11. El rio Desfalleciente

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Diot despertó con el suave movimiento del caballo bajo ella, abrió los ojos lentamente y observo que estaba sentada de costado con la cabeza apoyada en el brazo de Leran mientras ambos cabalgaban suavemente.

— Finalmente despiertas — dijo estando claramente fastidiado, — ya quería dejarte caer.

— ¿Q-qué paso? ¿Dónde estamos?

— Te desmayaste luego de que tu "mascota" rechazara tu pequeño acto de caridad de anoche. No podía esperar a que reaccionaras, quizá nunca lo hubieras hecho, así que te puse en mi caballo y henos aquí.

— ¿Aquí? ¿Aquí en dónde?

— El Rio Desfalleciente. Al fin llegamos, ahora solo debemos cruzarlo.

— ¡¿En serio?! ¡Quiero verlo! — Un fuerte dolor le impidió incorporarse del todo; observo que tenía su brazo derecho cubierto con telas gruesas y en un cabestrillo improvisado. Entonces, recordó todo el incidente de la noche pasada. — ¡¿Dónde está Ihara?!

— Casi te mata anoche, ¿y preguntas por ella?

— Solo responde.

— Está atrás nuestro. Ahora presta atención, solo hay una forma de cruzar el rio, y es dejando algo atrás, algo valioso para tí.

— ¿Algo atrás? ¿A quién hay que dárselo?

— A nadie en particular: el rio sabe cuándo estas dejando algo y te permite cruzarlo. Fin.

En efecto, a lo largo de esa orilla del río se encontraban un sinfín de objetos y hasta animales; desde espadas, armaduras, alguna que otra moneda de oro, hasta caballos, ovejas. El rio Desfalleciente era, sin duda, muy ancho, tenía una corriente que no parecía muy fuerte, y las montañas verdes que lo rodeaban demostraban cuan hermoso era el lugar. Diot pensó que muchos viajeros debían viajar grandes distancias para contemplar ese mágico lugar.

— ¿Qué pasa si no dejo nada y cruzo?

— Morirás.

— ¡¿Qué?! ¡¿Cómo?!

— No lo sé, solo sé que algo que te matará ocurrirá antes de que logres alcanzar la otra orilla — se rascó el mentón desinteresadamente.

— ¿E-en serio?

— ¿Tengo cara de que me gusten los chistes?

— Bien, entonces dejaré algo de comida y...

— Nada de eso, campesina. ¡Debes dejar algo de gran valor para ti! Este rio es el mejor en desbaratar a toda persona; es mi inspiración para seguir adelante.

— ¿Quieres ser extorsionador?

— ¡No! ¡Quiero ser el mejor extorsionador del mundo!

En ese momento, escucharon salpicar el agua: Ihara estaba metida en el rio, con el agua llegándole hasta las caderas y subiendole más a cada paso que daba, ni siquiera se había tomado la molestia de quitarse las ropas o al menos levantar su falda.

— ¿Qué crees que estás haciendo, monstruo? ¡Las necesito vivas a ambas para que me pagu...!

— ¡Lo sé, idiota! — El agua ya le llegaba a la altura de los hombros – ¡Ya dejé algo atrás! Los esperaré en la otra orilla.

Vieron cómo se alejaba y, cuando ya solo era una lejana figura, salía ilesa en la orilla opuesta. Diot se preguntó que podría haber dejado atrás al mismo tiempo que Leran se decía a sí mismo que esa noche ataría a ese monstruo y la obligaría a disculparse por ofenderlo.

— ¿Y bien? No tenemos todo el día — dijo él arrojando una de sus dagas al césped y desmontando del caballo para hacer que este entre en el agua.

— No tengo nada que dejar atrás.

— ¿Estás segura? ¿Ni collares, algún adorno para el cabello?

La chica toco entonces su cabello. Era hermoso, suave y le llegaba hasta la cintura, tenía el color pelirrojo oscuro de su padre y era lo único que le traía recuerdos de él. Pasó su mano por este de forma incosciente. Leran observo el gesto con expresión aburrida, quería tirarla del caballo y dar media vuelta ¡Había dejado una de sus preciadas dagas para cruzar ese asqueroso rio!

— ¿Tu cabello te es preciado?

— S-sí.

— Entonces es lo que dejarás: córtalo.

— Pero...

El chico no le dio tiempo de completar su respuesta. Tomó una de sus dagas, sujetó todo el cabello de la chica y se lo corto de un solo movimiento, acto seguido lo arrojo a la orilla, aún sujeto en una cola de caballo. Diot no dijo nada y solo volteo a ver la orilla de la que se alejaban mientras se tocaba su cabello, que ahora le llegaba hasta mitad del cuello.

¡Quería cruzar y sabía que eso era lo único que podía ofrecer al rio a cambio! No tenía razón alguna para ir con sus dos compañeros de viaje, pero tampoco tenía otro lugar a donde ir; los acompañaría hasta su destino y luego se marcharía a la ciudad más cercana, además, Diot no lo había mencionado, pero quería encontrar a Hann. Sabía que quizá su padre y Pestrik estuvieran muertos, pero Hann... Hann no, estaba segura.

— Leran...

— Bah, si quieres agradecerme más vale que me pagues pronto. Yo volveré a mis asuntos, tú a mendigar y en cuanto a tu "mascota"... no sé qué ocurrirá con ella, pero sería genial si decidiera borrar su existencia de la faz de la tierra.

Diot continuó observando la orilla que acababan de cruzar hasta que la perdió de vista, mientras mentalmente se despedía de su pequeña aldea, algo que le decía que no regresaría jamás a ella.

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora