Me observé al espejo, y evaluando con buenos ojos mi sencillo vestuario, sonreí con la felicidad plasmada en mi rostro. Llevaba el cabello en un moño perfecto, con pequeñas flores entrelazadas por los mechones y algunos flequillos que bordeaban mi rostro delicadamente. Solté el aire lentamente, estirando las manos con decisión, colocando los aretes de diamantes que mi madre me había prestado de su joyería y luego, me volví a enderezar. Dejé caer los brazos con suavidad sobre mis piernas y volviendo a mirar mi reflejo pude ser consciente de un ligero brillo que en muy pocas ocasiones estaba en mis ojos.
Una ligera sombra, muy acorde con mi color de piel, decoraba mis párpados y un simple rosado pálido sobre mis labios. En definitiva, no era la boda soñada de cualquier mujer. No había traje, no había ramos, ni siquiera una gran audiencia a la cual impresionar y siendo honesta, se sentía muy bien.
Mi vestimenta se basaba en un traje blanco, lleno de encajes y de largo hasta un poco más abajo de la rodilla. Éste caía elegantemente por mis brazos, dejando al descubierto mis hombros, gran parte de mi espalda y mi cuello. ¿Mi calzado? Unos tacones llenos de piedreria, para dar un toque exagerado a toda aquella sencillez, y allí terminaba todo.
—¡Ya es hora de bajar!—el grito ahogado de Caterina anunció su llegada desde lo más profundo del pasillo, logrando que me pusiera de pie e irguiera los hombros con mucha seguridad.
Estaba segura de que a pesar de todo, lo que no me iba a faltar era la compañía de personas que realmente nos brindaban un apoyo incondicional, que a este punto de mi vida era lo más que me importaba. Este... era otro comienzo.
—¡Adivina quienes están por video llamada!—escuchando como abrían la puerta de mi habitación, observé a una Caterina de cabello rizado, suelto hasta la parte baja de su espalda, que era incapaz de mantener bajo control el buen humor que se cargaba.—¡Mírala Annie! Es sencillo, pero se ve preciosa.—le aseguró mi amiga, haciéndome señas para que girara sobre mis piernas para modelar el vestido.
—¿Qué te parece, nana?—pregunté, curiosa, acercándome hasta el celular para poder verla a través de la pantalla.— ¿Nana? ¿Por qué lloras?—añadí un tanto impactada.
—Estás hermosa.—hipó, limpiándose las lágrimas con un papel toalla.—En realidad me alegro que tú madre no te haya dejado contraer matrimonio con cualquier cosa.—respondió con alivio.
—Nana...—murmuré, llena de ternura por su reacción.—Jamás te defraudaría de esa manera.—zanjé, sonriendo un tanto burlona.—Y ya no llores, lloraré contigo y se correrá mi maquillaje.—
La vi por algunos segundos, notando como el abuelo se asomaba por alguna esquina y me enviaba un beso, dándole otro a su mujer la sentimental.
—¡Quiero ver fotos, luego! Y no pueden colgar la llamada hasta que hayan firmado él acta de matrimonio.—amenazó Annie.
—Vale, nana.—reí, sintiendo como Caterina me dejaba con su teléfono celular y se movía hasta quedar tras mi cuerpo, encargándose de ver por última vez el peinado y arreglando mi vestido.
—¡Mi nena debe estar preciosa!—agregó el abuelo.—¡Chicos, vengan a ver a Marcella!—llamó, logrando hacerme prestar atención.
Viendo cómo la abuela iba pasando el teléfono de mano en mano, me concentré, hasta que lo único que pude ver fue la imagen de dos chicos, que como gotas de agua no podían negar su parentesco.
Christopher y Nicholas Clarke eran la viva imagen de dos chicos rebeldes, lo cual seguía siendo una sorpresa para todos, dado a la carrera que habían decidido estudiar. En la familia de mi amigo el londinense, el gen de la cordura era pasado a sus descendientes, menos a ese par que estaba tras la pantalla y que por alguna razón que desconozco decidieron dedicarse a la medicina.
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SUEÑOS OLVIDADOS © | SL #1 - COMPLETA
RomancePRIMER LIBRO DE LA SERIE "SIN LÍMITES" A los nueve años, Marcella Ames conoció lo que era el amor sin siquiera ser consciente sobre el enorme significado que poseía aquella palabra. Se preguntó a diario, ¿Por qué no era capaz de llamar su atención...