64. Maestro

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Rovener siguió a Lizir a través de callejones sucios con aguas estancadas, polvorientos en los cuales solo unas cuantas figuras encapuchadas sospechosas se desplazaban. Los callejones parecían laberintos y eran bastante malolientes, a veces podían verse manchas de sangre en el suelo o las paredes... realmente la ciudad había decaído.

Se preguntó que pensaría Jeanne si la viera ahora, a su tan hermosa y amada capital... Seguramente se negaría a creer lo que sus ojos veían: había amado tanto su reino que había soportado las humillaciones y burlas del príncipe Leran, su prometido. Las había soportado por meses, o quiza algo más de un año, él ya no lo recordaba.

Finalmente llegaron a unas gradas que se perdían en la obscuridad del subsuelo. No había nadie cerca y tampoco había mucho alrededor, solo algunas casuchas cercanas y un silencio espectral, además de la inquietud que Rovener sentía.

— Llegamos, muchacho. — Le dijo la anciana.

—Graci...

— Cierra la boca y agradeceme cuando nos volvamos a ver. — Le hizo callar poniendo su arrugada palma frente a su rostro. — Hasta otro día Rovener Grilling, caballero de Tierras Verdes y Heraldo del Rey Valdro.

Él observó como la anciana se daba media vuelta y se retiraba lentamente, hizo una venia en su dirección y luego se interno en las gradas. Se podían oír gotas cayendo y algún que otro golpeteo de pequeñas garras de ratas contra el suelo.

— Hola hijo.

Rovener volteo en todas direcciones, buscando el origen de la voz, pero no había nada ni nadie que alcanzara a distinguir entre tanta obscuridad. La voz era profunda, pero sonaba bastante humana.

— Es bueno verte. Has crecido bastante y eres muy parecido a tu madre... pero la ultima vez que te vi no tenías esos curiosos ojos que huelen a mujer. ¿Acaso tu...?

— ¡Callate! Yo jamas la lastimaría. Jeanne... ella... —. No sabía que decir, pues había sido su culpa. Todo había sido su culpa: el que Jeanne muriera y el que ella le obsequiara sus propios ojos extrayendoselos ella misma.

— En fin, eso no me interesa, solo debo agradecer a esa chica que te diera un nuevo par de ojos; como sea, acercate, quiero verte aún mejor.

Robener pudo ver que, de entre las sombras, salia un hombre alto, de cabello castaño, ojos verdes fluorescentes, pero lo que más llamó su atención fue el que su boca estuviera cocida con gruesos hilos negros.

— En serio te pareces a tu madre. — Era la voz del hombre, pero su boca continuaba cerrada. — Me alegra que vinieras a verme Robener, al igual que me alegra que heredaras mi longevidad. Ahora...

— Dime que soy... que somos.

— Justamente a eso iba: tu primero cuentame acerca de toda tu vida y te revelaré acerca de mi origen y lo que soy.

— ¿Por qué quieres saber de eso? No intentes actuar como un padre ahora.

— Mira, muchacho. — Sonó amenazante. —Me interesa eso por razones personales, además de querer asumir un poco el papel de progenitor y...

Rovener iba a desenvainar su espada cuando vió que el extraño hombre tenía en sus manos su espada. Reviso en su cintura y confirmó que era su espada.

— Déjame terminar: además no fue justo lo que le hice a tu madre, despues de todo fue la unica criatura que llegue a amar. — Pronunció mientras le arrojaba de vuelta su espada.

Rovener lo miró largamente, no podía creer lo que oía, ¿acaso ese hombre había perdido la cabeza? ¿"Amar"? Sí, claro; es natural dejar en la más completa miseria al ser que amas con un recién nacido en brazos. Respiró profundamente, necesitaba calmarse, asesinar a su supuesto progenitor no le beneficiaría en nada por ahora.

 — Bien, te contaré todo: mamá fue sirvienta del palacio durante un tiempo, hasta que la echaron y fue ahí donde Lizir se hizo cargo de nosotros. Ella te extrañaba y hablaba de ti todo el tiempo. Tu recuerdo terminó matandola.

Se instaló un pesado silencio. El hombre lo miro a los ojos brevemente y luego le dió la espalda alejandose mientras parecía flotar a escasos centimetros del suelo, pero no pudo ver sus pies pues una gruesa capa se lo impedía.

— No te debo nada muchacho. Solo hago esto por tu madre. — Le dijo friamente mientras intentaba no tener un ataque de rabia hacia su hijo. — Ahora hablame de tu tiempo en el castillo de Tierras Verdes, acerca de tu amada, no sé, de lo que sea que haya o es tu vida.

De mala gana, Rovener se dispusó a relatarle sobre sus vivencias: desde qué llegó a Tierras Verdes hasta el momento que fue aprisionado en aquella torre desolada.

— Fue Lizir la que me envió a Tierras Verdes para que pudiera servir como caballero, ahí conocí a Jeanne,  ella era la princesa de este reino, además la prometida del principe de Tierras Verdes. Cuándo la reina robó el corazón de su hijo, intenté ayudarlo pero se desvaneció, llevandoselo con ella. En su lugar dejó llamas plateadas, que no tardaron en consumir todo el castillo, quemando y calcinando cualquier ser vivo que tocaran. Llegué a los aposentos de Jeanne e intente ayudarla a escapar, pero mienstras cruzabamos los jardínes apareció Leran y luchamos...

— Leran, es el nombre del hijo de esa bruja plateada ¿verdad?

— ¿Lo conoces?

— Claro que sí: su madre, la reina, es mi aprendiz, después de todo. — Le dijo con una sonrisa en los labios y mostrando su verdadera apariencia.

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora