10. Naturaleza

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– ¿Por qué se demoran tanto? ¡Se mueven más lento que los soldados reales en la guerra!

El cazarrecompensas, la pálida chica y la joven campesina se encontraban en los límites de la aldea. Diot caminaba muy lento, pues había pasado toda la noche cavando las tumbas para los aldeanos restantes, por suerte había acabado al amanecer y pudieron partir temprano.

Diot se detuvo un momento esperando que sus parpados no quisieran cerrarse solos, pero fue inútil. Entonces volteo hacia la aldea y se dio cuenta, por primera vez, de cuan pequeña era... o había sido. Luego giro su cabeza nuevamente hacia adelante. El pequeño valle en el que se había criado le resultaba muy acogedor, nunca había pasado ninguna de las colinas que lo rodeaban. No tenía la menor idea de cómo era el paisaje más allá de esas altas colinas, no conocía nada del mundo exterior más que historias que oía de viajeros.

A medida que se acercaban a la cima de la colina, su corazón empezaba a latir más rápidamente, al mismo tiempo que sus piernas querían regresar corriendo a su pequeña cabaña. ¿Qué vería al otro lado? ¿Qué había al otro lado? Ya no tenía nada que la aterrara. ¡Después de todo ya había pasado lo único que la atormentaba: perder a su familia! No tenía miedo, ya no más.

Antes de darse cuenta estaba corriendo hacia la colina. Quería verlo, verlo con sus propios ojos: el mundo. Adelantó a Ihara, empujo levemente al cazarrecompensas para pasarlo y continúo corriendo. Su viejo vestido le impedía moverse a la velocidad que deseaba, entonces se detuvo un momento y rasgo su falda hasta la altura de las rodillas. Arrojó a un lado la parte arrancada y corrió hasta que los pulmones le dolieran, no se detuvo hasta llegar a la cima de la colina.

¡Qué decepción! Solo había llanuras que eran barridas por un suave viento y un bosque a lo lejos. Dio una vuelta completa sobre su eje, para ver mejor el paisaje: llanuras, bosque, bosquey llanuras . ¿Dónde estaban los castillos enormes de los que había oído hablar? ¿Los campos de batalla? ¿Las fortalezas y las grandes ciudades?

– ¡Cazarrecompesas!

– Soy Leran.

– ¿Qué?

– Mi nombre es Leran.

– ¿Este es el mundo?

– Básicamente sí. ¿Qué esperabas? Camina antes que cambie de opinión y no las lleve a ninguna parte.

– No lo entiendo, ¿dónde están los dragones, los castillos, el rey?

– Lejos, muy lejos de aquí. – Leran siguió caminando y empezó a bajar la colina.

– ¿Tu amigo está muy lejos? – preguntó Ihara.

– Algo así, tendremos que cruzar el Rio Desfalleciente y luego la Pradera de los Cuervos.

Durante el resto del día Diot se dedicó a coleccionar paisajes en sus memorias, deteniendo el avance de su caballo continuamente. Leran y Diot iban en los únicos dos caballos que tenían, mientras Ihara viajaba a pie, pues los animales no dejaban que se les acerque para nada.

Los prados de espigas color dorado, los arboles tenebrosos llenos de moho, las montañas lejanas cubiertas de nieve, arroyos que descendían desde lo alto naciendo en la neblina. ¡Quería ver más! ¡Mucho más! ¡El mundo entero!

– ¡¿Quieres dejar de moverte como una ondina*?! ¡Llevas todo el día haciendo que tomemos desvíos innecesarios!

– L-lo siento, Leran.

– Deberíamos acampar, viajar de noche con dos mujeres no es una buena idea.

Ataron los caballos e hicieron una pequeña hoguera en medio de un pequeño claro de un pastizal lo suficientemente alto como para llegarles al hombro. Leran saco un poco de las provisiones que habían recogido en la aldea y se las arrojo a Diot, ignorando a Ihara.

– ¿Y mi parte? – Ihara intentaba no sonar molesta.

– No desperdiciaré comida contigo, monstruo.

– Pero...

– Ignóralo, Ihara – Diot le paso un poco de pan y carne. – Toma un poco de mi parte.

– Al menos tú eres amable. – Recibió gustosa la comida que le ofrecía y se la llevo a la boca. A penas dió el primer mordisco fuertes nauseas la inundaron. Su boca quemaba, era como haber tragado lava. Sentía como su lengua perdía sensibilidad, al mismo tiempo que vomitaba estruendosamente. – ¡¿Q-qué me diste?! – Su voz sonaba como si saliera de las profundidades del infierno y suplicara ayuda.

– S-solo era comida, lo ju...

– ¡Voy a sacarte las entrañas! – Avanzó amenazadoramente hacia Diot y la tomo del brazo.

– De-tente, me estas lastiman-do. – Ihara había perdido todo brillo en su mirada y solo su mano se movía, ejerciendo cada vez más fuerza en su brazo. – ¡P-para, por favor!

Se escuchó un chasquido parecido al que hacen las ramas al romperse. Inmediatamente un alarido inhumano broto de la garganta de Diot. Su brazo cayo laxo.

– ¡LO SIENTO! ¡Lo siento mucho, Ihara! Yo... – pero no alcanzo a terminar la frase, pues risas la interrumpieron.

– ¡Esto en serio es muy gracioso! – Leran estaba sentado agarrándose el estómago riendo descontroladamente. – ¡Intentaste darle comida a alguien como ella! ¡Es lo más divertido que he visto en mi vida!

Diot no pudo oír claramente, pues el dolor hizo que se desmayara. Ihara seguía sosteniendo su brazo, con Diot colgando de este como una muñeca de trapo. Abrió la boca y dejo caer saliva por su mandíbula.

– Bueno, monstruo, será mejor que la sueltes. Quiero que me pague ¿sabes? Si aún lo deseas, después de eso puedes comértela.

– ¿Eh? – Ihara volvió en sí y libero su agarre. – ¿Q-qué pasó aquí? ¿Qué l-le paso a Diot? –. Leran continuaba riéndose, ignorándola por completo. – ¡Responde! ¿Qué fue lo que le hiciste?

– ¿Yo? – Paro de reír y sus ojos se volvieron oscuros y fríos –. Querrás decir que fue lo que le hiciste TU.

– ¿Q-q-qué quie-res d-decir? – ella dirigió su mirada hacia la desvanecida Diot que yacía a sus pies.

– Ya te lo había dicho antes: eres un monstruo. – Sacó una de sus dagas y se puso a jugar con ella, lanzándola al cielo y volviendo a atraparla por el mango cuando caía.

– Y-yo no s-oy un mons...

– Y eso – señalo a Diot con la punta de la daga cuando cayó en su mano – es lo que hacen los monstruos.

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(*) Ondinas. Ninfas acuáticas con extraordinaria belleza de la mitología griega que habitan en lagos, rios, estanques.

Diez estrellas y un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora