Capítulo 40

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Nunca supe sobre el enorme sacrificio que conlleva mudarse a otro país... hasta que volví a Italia, me di cuenta de lo fácil que era volver a estar rodeada por aquel cálido ambiente. Y aunque yo la tuve un poco mas fácil que otra persona, el cambio no fue sencillo. Comenzando por la falta inmensa que me hacia mi familia, el esfuerzo constante por alimentar mi autoestima con vibras positivas, una nueva cultura, un nuevo lenguaje, una nueva Marcella Ames rodeada de personas extrañas, personas que diariamente me sonreían y me demostraban que aunque estuviéramos expuestos a un cambio constante, era posible salir adelante. Entonces, regresé, sin pensarlo dos veces en esta última ocasión.

Italia.

Achique los ojos, huyéndole a la brillante claridad de un hermoso día soleado, cuando con firmeza sostuve la maleta y comencé a caminar con lentitud. Tomé una gran bocanada de aire y erguí los hombros, intentando actuar de la manera mas natural posible, cuando sentí como Jason me acercaba hasta su cuerpo al rodearme por los hombros, y daba un beso sobre mi cabeza.

—¿Estas bien?—preguntó por lo bajo, con aparente curiosidad, sonriendo con mucho entusiasmo.

—Me siento extraña... no es de la manera en la que me hubiera gustado regresar.—admití, haciendo una mueca, mientras daba pasos cortos y luego me detenía por algunos instantes.

—Estas aquí... es lo único que importa, y resolveremos todo esto. —soltó el aire, deteniéndose junto a mi.—Hablaremos con papá, supongo que nos... debe un par de explicaciones.—

Si desde un principio me hubieran dicho que volvería a Italia de la mano de Alexander, creo que me hubiera echado a llorar y los hubiera tildado de mentirosos, como la típica adolescente hormonal que sufría en silencio. En cambio, aquí estaba, vistiendo unos mahones gruesos, una linda camisa blanca de mangas largas y un abrigo de cuero negro, para combatir el frío en el exterior, mientras esperaba pacientemente a que Alex recibiera las llaves de aquel auto rentado.

Cuando salimos de Londres, hace algunas horas, mi corazón se había arrugado al ver a Nana llorar en silencio, despidiéndonos en el aeropuerto. Mis abuelos eran una de las mejores cosas que me habían sucedido en la vida. Sufrían, por Alex, por Caterina, por Jason e incluso por mi. La vida no es sencilla, pero si ellos pudieran dar su vida para que eliminaran todas las partes negativas, yo se que serian capaces de hacerlo, sin siquiera detenerse a analizarlo. Abracé a Logan con fuerza esa mañana, haciéndole prometer que los cuidaría en mi lugar,  aunque solo estaría en Italia por algunas semanas.

Giré el rostro con lentitud, observando a mi amiga pelinegra sentada en uno de los asientos disponibles junto a nosotros, leyendo un largo documento que identifiqué como la evidencia de un caso en el que estaría trabajando. Caterina había permanecido callada, durante todo el trayecto desde Londres, ocultando sus ojos hinchados tras unas oscuras gafas de sol, llevando entre sus manos solo una ligera mochila con sus cosas personales y eso era todo.

—Dice que no quiere hablar.—murmuró Jason, notando como me fijaba en ella.

—Ya lleva así dos días, y casi no ha comido nada.—respondí, odiando la situación a la que estábamos expuestos.

—Es la manera en la que enfrenta la situación. Pero, ¿te digo algo? En parte fue buena idea que los llevaras a ambos contigo a esa cita con el ginecólogo, ayer.—

Jason lo había intentado, distraerla con la intención de hacer que dejara de comportarse tan distante, como si aquello no le estuviera afectando, aunque fuera por algunos instantes, pero no funcionó. Era terca, obstinada, y aunque la envolví en un fuerte abrazo, el susurro triste que soltó se redujo al nombre de su sobrina.

Alexander fue, de los dos, el que mejor actuó para no preocupar a nadie, sonriendo, sin alguna chispa de alegría, abrazándome, besándome, y hablando conmigo sobre cosas sin importancia. Durante la noche lo escuchaba murmurar entre sueños, y cuando el reloj marcaba cerca de las tres de la madrugada, lo sentía levantarse agitado, envolviéndome en un abrazo, lo escuchaba suspirar y estaba consciente que luego de eso no podía volver a conciliar el sueño. ¿Por qué? Parecía cansado, agotado de luchar contra la vida, contra su padre y todas esas personas que se unieron a él para hacerle la vida imposible. Sus ojeras se habían intensificado en estos días, y cuando único lo veía sonreír era cuando posaba su mano contra mi vientre... pero incluso ese acto, luego de algunos minutos, le ensombrecía el gesto.

SUEÑOS OLVIDADOS © | SL #1 - COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora