rara vez andan solos, y no te gustaría encontrarte con ellos cuando están furiosos.

— Descuida niña — interrumpió el esqueleto. — Mi alimento es básicamente inofensivo: yo me como los pensamientos felices de las personas.

— Eso deja claro porque no te cenaste los de Leran — dijo Ihara.

— ¿Qué estas insinuando? — dijo este molesto.

— Como sea, ¿significa que Diot dejará de ser feliz?

— No exactamente, estará algo triste y confundida un par de horas o días... luego todo volverá a la normalidad en ella —respondió el esqueleto.

Se agachó junto a Diot y la miro fijamente a los ojos; de sus cuencas vacías, una tétrica sombra negra salió, envolviendo la cabeza de ella poco a poco y luego volvió al cráneo del mortus, introduciéndose nuevamente en su interior.

— ¿Eso es todo? — Ihara pensaba que la cena de un ser tan tétrico sería algo más... violenta.

Pudieron ver como las sombras bajaban desde la cabeza del ser hasta la misma tierra a través de su huesuda columna, fundiéndose con el suelo y volviéndola a aún más negra. El esqueleto levantó vuelo sin decir nada y se perdió entre la neblina.

Diot se paró, volvió a montarse sin decir ni una sola palabra y sin mirar a sus dos compañeros de viaje, luego hizo que su caballó partiera al trote. Leran montó y los tres se perdieron entre la niebla.

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Nota de la autora.

Lamento no haber subido un capítulo ayer (cosas de la U), en compensación hoy subiré dos capítulos: 26 y 27, no se salten ninguno :)


Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora