VIII. Quiero que sea mi papá (1ª parte)

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POV. JIHOON

¿Cuántas horas puede un lobo permanecer encerrado en un coche sin desear arrancarle la garganta a alguien?¿Cuál era el límite de la paciencia de una persona hasta que se abandonase al animal de su interior? Jihoon llevaba horas atrapado en la caravana con el único entretenimiento que el hombre a su lado. Los árboles parecían iguales conforme avanzaban por la carretera y él solo podía desear salir de allí para correr entre ellos, lo más lejos posible de la cárcel de metal en la que se encontraba. Por más que bufase, se durmiese en la cama o se dejase caer en los asientos delanteros, el tiempo no avanzaba tan rápido como quería. Su lobo arañaba y aullaba en su interior, desesperado por salir o por saltar sobre el hombre que le acompañaba. Si permanecía allí mucho más, cedería a sus instintos y acabaría aceptando a Soonyoung como su compañero. ¿Cómo iba a aguantar si olía tan bien, si solo quería rodar sobre él para que todo aquel que le oliese supiese que era su compañero, el único para él? Iba a volverse loco. Lo peor era la lucha que estaba librando en su interior, por un lado quería que su lobo tomase el control y por otro odiaba la idea de ser controlado. Es cierto que no le había dado ninguna razón para creer que era como la mayoría de alfas, que no parecía buscarle para tenerlo como su sirviente o su juguete sexual; pero no había llegado hasta allí siendo ingenuo. Podría estar fingiendo para llevárselo a su cama y marcarle. Una vez que le mordiese no habría marcha atrás y él no estaba dispuesto a entregar su vida a alguien porque la dichosa luna lo había elegido. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar en tener un hijo... Que la luna le librase de tener que pasar por esa fase o acabaría castrando a su compañero. Negó con la cabeza, no quería ni pensar en él como su pareja.

— ¿Estás bien? —Preguntó Soonyoung, tan preocupado como horas atrás. No era de cristal y, aunque ganas no le faltaban, no iba a morir por llevar horas de viaje y tener las piernas entumecidas. Quizás solo acabaría arrancándole la cabeza a alguien si no llegaban a su destino pronto, pero nada de lo que preocuparse. Si tenía que seguir escuchando chistes, abriría la puerta y saltaría. Las primeras horas de canciones y bromas habían sido una maravilla, después se había convertido en un suplicio que le hacía querer hundir la cabeza entre las almohadas para dejar de escucharle. Otra parte de él, la que más le aterraba, quería que dejase de hablar para divertirse con él entre las sábanas revueltas.

— Estoy bien ¿Falta mucho? —Se negó a mirar al dueño de sus fantasías, apoyándose en la ventanilla y observando los árboles, idénticos a todos los que habían estado pasando. Reprimió un suspiro de satisfacción al sentir su mano en el muslo, acariciándole y relajándole. Maldijo a su cuerpo por reaccionar a su tacto y se limitó a cruzarse de brazos. «Lobo estúpido, ¿Quieres que nos controlen? Por muy bueno que esté, no voy a dejar que dirijan mi vida» le recriminó a su otra naturaleza, ordenándole que se comportase «No, no aúlles, no podemos caer por un cuerpo de infarto ¿Y si es un imbécil como los demás?». Definitivamente se estaba volviendo loco si le estaba hablando con su propio lobo.

— No, mira allí —Quitó la mano de su muslo para señalar un cartel que rezaba: «Bienvenidos al lago Yang». Por muy desilusionado que estaba por haber perdido el contacto, algo que no reconocería nunca, saber que pronto se encontraría con su mejor amigo le renovó el animo. Incluso se atrevió a sonreír completamente—. Me gusta cuando sonríes, aunque no sea por mi.

Perdiendo un poco de su férreo autocontrol, le miró. Aunque estaba concentrado en la carretera, no se perdió la decepción que emanaba de todo su cuerpo y de su voz. Descruzó los brazos y alargó una de sus manos para apoyarla en su brazo en un intento de reconfortarle, pero una serie de pitidos y gritos le devolvió la cordura que había estado a punto de perder y se retiró antes de llegar a rozarle. Con alegres "nos vemos pronto" y "adiós, gran lobo", las caravanas que les seguían se alejaron en el cruce en dirección al pueblo donde estarían actuando los próximos días. Los pitidos y los gritos quedaron atrás cuando entraron en el camino que llevaba al lago, llevándose con ellos parte de su alegría. Había disfrutado estar allí, se sentía como una familia y no tener que ocultarse había sido un alivio. Nadie le había mirado por encima del hombro por ser un omega, nadie lo había considerado inferior o un objeto. La única razón que le impedía pedirle a Soonyoung que continuasen con ellos, que formasen parte del circo, era la necesidad que sentía de estar al lado de Wonwoo. Habían crecido juntos, habían aprendido a sobrevivir uno al lado del otro y pensar en no volver a verlo, le oprimía el pecho. Después de haber vivido en una manada que atesoraban las tradiciones que permitían la opresión de su clan y temían a unos dioses anticuados que no velaban por ellos, se veían el uno al otro como una familia.

La manada del lago Yang - Seventeen [ +18] [EDITANDOSE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora