Capítulo 2 - Fantasmas del pasado

12K 666 256
                                    

Luego de una larga noche, Nina despierta dándose cuenta de que no pudo mantenerse en estado de vigilia.
El reloj marca las ocho de la mañana, y ya se le hizo tarde para la clase de arte contemporáneo, pero aún tiene tiempo de aprontarse y llegar a la siguiente, por lo que se levanta de la cama con mucha pereza, oscilando entre un estado de somnolencia absoluta. Que se esfuma de inmediato como una nube negra ante el sol, al ver que el mueble que trancaba la puerta ha regresado al mismo lugar donde se encontraba con anterioridad. A Nina de nuevo le invade esa fría y oscura sensación del miedo a medida que su piel se eriza al percibir que estuvo en peligro todo ese tiempo y sin poder siquiera darse cuenta. Todo su cuerpo comienza a temblar imaginando las más temibles conspiraciones...

—¡Esto no puede ser real! Debe tener alguna explicación lógica. —Se dice a sí misma mientras se agarra la cabeza con ambas manos y da vueltas en su habitación—. ¡Es imposible que eso haya podido entrar, la puerta estaba trancada! —añade, mientras se sienta en su cama y se masajea ambos lados de la sien tratando de recordar qué sucedió anoche—. Y si... —Se pregunta, alzando la vista en dirección hacia la ventana de su habitación—. ¿Y si entró por ahí? Es lo suficientemente grande como para que pueda ingresar.

Nina de inmediato niega con la cabeza todas esas teorías conspiratorias que se están armando en su mente...

—¡Por Dios! ¿Qué te pasa? —Se dice a sí misma, negándose a creer en las teorías escabrosas que le impone su cabeza—. ¡Ahí no había nada! Ayer fue un mal día y estaba muy cansada, solo fue eso.

Nina se levanta de su cama y da un profundo respiro de alivio, prepara su bolso y se anima a salir de esas cuatro paredes en las que permaneció atrapada voluntariamente toda la noche, convencida que todo fue una pesadilla.
Al salir, se queda parada mirando con cierto temor y curiosidad hacia la otra habitación, la puerta se encuentra arrimada. Da unos pequeños pasos en dirección hacia ella que se hacen eternos, Nina quiere confirmar que lo que vio anoche fue producto de una mala pasada que le jugó su mente, o bien, un mal sueño.

Una vez enfrente a lo que le ocasionó la mayor sensación de espanto en su vida, mira con curiosidad y una mezcla de incertidumbre hacia adentro de aquel cuarto a través del poco espacio que separa a la puerta del marco.
La incomodidad le corre por sus venas, su corazón late a mil por segundo, pero al fin cierra sus ojos con fuerza, se muerde el labio inferior, y con lentitud se llena de valor para revisar el lugar. Al entrar allí, aparentemente todo está normal, pero un sentimiento de angustia le oprime el pecho... Esa era la habitación de Michael, su fallecido hermano menor.
Nina se sienta en su cama y comienza a llorar lamentándose el trágico accidente que acabó con la vida de él hace dos años y medio.
A su lado derecho, con sus ojos rojos empañados en lágrimas, puede notar que hay dos hermosos diamantes, Nina los recoge y aprecia lo brillantes que son, aunque no entiende cómo llegaron ahí. De repente, el teléfono suena provocando un salto de alerta en ella.

—¿Hola? —pregunta esperando una respuesta.

—¡Hola, Nina, soy Carol! —responde su mejor amiga—. Veo que no viniste a nuestra clase de arte contemporáneo, llamé a tu celular, pero está apagado, ¿estás bien?

—Sí, todo bien, corazón —dice Nina con una sonrisa tímida y tranquila—. Tuve una mala noche y me vinieron algunos malos recuerdos, creo que me haría bien salir un rato.

—Entonces ya salgo para ahí y vamos a la rambla, ¿qué te parece loquita? —con un tono eufórico y alegre, Carol intenta animar a su amiga.

—¡Perfecto! Vení por mí y salimos, te voy a esperar con el mate —responde con entusiasmo, esperando que su compañía la anime.

Al colgar el teléfono, no puede evitar la admiración que le causa aquel retrato de sí misma que le han obsequiado.

—Voy a averiguar quién te envió... —Le dice sonriendo con picardía.

Minutos más tarde, la puerta suena, es su amiga Carol que la viene a buscar.

—¡Carol! Gracias por venir. —La recibe con un fuerte abrazo, el más fuerte que nunca le había dado—. Pasá mientras agarro mis cosas antes de irnos.

—¡Dale! Te espero acá, gorda —contesta Carol con una sonrisa amable y la actitud amena de siempre.

La chica de dorados cabellos a la altura de los hombros, que viste a menudo sus Converse y una ropa algo austera, enseguida nota la presencia de aquel bello cuadro colgando en la sala...

—Que hermoso —musita, transmitiendo asombro y curiosidad en su rostro.

Su amiga la sorprende de golpe asustándola por detrás de forma intencional.

—¡Ay, Nina! —reclama Carol mientras trata de reponerse del susto—. ¡Casi lográs que estire la pata!

—¡Voy a retratar tu expresión, tenías que verte! —confiesa Nina, siendo incapaz de aguantar las carcajadas.

—Sí, muy chistosa... —Carol levanta una ceja y se voltea en dirección al retrato colgado en la pared—. Hablando de retratos, ese de ahí, ¿lo hiciste vos?

—No, me lo envió un admirador secreto —responde Nina—. Es hermoso, ¿no?

—¡Sí, obvio! —añade Carol—. Te borraron hasta las imperfecciones, tanto que parecés una muñeca, ese admirador sí que te ama. ¡Es una pintura con filtros!

A Nina se le borra la sonrisa de su cara al oír eso, su rostro revela incomodidad y no logra emitir palabra alguna. Aunque siempre intente mostrarse fuerte y empoderada frente a los demás, no consigue aceptar que en el fondo, tiene muchas inseguridades.

—¡Vámonos Nina! —Le dice Carol a su amiga en un tono casi imperativo.

La mañana se presenta otra vez idílica, con el sol iluminando al mar frente a la rambla República de Arocena, famosa por sus palmeras, y el hotel de lujo que se sirve de postal para quien quiera acuda a visitarlo. Las personas alrededor vienen y van, algunos trotando, derritiéndose con las gotas de sudor que caen por su frente, pero siguiendo su camino; otros, van en bicicleta; otros deambulan taciturnamente con sus mascotas. Empero, entre tanta tranquilidad y armonía, Carol nota que Nina se encuentra algo desanimada, con la mirada hundida en el embaldosado.

—¿Qué te pasa? —pregunta, presintiendo cuál sería la respuesta.

—Hoy entré de nuevo a su cuarto... —Con los ojos llorosos y su voz quebrada, continúa—, no pude evitar emocionarme.

—Nina, ya hablamos de esto, tendrías que sellar ese cuarto, o sacar de ahí todo lo que te recuerde a él. No podés vivir con esa culpa.

—Es difícil Carol, todavía no supero su muerte y hasta el día de hoy me culpo por lo que le ocurrió.

—Vos no tenés la culpa de nada, entendelo... —apoya la cabeza de su amiga sobre su hombro, conteniéndola con un fuerte abrazo—, son cosas del destino que suceden sin explicación.

—¡Yo lo podría haber evitado! —grita rompiendo en llanto.

—No, eso era inevitable —argumenta Carol de forma contundente, intentando que su amiga vea que el destino no se puede cambiar.

—¿Y también era inevitable que mi padre desapareciera? —pregunta Nina sintiéndose aún peor con el intento de su amiga por consolarla.

Carol se queda en silencio contemplando las olas, y la gente que ya comienza a verlas con una cuota de pena y extrañeza. Intenta encontrar las palabras correctas para calmarla, pero se le hace una tarea imposible. Su familia ha estado jodida desde hace mucho más tiempo que la muerte de Michael.

—¿Hace cuánto que no lo ves? —pregunta con una voz suave.

—Ya perdí la cuenta. —responde Nina cambiando sus lágrimas a una mirada de odio—. Mi vieja lo odia porque prácticamente ella se ocupó de noso... bueno, de mí. Nunca estuvo muy presente y todo por culpa del maldito alcohol, pero todo se agravó con la muerte de Michael. ¿Entendés que todo es mi culpa?

—Ni siquiera te acordás bien qué pasó, Nina. Dejá de machacarte tanto la cabeza. —Le dice Carol abrazándola—. Todo va a estar bien. Cuando queramos imaginar, todo habrá sido un mal sueño.

Carol quería creer en sus propias palabras. Desea que toda esa pesadilla se aclare algún día, y ver nuevamente a su mejor amiga feliz. 

El Monstruo Interior © WATTYS 2020 (Universo Monstruoso # 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora