Observé a Caterina despedirse de mis abuelos con un efusivo abrazo. Reía, repartía besos y sonrisas anchas de forma sincera. Luego, mi mirada cayó sobre Alex, éste recibía un beso en cada mejilla por parte de la señora Annie mientras que el señor George le daba un firme apretón de manos y palmeaba con alegría su hombro. Cualquiera que pudiera observar con mucha atención a los hermanos, se daría cuenta de lo mucho que estaban disfrutando la platica y la compañía de aquellos viejos londinenses.
Logan, en cambio, se había marchado poco después de haber terminado con la cena, había recibido una llamada de su padre y con extrema educación se excusó para el resto de la velada. En sus ojos vi el descontento que aquello le provocaba pero no emitió ningún comentario y luego de la partida de mi amigo, Alexander se vio más hablador y estoy segura de que hasta el abuelo se dio cuenta de aquel detalle.
Ahora, luego de casi tres horas y media, nos encontrábamos escoltando a Alexander y a Caterina a la salida. Y el único motivo por el cual seguía allí sin decir nada, era por el simple hecho de que no me sentía capaz de alejar mi mirada de aquel hombre. De la manera en la que Alex sonreía, y de la forma en la que actuaba, siempre me había parecido demasiado atrayente. Tan serio, calculador y estricto, ¿Alguna vez en su vida se había embriagado hasta quedar inconsciente? O ¿Al menos habría hecho algo alocado? ¿Algo que sus padres consideraran una estupidez? Por su aspecto, me daba la impresión de que la respuesta para mis preguntas era un rotundo, no.
Los Russo siempre han sido una familia poderosa, ejemplar, de grandes fortunas y hoteles pasados de generación en generación. Sus hijos, educados para ser grandes empresarios. Según las malas lenguas, por Italia sostenían el hecho de que aún les buscaban pareja para mantener el poder y los obligaban a estudiar carreras que sus padres escogen. Leonor, la madre de Alex y Caterina, era una ternura de mujer. Siempre llevaba una sonrisa en su rostro, tenía un corazón de oro. En cambio, Diego Russo era un hombre amable, demasiado serio, completamente dedicado a llevar de comer a su familia. Jamás me había atrevido a preguntarle a Caterina acerca de esos chismes baratos y mi padre nunca había mencionado nada acerca de ese tema en específico. De más está decir que nos llegaron a considerar la familia afortunada en Toscana y ese pensamiento no había cambiado mucho durante todos estos años en los que he estado fuera de mi país.
—Entonces... tú y yo, Marie, nos veremos mañana a la hora del almuerzo. Tenemos muchas cosas de que platicar.—
Aseguró mi amiga, haciéndome regresar a tierra de un solo golpe, mientras bajábamos algunos escalones de la entrada.—Te llamaré, lo prometo.
Asentí, dándole un último abrazo.Mis ojos fueron hasta aquella figura masculina a un lado del Mercedes-Benz que esperaba por la pelinegra y me observaba con curiosidad teniendo las manos dentro de lo bolsillos de su pantalón.
Había algo en su actitud que me ponía nerviosa y sinceramente no tenía idea del porqué. Infinitas veces fui testigo de su mirada arrepentida, pero ninguna oración salió de sus labios. Volverlo a ver tan atentamente como hace algunos años me daba la certeza de que había algo diferente en su forma de actuar. Y si era de esa manera, ¿que lo había hecho cambiar?
Lo vi achicar la vista en mi dirección, como si pudiera leer todos y cada uno de mis pensamientos, y escuchando cómo de repente su móvil comenzó a sonar insistentemente, me fijé en cómo lo llevó hasta su oreja, haciendo una leve inclinación de cabeza hacia mi dirección en forma de despedida para entonces entrar al auto.
—Te veo luego, Cata.—
Reaccioné luego de unos minutos.—Descansa, Marie.—la vi sonreír, y al instante frunció levemente la nariz.— No dejes que Alex te moleste, siempre ha sido un dolor en el trasero.—río por lo bajo, medio encogiéndose de hombros.
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SUEÑOS OLVIDADOS © | SL #1 - COMPLETA
RomancePRIMER LIBRO DE LA SERIE "SIN LÍMITES" A los nueve años, Marcella Ames conoció lo que era el amor sin siquiera ser consciente sobre el enorme significado que poseía aquella palabra. Se preguntó a diario, ¿Por qué no era capaz de llamar su atención...