X. Te echo de menos (1ª parte)

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POV. SEUNGKWAN

    Desde hace cuatro años, la vida de Seungkwan ha sido la misma: repetitiva y vacía. Cada día se levanta de la cama con un suspiro al recordar que no ha sido un sueño, que realmente está solo y que nunca más sentirá la calidez que él le aportaba. A la ducha va por inercia, sus pasos se vuelven automáticos mientras su mente lucha por no pensar en lo agradable que era entrar con él en la ducha, dejar que le cuidase con amabilidad y le desease un buen día. La ropa lleva años colocada por días, para no tener que preocuparse por decidir que ponerse. Ya no le importa nada, le da igual como se vea su pelo o si la camisa combina con sus pantalones. ¿De que sirve un envoltorio bonito si el interior está vacío? Se marcha a trabajar antes de que los demás se den cuenta y trata de alargar su horario en el hospital para no tener que volver a una cama vacía, a una casa que, aunque acogedora, no es la suya. Cada día practica sus sonrisas, su fingida felicidad y ese aire divertido de diva que a todo el mundo le gusta; pero a veces olvida como era ser él y se encuentra atrapado en la actuación. ¿Era así cuando él estaba a su lado o había perdido su identidad con el tiempo?

    Aquella mañana, como las demás, se miró en el espejo por rutina y suspiró. Las dos noches al cuidado de Seungcheol le habían pasado facturas, las ojeras estaban más pronunciadas y su cuerpo se sentía débil. Se arregló con esmero, como cada aniversario. Llevaba su traje favorito, el que siempre le pedía que se pusiese y que solía acabar quitándole en cualquier momento, dejándose llevar por la lujuria. Había conseguido arreglar su pelo y dejarlo como solía llevarlo hace cuatro años, no quería cambiar su corte ni su color. Se aferraba al rubio que tanto le gustaba a él, sentía que si se teñía, otra parte más de él se marcharía y aún no era capaz de dejarlo atrás. Mientras salía de la gran mansión y se subía al taxi que le esperaba, aferrándose al manillar con tanta fuerza que el o había abandonado sus nudillos, se preguntó como cada día por qué no moría, por qué no podía estar con él en el más allá. Era un hecho y no un rumor, que ningún lobo conseguía vivir cuando su otra mitad se marchaba, pero él parecía ser la excepción que confirmaba la regla. Cuatro años habían pasado, cuatro años de visita a su tumba, de soledad, de dolores insoportables y pesadillas, y el seguía vivo, suspirando por un final que nunca llegaba. Apoyó la cabeza en la puerta, sin ser capaz de soltar el manillar, asustado por los movimientos del coche, y recordó el día que conoció a Jeonghan.

    Había pasado un mes desde que él se había ido, un mes desde que se había perdido en el bosque y se había escondido en una cueva, esperando pacientemente a que llegase su final o a sucumbir a su lado salvaje, olvidando que alguna vez fue humano. Un hombre entró en su refugio y se sentó, lo suficientemente apartado como para demostrar que no era una amenaza. Podría haberle mordido, gruñido o amenazarlo, pero no tenía fuerzas para nada más que olfatearle. La lavanda picaba en su nariz, le envolví como un manto cálido y consiguió encontrar un poco de tranquilidad en su sufrimiento.

    — Mi hermano era un gran hombre, consiguió que me sintiese orgulloso de él —Comentó con la voz quebrada por la pena—. ¿Sabes? No eres el único al que le duele su muerte. Lo adoraba y lo sigo haciendo aunque no se atreviese a buscarme hasta el último momento —Su mano se extendió un paco, lista para acariciarle, pero la retiró en el último momento, dudando—. Solo he luchado por protegerlo, pero no pude evitar este desastre. Estaba tan enfadado conmigo que ni si quiera me dijo que había encontrado a su pareja hasta el final.

    El pequeño lobo moteado consiguió el valor para arrastrarse hasta el hombre que se había atrevido a buscarle. Acarició su pierna con el hocico, sintiendo bajo su olor a lavanda, que estaba diciendo la verdad: era el hermano de Jae. Permitió que le acariciaran y permanecieron así durante lo que pareció una eternidad. Se sentía confortado, era como volver a estar en casa, con su madre, siendo consolado y protegido. « Nada te pasará si sigues con él » le dijo su instinto « huele a casa, huele a seguridad ». Podría haberse marchado con él esa misma noche, pero prefirió ignorar la voz que le instaba a marcharse y volvió a refugiarse en la cueva. Durante tres días, el hombre volvía a visitarle solo para contarle cualquier cosa, le hacía compañía y le daba seguridad. Al cuarto día le dijo su nombre: Jeonghan; y le habló del lago en el que vivía, de como él y un buen amigo habían iniciado una misión compleja: salvar a los omegas y darles un refugio. Sin embargo, fue el quinto día el más decisivo, el día en el que abandonó la cueva y se marchó con él.

La manada del lago Yang - Seventeen [ +18] [EDITANDOSE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora