37. Tercera Estrella

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— Al fin despiertas, querido.

Leran empezó a abrir los ojos lentamente. La cabeza le daba vueltas y no recordaba nada luego de haber reprendido a Ihara por intentar tocar su reflejo. Estaba tumbado boca abajo sobre un montón de almohadones de muchos colores chillones. Levantó levemente la vista. La habitación entera estaba llena de cachivaches de todos los tamaños y colores claros: animales de felpa, adornos ridículos, juguetes, espadas antiguas, cetros y bastones.

— Vamos, vamos, no tengo todo el día.

Dirigió su mirada hacia el lugar de donde provenía la voz afeminada de varón. Un hombre joven moreno lo observaba, tenía unos ojos color verde fluorescente que contrastaban contra su piel, su cabello era negro azabache con destellos azules, el lado derecho de este le llegaba hasta los codos, mientras que el izquierdo solo hasta los hombros.

— ¿Quién eres? — Preguntó Leran mientas llevaba una mano presuroso a su muslo para alcanzar sus dagas.

— ¿Buscabas esto? — el extraño mostró en su mano las dagas. — No pienso hacerte daño, a menos que me obligues — contestó medio divertido con su afeminada voz.

— ¿Dónde estoy?

— Primero las presentaciones, querido. Diganme dulzuras, ¿quiénes son ustedes?

Diot e Ihara se hallaban tomando té cómodamente sentadas en un pequeño salón con muchos cojines, o al menos Diot sorbía el líquido humeante de su vaso, mientras Ihara miraba a Leran con cierta ironía.

— Mi nombre es Diot y soy una campesina.

— Soy Ihara, consumidora. Encantada.

Todos voltearon a ver a Leran, que se sentó sobre los cojines lentamente y desvió la mirada, molesto.

— No seas tímido, guapo. — El extraño le guiño un ojo.

— Soy Leran, cazarrecompensas.

— ¡Mi turno, mi turno! — dijo el hombre mientras daba palmaditas y sonreía. — Soy el Mago Obscuro, pero pueden llamarme Monthor o solo Mon.

Se hizo un silencio incomodo en toda la habitación. ¿Ese chiflado era el Mago Obscuro? ¿El tenebroso mago que había estado al lado de los reyes antiguos y había destruido reinos en solo una noche?

De repente Monthor se supo tenso, borró su sonrisa y sus ojos se obscurecieron. Miró a cada uno de los presentes con detenimiento, como si pudiera ver su misma alma, dejo escapar un suspiro y pronuncio con voz profunda:

— ¿Alguno vio a mi ornitorrinco, chicos? — Se rascó la nuca claramente incómodo mientras se sonrojaba avergonzado.

— ¡Tú no eres el mago Obscuro! ¡Es imposible! — Leran lo tomó del cuello de su camisa y lo zarandeo.

— ¿P-por qué lo dices? — El hombre no oponía resistencia y había vuelto a recobrar su afeminado tono.

— ¡El mago era...! ¡Él hizo...! No importa. — Lo arrojó sobre el montón de cojines.

— Déjame convencerte querido. — Le dijo en tono dulce mientras yacia de barriga sobre los cojines, apoyando el peso de su cabeza sobre las palmas de sus brazos doblados.

De súbito el cuarto quedo a obscuras, mientras alaridos de criaturas se escuchaban. Leran podía sentir cosas que le rozaban todo el cuerpo, mientras algunas cosas pegajosas se escurrían por su espalda. Un ojo rojo apareció delante de él, a la altura de su rostro, luego otro, y otro y otro hasta que estaba completamente rodeado de ojos rojos de todo tamaño con pupilas de distintas formas. Una enorme línea oblicua se dibujó entre los ojos, para luego pasar a abrirse, mostrando ser una boca con muchos dientes filosos y varias filas de estos, como los tiburones. Dentro de la boca, Leran la vio por primera vez en mucho tiempo. Pese a estar aterrado y sudar en frío con solo verla, se mantuvo firme y no apartó la mirada de ella.

De repente, los ojos y la boca fueron siendo absorbidos todos en una sola dirección, y cuando todos desaparecieron vio que el mago volvía a su forma original y el cuarto volvía a ser el de antes.

— Eres valiente cariño, de eso no hay duda, pero también tonto.

— ¿Q-qué pasó? — Preguntó Diot mientras observaba todo el sudor que corría por el rostro de Leran.

— Solo le enseñé una de mis mascotas. ¿Convencido?

— Tu... ¿qué te paso? — Leran se sentó en los cojines mientras miraba a Monthor, que ya se hallaba de pie reboloteando por la habitación.

— Sé que hice terribles cosas en el pasado, y nunca podré borrar todos mis crímenes, pero saberse el último de tu clase... te cambia de alguna forma. — Su voz sonaba seria y sus ojos mostraban que estaba perdido recordando cosas del pasado.

Se instaló un silencio pesado, hasta que fue interrumpido por Ihara.

— Hemos venido a...

— Sé a lo que han venido, y es una lástima que no pueda dárselos. — Respondió el Mago Obscuro encogiendose de hombros inocentemente.

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora