19. El desconocido del callejón

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— ¿En dónde carajos se metió la monstruo?

— Y-ya te lo dije, estaba a nuestro lado pero...

— ¡Maldita sea!

Leran había arrastrado, literalmente, por toda la ciudad a Diot mientras buscaban desesperadamente a Ihara. La torrencial lluvia no ayudaba en la visibilidad, y la mayoría de los mercaderes y habitantes se había refugiado en sus casas o carromatos, solo eran ellos dos y algunos cuantos guardias los que aún deambulaban por las calles.

— Leran, seguro Ihara sabe cuidarse sola, ella estará...

— ¡Cállate de una vez! — Clavó una de sus dagas en la pared a un costado del rostro de Diot al tiempo que la arrinconaba. — La busco para que no traiga desolación a Bantress, esta ciudad me da mis mejores trabajos.

— ¿E-ella? Pero es solo una...

— ¡Estúpida campesina! — desclavó la daga y le dio la espalda mientras se alejaba. — No sabes nada... Nunca debes descuidar a uno de esos monstruos, nunca.

— ¡Leran, espérame! — lo siguió a través del callejon y al dar vuelta a la esquina lo perdió de vista. — ¿Leran? ¡Leran! ¿Dónde estás? ¡Discúlpame, por favor!

Diot caminó intentando visualizar algo en medio de la tormenta, pero apenas si podía ver un metro por delante. ¿Dónde se podría haber metido Leran? Estaba segura que lo encontraría, después de todo tenía que pagarle lo acordado... ¿o sí podría abandonarla?

Mientras avanzaba completamente empapada, sus pensamientos se vieron atraídos por el cartel de antes que había visto en la taberna. Era imposible, se sentía completamente angustiada... había dejado ir a su pequeño hermano con un individuo buscado, un fugitivo. ¿Y si ya estaba muerto? ¿Y si los soldados los arrestaban y torturaban?

Entonces, un rayo cayó del cielo, iluminando una figura oscura delante de ella por breves instantes. Diot parpadeo confundida, pero ya no había nada. ¿Acaso se lo había imaginado? juraba que había visto la figura de un hombre alto y delgado, pero ahora solo podía ver el callejón vacío. Se dio vuelta, decidida a volver al punto donde se había separado de Leran.

— ¿Estas perdida? — preguntó una suave y amable voz masculina, que por alguna razón le provoco escalofríos.

— N-no — se apresuró a decir.

No veía de quién o de donde venía la voz, por eso terminó estampándose contra algo suave que, supuso ella, era el pecho de su interlocutor.

— Oh, lo siento, fue mi error — el hombre sonó amable.

La constante lluvia y la poca iluminación no hacían posible verle el rostro al sujeto.

— N-no se pr-preocupe.

Había algo que le gritaba a Diot que corriera, que huyera por su vida, así que decidió obedecer a su instinto y hecho a correr empujando al sujeto a un lado.

— ¡Leran! ¡Leran, ayúdame por fav...!

No alcanzó a completar la frase. Nuevamente choco contra algo, pero la fuerza del impacto hizo que saliera despedida hacia atrás. Cuando pensaba que caería pesadamente contra el suelo, sintió que alguien sujetaba su brazo impidiendo su caída, luego jaló de este haciendo que ella terminara apoyada en el pecho del desconocido, quien rápidamente la rodeo con sus brazos.

— Es de mala educación salir corriendo cuando estás hablando con alguien, querida.

— L-lo siento... — Diot buscaba con la mirada alguna ruta de escape de su agarre.

— Mírame a los ojos cuando te hablo — el hombre la sujeto de la mandíbula y le obligo a levantar el rostro, mirándose ambos directamente a los ojos.

Dorado y celeste. Celeste y dorado. Esos eran los únicos colores que podía ver, lo único que podía distinguir en ese preciso momento, para ser exacta; la lluvia dejó de sonar y de mojarla, los rayos ya no iluminaban y los truenos ya no retumbaban en sus oídos. Esos ojos, esos hermosísimos ojos... uno celeste y otro dorado...

A medida que esos ojos empezaban a relucir y a convertirse en agujeros negros, Diot poco a poco fue perdiéndose en ellos.

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora