23. Un obsequio

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Ihara levanta la mirada y observa tranquilamente la habitación mientras afuera continúa lloviendo: es bastante sencilla, con unos pequeños carbones que iluminan ligeramente el ambiente en una esquina, ¿serán los suficientes como para dar calor? Después de todo, su piel ya no capta ninguna sensación; en la pared contraria están unas gavetas con telas amontonadas ahí.

— ¿Cómo te sientes?

El muchacho atraviesa una puerta que seguramente da a otra habitación. Lleva consigo una bandeja de madera con un pequeño cuenco cuyo contenido humea; lo deja en el suelo y le dirige una amistosa mirada. Ihara continúa callada. Él se sienta delante suyo en un gastado banquillo, quedando un poco más bajo que ella, su apariencia no es recalcable, tiene el pelo rubio, ojos cafés, algunas cuantas pecas por el rostro y no pasa de los 22 años.

— ¿Ihara, verdad? Espero que te guste el extracto de césped rojo, era lo único que tenía, lo siento.

— Gracias, Robert, no te preocupes — ella no lo miró a los ojos, y tampoco se le cruzó por la mente hacer algún gesto que complementara su agradecimiento.

— Realmente me asustaste cuando te encontré en el callejón, creí que estabas agonizando.

— Lo lamento — su tono de voz era carente de emoción.

— Bu-bueno, lo menos que puedo hacer por ti es ofrecerte refugio y un poco de extracto para que entres en calor.

— Te lo agradezco. 

Hubo un incomodo y breve silencio entre ambos, aunque más incomodo de parte de él que de ella.

— Espero que esto no te parezca muy atrevido, pero jamás había visto una piel tan blanca como la tuya — Rober le dirigió una sonrisa sincera y un leve sonrojo que Ihara no noto. — Y tus ojos violetas...

Ella le dio la espalda inmediatamente. ¡Sus ojos! Había sido muy descuidada al andar mostrándolos por ahí sin siquiera intentar disimularlos. Leran le había calificado de monstruo con solo verlos, así que seguramente habría otras personas que también lo harían si los notaban. Soltó un suspiro.

Robert había observado su reacción y se hallaba confundido. ¿La había ofendido? Si era así, mejor hacer las paces antes que ella se marchara enfadada, le ofrecería disculpas junto con un regalo. Se levantó y fue hacia una de las gavetas; buscó entre las telas hasta que encontró una que le pareció digna de ella. Se alegraba de ser sastre, después de todo esto si le serviría a ella.

— Lamento si te ofendí, Ihara... Ten, puedes quedártelo. — Le ofreció la tela extendiendosela, la que resultó ser un hermoso vestido. — Elegí el más elegante desde mi punto de vista, aunque no sé mucho sobre eso.

 — Elegí el más elegante desde mi punto de vista, aunque no sé mucho sobre eso

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Ella volteo a verlo. Se sentiría incomoda negandose a recibirlo, así que se puso de pie y se desnudó allí mismo. Robert volteo instintivamente, pero eso no evitó que en su memoria se quedaran algunas partes anatómicas de la chica provocando que se sonrojara; escuchaba como se ponía el nuevo vestido y cuando creyó que ya estaba lista, se dio la vuelta: estaba realmente hermosa.

— ¿Sabes? No sé qué hayas hecho o que te haya pasado, pero espero que tus lágrimas dejen de mostrarse algún día. Siempre es hermoso que alguien, plebeyo o noble, sonría... El mundo necesita de historias felices, Ihara, sonriamos cuanto podamos.

Ella se dirigió hacia la puerta bruscamente. ¡Debía salir de ahí, no quería aparentar lo que no era frente a la que parecía ser una buena persona! Ella ya no es una humana, es solo un monstruo... no sabe cuándo volverá el hambre, así que debe marcharse inmediatamente.

Dio un par de pasos, ocasionando que sus pies golpeen el cuenco con la bebida que Robert había traído y esta se derrama sobre sus pies desnudos.

— ¡Ihara! ¡El extracto está hirviendo! ¡Tu piel...!

Pero la chica no tenía nada, ni siquiera un enrojecimiento o lesiones; parecía que en lugar de agua hirviente, había sido perfume lo que se le había derramado encima.

El silencio surgió en la habitación, ninguno de los dos hablaba mientras ambos contemplaban la intacta piel en medio del pequeño charco humeante de extracto regado por el suelo.

— I-Ihara, t-tu...

Ella salió corriendo de la pequeña casa hacia la calle, no quería oír el resto. De pronto, chocó contra Leran, que acaba de descender del techo de la misma casa de donde ella huye; ambos quedan frente a frente, o bueno, ella le llega hasta inicios del cuello.

— ¡¿Pero qué demonios monstruo?! ¿A dónde vas con tanta prisa? Tienes suerte que no cayera sobre ti, si me hubiera golpeado algo valioso contra tu estúpida cabeza de piedra te hubiera...

— ¡Vámonos!

— ¿Qué dices? ¿Me estás dando una ord...? — le replicó en tono aún más enfurecido ¡Nadie le decía que debía o no hacer!

Ihara lo tomó del cinturón y, rápidamente, lo arrojó al otro lado de una muralla de dos metros, para luego seguirlo de un salto. Todo ocurride muy velozmente, Robert sale de la pequeña casa, pero solo se topa con la lluvia y una calle completamente vacía; intenta divisar la figura de Ihara, pero no ve nada; gira hacia todas partes, y el resultado es igualmente nulo.

— Ihara...

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora