I. Hora de volver a casa, Jun (1ª parte)

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POV. JUN

Observó al pequeño que descansaba sobre su sofá, durmiendo plácidamente, como si no hubiese sido el culpable de que su mundo se viniese abajo en un santiamén. Yoona había muerto por culpa del ataque de una manada enemiga, había caído salvaguardando la paz de los suyos y protegiendo a su cachorro como la guerrera que siempre había sido. Ahora que ella no estaba, era él quien debía ocuparse del muchacho hasta que llegase a la mayoría de edad. De la noche a la mañana se había convertido en el padre de un cachorro sin manual de instrucciones. Él, que no sabía cuidar de si mismo, que se alimentaba a base de comida para microondas y que se pasaba las noches tras la barra de un asqueroso pub de mala muerte ganando lo suficiente como para pagar el alquiler de aquel triste piso, debía hacerse cargo de otro ser vivo. No podía hacerlo y el simple hecho de estar considerando lo contrario, le demostraba que no estaba capacitado para ello.

Se llevó otro cigarrillo a los labios y dio una profunda calada para aliviar su nerviosismo. La mejor opción que tenía era llevarle con sus abuelos, de vuelta a su casa. Ellos sabrían cuidar al hijo de Yoona mejor que él. No había nacido para ser padre, ni si quiera tenía intención de buscar un compañero con el que asentar la cabeza. Había dejado atrás el mundo de los lobos, las cacerías y el apareamiento. Le gustaba vivir como un humano, temía volver a dejar salir al salvaje que llevaba dentro y dañar a los suyos como siempre había hecho. Definitivamente, debía tomar la decisión correcta por una vez en su vida y llevar al niño con alguien capaz de darle lo que necesitaba. Sería un trabajo fácil. Solo tendría que aguantarle hasta llegar al norte, al hogar de su antigua manada, y dejarle allí.

— Es hora de volver a casa, Jun —Se dijo a si mismo mientras acariciaba la cabeza del pequeño cachorro que seguía temblando en un sueño inquieto. Cuanto antes cortase cualquier posible lazo con él, antes podría volver a su vida.

***

Gruñó al recibir los primeros rayos de sol sobre su rostro y se revolvió en la cama, buscando algo con lo que poder taparse para seguir durmiendo. Se incorporó de golpe, alarmado , cuando sintió un cuerpo a su lado. Tardó uno segundos en recordar todo lo que había pasado el día anterior y en procesar que aquel diminuto intruso que había osado tumbarse en su cama, no era nada más ni nada menos que su propio hijo. ¿Cómo había llegado hasta allí? Juraría que lo había dejado en el sofá, ¿Por qué demonios estaba en su cama? Pasó sus brazos por su menudo cuerpo dispuesto a llevarlo de nuevo a su sitio, pero el pequeño se lo impidió acurrucándose contra él.

— Mamá... —Murmuró entre sueños, abrazándose más a él y provocando que un bufido molesto se escapara de su garganta. Se acabó el dormir hasta tarde.

— Eh, cachorro, arriba —Trató de alejarlo como pudo, separando su cuerpo tanto como el colchón le permitía.

No hubo respuesta, solo consiguió que se volviese acercar más aún si era posible. Sus manos agarrando su camisa, buscando la protección que solo él podía darle. ¿Por qué tenía que pasarle esto a él? Solo quería un poco de tranquilidad, alguna excursión furtiva entre las piernas de una humana y un mundo lejos de los aullidos a la luna, el pelaje suave y las carreras nocturnas. Tocaron a la puerta con insistencia, una, dos, tres veces. Maldijo entre dientes su suerte, apartando al pequeño con brusquedad y saliendo disparado a enfrentarse al molesto visitante. Miró el reloj que colgaba de la pared y bufó de nuevo. Las nueve de la mañana no eran horas para acudir ante él y eso solo podía significar que se trataba de su mayor dolor de cabeza. Su lobo interior gruñó, pidiéndole permiso para acabar con la molesta presencia.

— Buenos días, inspector Choi ¿A qué debo su agradable visita?

El hombre ante él era tan atractivo que cortaba la respiración y cualquier persona que tuviese ojos en la cara, se daría cuenta. En otras circunstancias hubiera tratado de coquetear con él, era su forma favorita de hacerle perder la paciencia; pero tenía que vigilar que el niño no se despertase. No sabría explicar su presencia allí y bastantes problemas tenía con la policía como para que se le escapase el hecho de que se transformaban en seres con hocico que corrían sobre sus cuatro patas. Pensó en todo lo que había hecho por él. Cada vez que se metía en líos, era quien acudía a su puerta o lo llevaba a comisaría para tratar de solucionarlo todo con rapidez. También había sido quien le había dado dinero para que pagase los meses de retraso a su casera y quien había puesto la mano en el fuego por él cuando se metía en problemas. Desde que llegó a la ciudad, perdido y con ganas de escapar, siempre había estado atento. Si no hubiese sido por su ayuda, habría acabado dejando salir su lobo interior y atacando al primer humano que se hubiese cruzado en su camino. Lo había acogido en su casa y curó sus heridas a pesar de las quejas de su mujer que no quería un delincuente en casa. ¿Qué pensaría si supiese que sus constantes ataques de ira y las peleas se debían a su naturaleza?¿Qué diría si se enterase que en el fondo no era más que un pobre lobo que se creía humano?

La manada del lago Yang - Seventeen [ +18] [EDITANDOSE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora