77. Gotas de agua

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Rovener y Leerany se observaban en el más completo silencio. Él empuñaba su espada firmemente, mientras que ella solo le dirigía una mirada de reproche sentada en su hermoso trono plateado.

— Veo que sigues igual de sumiso que siempre, caballero.

— ...

— Has vuelto a este lejano reino después de todo este tiempo, creí que nunca lo harías, que la lección que te enseñe te mantendría alejado de mis asuntos.

— Comprendí que alejarme de todo esto no iba a solucionar nada, si quería cambiar algo debía hacerlo por mi mismo.

— ¡Fue tu culpa el que Leran renegara de mí, el que me condenara a vagar eternamente en este castillo!

— Fuiste tu la única que se ganó su desprecio, reina Leerany.

— ¡Silencio!

— ¡El príncipe renego de su vida inmortal, llegando a perder la cordura y asesinando a la joven Darefall!

La mujer quedo callada por unos momentos. A su divagante mente llegaban recuerdos de ese día donde el caos y la muerte se había librado, sumiendo a su amado reino en las más densas tinieblas de la obscuridad y el tiempo.

Cúando le extrajo el corazón a su hijo, tuvo que acusar de traición y asesinato al joven Rovener para hacerlo callar, ya que había sido el único testigo de esos acontecimientos. Leran había perdido la conciencia por un breve tiempo cuando ella finalizó el hechizo, pero al despertar la rabia y el odio hacia ella y lo que le había hecho lo cegaron.

Tanto la reina como Rovener intentaron tranquilizar al heredero, pero este hizo todo el recorrido desde sus aposentos hasta el enorme patio del castillo envuelto en gritos y atravesando a todo aquel que se cruzara en su camino con su espada. Ni nobles ni sirvientes se salvaron.

Joanne había acudido a observar toda la conmoción causada y se encontraba atravesando el patio cuándo los tres personajes eufóricos llegaron a este. Al verla, Leran se dirigió a ella sin miramientos, siempre la había detestado y ahora no había nada que ni nadie que le hiciera respetarla. Rovener intentó protegerla, Leerany sabía que su pobre hijo no era rival para el joven caballero; temiendo por los daños que podría causarle le cego usando un hechizo maligno.

La joven acudió en ayuda de Rovener, que yacía ciego en el suelo. Sabía que nadie la podría salvar esta vez. Su pecho subía y bajaba agitadamente mientras veía a su prometido acercarse paso a paso a ella.

— Por favor, por favor su majestad ¡Dadle mis ojos a este joven caballero! ¡Dejad que al menos eso pueda hacer por él! — Le suplicó a la alterada reina que se encontraba quieta unos pasos por detras de su hijo.

Antes de poder contestarle, Leran le cortó la garganta de un tajo. Su cuerpo inerte y ensangrentado cayó a un costado de Rovener, con sus largos cabellos rojos cayendo suavemente en por su espalda y cubriendo la grotesca herida mortal, la joven parecía solo dormida.

— Lo siento, querida, nada de esto debería haber sucedido — le dijo tristemente mientras observaba el cadaver de la princesa. Esto era realmente malo. El Rey Darefall declararía la guerra al enterarse de la muerte de su hija, ella lo sabía. En un acto de bondad, usó su magia para cumplir el pedido de la princesa, otorgandole sus bellos ojos verdes a Rovener.

Por otra parte, Leran seguía exparciendo la muerte a todo aquel que se acercara al gran patio, enloquecido y ciego por la ira e impotencia que sentía. Nunca podría morir y eso le hacía sentirse como un ser inmundo y repugnante. Todo su orgullo había sido pisoteado por la única persona a la que admiraba: su madre.

— ¡Es suficiente! — Leerany gritó a su hijo.

Lejos de obedecerla, Leran se dirigió a ella para empezar una batalla contra su propia madre. Ella desvió el primer golpe de la espada con un cetro que materializó, pero el golpe fue tal que lo resquebrajó, ocasionando una fuerte explosión de energía que lanzó a ambos por los cielos en direcciones contrarias. Ella cayó incosciente.

Al despertar, la reina notó que todo el palacio era un caos. Los guardias buscaban al responsable de tal matanza, ya que todo testigo había sido asesinado y Leran había desaparecido sin que nadie supiera su paradero. Fue ahí donde ella notó que no podía salir del castillo gracias al daño que su cetro sufrió y acusó a Rovener de todo el caos y muerte para librar a su hijo y la propia imagen del reino de la desgracia. El joven caballero fue encarcelado en aquella torre mágica y el reino cayo'ó en una espiral sin fondo de pobreza y desolación. En pocos años ya nadie se acercaba siquiera a Tierras Malditas y nació la leyenda del reino maldecido por su propia reina.

— Madre.

El llamado de su hijo ingresando en el salón del trono la hicieron volver al presente. Si el estaba aquí significaba que había resultado victorioso en su reciente enfrentamiento contra aquella joven arquera. La reina suspiro algo aliviada.

Rovener observo con expresión neutra al joven príncipe y este también le devolvió la mirada. Los dos sabían frente a quien estaban y albergaban emociones que creían olvidadas y enterradas por el paso del tiempo. Un asesino inescrupuloso frente a un caballero honorable, un principe maldito frente a un híbrido oscuro.

— Necesito marcharme madre. — Dijo Leran, ignorando la presencia de Rovener. — Debo ir a por el dije del Mago del Cielo.

— No voy a permitir que ustedes... — Exclamo Rovener.

— ¿Ni siquiera por Diot? — Le interrumpió Leran. — Tu amigo el íncubo representa una amenaza, lo sabes. Terminaremos esto pronto. Ni tu ni yo huiremos. Solo uno de los dos puede continuar viviendo, pero no es honorable de tu parte el permitir que inocentes sean involucrados ¿cierto?

— ...

— Inocentes como Joanne.

El coche del metal se escuchó con un fuerte eco por todo el gran salón. Rovener miraba con furia a Leran mientras este detenía con sus dagas la pesada espada del joven caballero. Leran le devolvía la mirada indiferente.

— No te atrevas a mencionar su nombre.

— Lo que hice... todo lo que pasó aquel día... ¿permitirías que se vuelva a repetir?

— ¡Cállate!

— Volverá a pasar, más vidas inocentes se te escaparán de las manos si insistes en retenerme.

— ¡Eres un asesino!

— Lo soy — le dijo serio y con una mirada fría. — ¿Lo eres tú también?

— ...

—  Diot solo está en el momento equivocado bajo circunstancias equivocadas, al igual que Joanne lo estuvo. Una vez tenga el dije fuera de su poder, podrá seguir teniendo una vida corriente el resto de sus días.

— Guarda tus excusas, escoria.

— ¿Lo notaste, no? El parecido de Diot con Joanne, no sólo físico.

Leran sintió como Rovener se tensaba y su actitud se suavizaba. Parecía que las dudas empezaban a inundar su corazón.

— Joanne y Diot, Diot y Joanne... — Leran continuaba mirandolo a los ojos. — Estás dejando que vuelva a pasar, estas dejando que Joanne muera nuevamente a través de Diot.

Rovener dió una fuerte patada en el pecho de Leran, mandándolo contra la pared más cercana mientras se escuchaba el crujido de huesos al romperse. Acto seguido adoptó la forma de humo negro y desapareció rompiendo uno de los enormes ventanales que adornaban el techo del Salón de Trono.

— ¡Leran! — Su madre hizo amague de acercarcele.

— Necesitamos el dije, madre —  se paró tambaleante —. Lle-llevame donde la patética campesina ¡pronto!

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora