53. Perdida

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Nafisa escuchaba constantemente los gruñidos de Abb, pero había decidido ignorarlo hace ya varias horas. Detrás de ella, caminaba Lawrence, con las manos en la nuca, silbando despreocupadamente, era él a quien gruñía Abb.

— Entonces, ¿este es el plan? — preguntó Lawrence.

— ...

— ¿Caminar sin sentido hasta que hallemos algún rastro de...lo que sea que estés buscando?

— ...

— ¡Oh, vamos! No me has hablado desde hace dos días.

— ...

— ¿Sabes? Podría largarme en cualquier momento, pero he decidido quedarme a tu lado hasta que me hables.

— ¡Maldita sea! ¡¿Por qué no lo dijiste antes?! Si eso se requiere para que dejes de seguirme, seré un maldito loro.

— Eso fue hiriente.

— Esa era la intención. ¿Y bien? ¿Esperas invitación para largarte?

— Bueno, la verdad...

Nafisa cayó de rodillas y escupió sangre, mientras intentaba cubrirse la boca.

— Oye, chica gruñona, ¿estás bien?

— Sí, sí, sí. Todo en orden. — Lo dijo mientras se ponía de pie y se limpiaba la sangre con el dorso de la mano.

Maldita sea, seguramente la loca plateada se empezaba a desesperar por su ausencia. Era un claro mensaje: "Aparece o te asesino". Debía darse prisa en alcanzar algún lugar donde ella sí pudiera percibirla, pero había caminado durante dos días y aparentemente seguía sin poder detectarla.

Se dio la vuelta dispuesta a rebanar la garganta del demonio odioso que la seguía, pero se vio sola en medio de las aguas sucias rodeadas por acantilados en las que habían estado caminando todos esos días. ¿Dónde se había metido? Bueno, al menos ahora estaba en paz.

Continuó caminando mientras el agua le llegaba hasta la cadera, intentado imaginar quien podría ser esa loca bruja plateada. No conocía mucho la historia del Continente Central, así que no sabía nada de reyes, ni reinos ni hechiceros. Recordó aquella vez que conoció a un anciano que aseguraba haber matado al último dragón, se mostraba orgulloso de ello ante todos, pero Nafisa descubrió que era un hecho que lamentaba profundamente.

¿Cómo se sentiría acabar con algo? Dejarlo sin la posibilidad de renacer... Ella se preguntaba si realmente los dragones y la magia habían desaparecido o desaparecerían. De repente vió con el rabillo del ojo una sombra moverse a su lado izquierdo. Giró la cabeza rápidamente, pero no vio nada ya. Unos susurros empezaron a oírse, se hacían cada vez más audibles.

— ¿Es una mortal?

— Creo que sí.

— ¿Entonces que hace aquí?

— No lo sé.

— Idiotas, miren su pecho.

— ...

— ¿Lo ven? Justo ahí, sí.

— ¡No tiene corazón!

— Eso explica porque está aquí y no más profundo.

Las voces venían de todas partes, como si ella estuviera en medio de un gran gentío. Nafisa extrajo su sable de la espalda y volteo en distintas direcciones, pero solo veía la sucia agua y los acantilados tan altos que casi no dejaban entrar la luz del día. Miro hacia el cielo, ahora una pesada neblina impedía la entrada de la luz por completo.

— ¿Creen que nos haya escuchado?

— Tengo hambre.

— ¡Tú siempre la tienes!

— Esa araña en su hombro es nueva...

— ¿No estaba con un hombre hace un segundo?

— ¿A quién le importa?

Nafisa perdía la paciencia, así que empezó a caminar nuevamente mientras ignoraba a las voces.

— ¡Se está yendo!

— ¡Habrá que decirle que tu hambre nos hizo perderla!

— Decirle eso al chaman no será bueno.

— ¡¿Cual chaman?! — Nafisa gritó levantando la mirada a cielo.

Un silencio incomodo se instaló de inmediato. Sabía que los dueños de las voces andaban aun ahí, pero quizá los había asustado.

— E-escuchen, no voy a lastimarlos, solo quiero saber más del chaman al que mencionaban...

— Dice que no va a lastimarnos. — Se oyó un susurro por lo bajo.

— Aún tengo hambre.

— ¿Por qué siempre tienes que hacer esto?

— ¿A qué te refieres?

— Decir que tienen hambre siempre.

— ¡Cállense los dos!

Sonidos de golpes y resoplidos se empezaron a oír. Nafisa guardó el sable y se preguntó qué estaba haciendo con su vida en ese preciso instante. Quizá dejar que la loca plateada estrujara su corazón era lo más indicado, después de todo ya era bastante patética.

De repente, volteó su rostro instintivamente, provocando que su nariz chocase contra la de Lawrence, que tenía una sonrisa complacida en la cara. Retrocedió de un salto, no sin antes haberle dado una bofetada.

— ¿Qué crees que estás haciendo, pervertido?

— Solo volví para...

Una figura obscura apareció a sus espaldas y saltó sobre ellos, provocando que ambos gritasen como poseídos. Antes de poder rebanarle la garganta, Nafisa se dio cuenta que era un niño.

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora