IV. No quiero que te controles (1ª parte)

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POV. JUN

Con una última calada, observa el lugar que dejarán atrás: el pequeño motel de carretera en el que habían pasado la noche. Recordó la calidez de su hijo acurrucado en sus brazos, del frágil cuerpo que buscaba su protección como si fuese el ser más importante de su vida. Luego pensó en como se había encerrado en el baño, avergonzado por haber actuado así ante su padre como si a él le importase que fuese miedos. Por el amor de dios, no era más que un crío. Podía permitirse asustarse de lo que le rodea, querer que le protegiesen y soñar despierto. Era hora de marcharse, aún le quedaba dos días de vieja para llegar a su destino y cuanto más tardase, más posibilidades tenía de perder el trabajo. Buscó con la mirada la figura de Kwanhee que jugaba con un perro que esperaba pacientemente a que sus dueños saliesen de la recepción y sonrió, sin darse cuenta, ante su felicidad.

— Cachorro —Lo llamó, impaciente—. Vamos, es hora de marcharnos.

— Adiós, perrrito —Se despidió de su nuevo amigo antes de correr hasta la camioneta y subirse en su asiento, colocándose el cinturón sin decir ni una palabra. Obediente.

Lanzó la colilla al suelo y la apagó con la suela del zapato, antes de subirse al volante. Con un suave ronroneó, el coche abandonó el aparcamiento rumbo a su próximo destino. De reojo vigilaba a su hijo, como si pudiese desvanecerse en cualquier momento o el más mínimo roce de aire pudiese romperse. Maldijo a sus instintos animales por crear en él un deber que no quería cumplir. Le gustaba ver como fruncía el ceño mientras buscaba los libros que había traído en su mochila, le enorgullecía ver lo inteligente que era a pesar de su corta edad y adoraba el modo en el que sus labios se movían mientras leía en silencio. En uno de sus muchos vistazos, se percató de que llevaba la misma ropa desde que salieron de la casa y seguramente estaría incómodo. Debía encontrar una gasolinera o algún pueblo donde poder comprarle algo. Quizás tenían suerte y podía conseguir una mejor habitación, para que pudiese descansar mejor. « Te preocupas porque no eres cruel. No puedes dejar a un niño pasarlo mal aunque se lo vayas a entregar a otras personas » se dijo así mismo para convencerse de que no estaba encariñándose con él.

— ¿Qué te pasa? —Preguntó al oírle resoplar a su lado—. ¿Te encuentras mal?

— Estoy bien, pero me he quedado sin libros —El sonido de su voz fue apagándose conforme hablaba—. Pensé que con tres sería suficiente y... No pasa nada, encontraré algo para entretenerme ¿Falta mucho por llegar?

— Pon música si quieres, tengo CDs en la guantera —Dijo pensando que así podría aliviar un poco el silencio que se formaba entre ellos—. Si tenemos suerte, llegaremos en dos días.

Era la primera vez desde que le había ordenado que cogiese su mochila y fuese con él al coche, que preguntaba algo relacionado con el viaje. Ni si quiera le había dicho a dónde iban, él se había limitado a confiar en él. El extraño sentimiento de que lo estaba traicionando se formó en su pecho y tuvo que apretar el volante con fuerza para reprimir el impulso de dar media vuelta. Pensó en la humedad que corroía las paredes de su casa, las duchas de agua fría porque la caliente solo duraba una hora, el frigorífico siempre vacío porque no le daba tiempo a comprar cuando llegaba cansado del trabajo, las visitas incómodas del casero para exigirle el dinero del alquiler, las peleas.... Recordó el motivo por el que quería sacarlo fuera de su vida y alivió su consciencia al prometerse que estaría mejor sin él, el lobo que soñaba con ser humano y no era capaz de cuidarse ni a sí mismo.

— If I could make days last forever, If words could make wishes come true1 —Una dulce melodía infantil captó su atención y volvió a mirar de reojo a su cachorro que movía la cabeza con los ojos cerrados mientras cantaba.

La manada del lago Yang - Seventeen [ +18] [EDITANDOSE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora