Observando con atención hacia la ancha puerta de cristal, tome una larga bocanada de aire y fue entonces que suspire. Luego de haber retrasado lo imposible... aquí me encontraba. El caballero que se había identificado como Winston Perbenton la última vez que estuve en el edificio, se encontraba ocupando la silla de seguridad en el mostrador principal, mientras mis manos temblorosas empujaban con fuerza la pesada puerta y el tibio aire en el interior me envolvia con comodidad.
Poco más de doce horas habían transcurrido desde el accidente, y luego de escuchar las palabras del abuelo George, intente resistirme al impulso de salir corriendo de la sala de emergencias. Espere, pacientemente, hasta que nos permitieron entrar y ver a la señora Annie Ames. Inconsciente, después de todo, pero su cuerpo se sentía cálido al tacto, la mire durante tanto tiempo, sin siquiera pestañar, que contar sus respiraciones parecía un juego de lo más relajante. George Ames parecia mucho mas aliviado, una vez la tuvo de frente no pudo evitar acercarse hasta ella, brindándole una pequeña muestra de afecto, dando un delicado beso sobre su mejilla. Las horas siguieron transcurriendo y luego de sentir mas de una mirada acusadora del viejo hombre, opte por despedirme y decirle que regresaría en algunas horas.
Llamé a la oficina, caminando lentamente por los alrededores del hospital, y anuncie el hecho de que no llegaría. Observe el reloj, confirmando nuevamente que aunque quisiera ir al trabajo, ni siquiera me daría tiempo. Sacudí la cabeza, dejé caer los hombros y llamando a un taxi para ir directo a la casa, intente no sentirme irresponsable. Después de todo, ¿qué me podría importar lo que pensara Agatah Romanova sobre mi ausencia de hoy? Tal vez, con su poca inteligencia, llegaría a la conclusión de que le tengo miedo... o inventarian algun chisme que correría por toda la oficina.
Una vez en la casa, tomé un largo baño, intentando de aquella manera relajar cada músculo tenso de mi cuerpo. Lavé mi cabello, quité todo residuo de mal olor y ropa sucia, vistiendome con una sudadera y unos pantalones deportivos que resultaban ser más calientes de lo que se podía pensar. Me vi al espejo, por algunos instantes, y cubriendo mi rostro con un poco de maquillaje disfracé la hinchazón. Puse un poco de perfume, sostuve el bolso y tomando las llaves con rapidez, bajé las escaleras dejando la casa nuevamente en un sepulcral silencio.
Decir que no había recibido llamadas de Logan desde la noche anterior era lo mas cierto que se pueden imaginar. Pues luego de que el abuelo George se fuera sobre él con aquella mirada molesta no volvimos a tener más noticias. Estaba preocupada, pero sabía que aunque insistiera con alguna llamada lo mas probable ni siquiera la contestaria. Su molestia era conmigo, me lo presentia. Y entonces, mientras trataba de decidir si llamar o no a Logan, el taxi se detuvo y la realidad, aquella donde tenía que enfrentarme a Alexander Russo, hizo que dejara todo a un lado.
—Señorita Marcella. ¡Es un gusto volver a verle!—El canoso señor sonrió de manera sincera mientras con lentitud abandonaba la comodidad del asiento.
—Hola, Winston. ¿cómo se encuentra?—
Sonriéndole de vuelta, subí las cejas en su dirección.—¡Como roble! Mi señora dice que no hay quien me detenga.—Riendo por lo bajo, achico la vista con entusiasmo.
—Comienzo a darle la razón.—
Sonriéndole ampliamente, escuchamos como algunas pisadas hacían eco a nuestro alrededor, incitandonos a girar con curiosidad.—¡¿Marcella?! ¡Vaya, pero que sorpresa!—
Observando la delgada figura de Caterina Russo, no pude esconder una sonrisa relajada. Llevaba una sudadera, pantalon deportivo y unos buenos zapatos de ejercicio. Lucia energética, su cabello azabache en una coleta y a pesar de estar toda cubierta de sudor, su característico buen humor era demasiado contagiante. Limpió su rostro con una pequeña toalla, llegando hasta colocarse frente a mi.
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SUEÑOS OLVIDADOS © | SL #1 - COMPLETA
RomancePRIMER LIBRO DE LA SERIE "SIN LÍMITES" A los nueve años, Marcella Ames conoció lo que era el amor sin siquiera ser consciente sobre el enorme significado que poseía aquella palabra. Se preguntó a diario, ¿Por qué no era capaz de llamar su atención...