—Aún sigues molesto conmigo.—
Aquello no era una pregunta, él lo sabía. Luego de todo lo que había ocurrido ni siquiera intente tapar el sol con la mano, era imposible. Simplemente se trataba de una realidad que se paseaba libremente ante mis ojos, como todo lo demás. Alexander Russo continuaba molesto, aunque para mí buena suerte lo disimulaba bastante bien.
Así que allí estaba, acostada, con la cabeza sobre su pecho desnudo, sintiendo sus brazos fibrosos rodear mi cuerpo entre las sábanas mientras con sus manos acariciaba lentamente cada pedazo de piel que se le fuera permitido. Se había esmerado en cuidar de mí a pesar de su enojo, y aparte de eso, Scott Thomas y su compañero aún seguían merodeando las calles cercanas a la casa, cumplían su palabra, vigilaban desde la penumbra en la noche y aquello de cierta manera me daba mucha tranquilidad.
—Ya se me pasará. ¿Has puesto hielo sobre la mejilla?—preguntó, intentando esquivar de manera olímpica el tema de conversación que había iniciado luego de largos minutos en silencio.
—Si, ya le he puesto mientras tomabas un baño.—murmuré, alejando mi rostro levemente hasta poder verlo directamente a sus lindos ojos, recostando la cabeza de la almohada.— ¡Es imposible que continues molesto conmigo! ¿Cuántas veces tendré que pedirte disculpas?—insistí, subiendo una de mis cejas.
—A ver... Algo así como unas dos mil veces, y tal vez te perdone... o dentro de aquí a veinte años, quién sabe.—sus labios se estiraron en una sonrisa, provocando que le golpeara el pecho de manera juguetona.
—Muy gracioso... aunque si lo sigues disimulando de la manera en la que lo estás haciendo, no creo que se me haga muy larga la espera.—aseguré, acercando mis piernas a las suyas, buscando un poco de calor corporal.
—Me preocupo por ti, asi como tu familia también, eso no hace que te amemos menos. Solo tienes que cooperar un poco.—
Hubo algo en su mirada, esa manera tan íntima y llena de amor con la que me observaba, cuando me hizo quedar en silencio. Disfrute de su tacto, de la vista que me ofrecía aquella imagen medio desnuda de su cuerpo, de lo perfecto que era todo con tan solo tenerlo junto a mi. Habian sido un par de dias extraños, en su totalidad, pero me era imposible no admitir que me encantaba estar entre sus brazos, saber que a pesar de todo... aqui estabamos, hablando, tocandonos, disfrutando de la presencia de la otra persona. Sonreí, sintiendo cómo la mejilla comenzaba a protestar por el esfuerzo, y la expresión de mi compañero era reemplazada por una cara... triste.
—Dime que no harás otra estupidez como esa otra vez.—suplicó, tocándome de manera delicada.—Yo no pude evitar perder la cabeza y lo siento... —
—Lo sé.—suspiré.
—Lo que hiciste fue... —
—Ya se, arriesgado, estúpido, temerario... todos los adjetivos que quieras utilizar.—aclaré, haciendo con mis labios una ligera mueca.—Se que me dejo llevar por el primer impulso... que no debería hacerlo... pero no puedo evitarlo.—continúe.—Ya te lo he dicho, no ocurrió nada que debamos lamentar.—volví a repetir, obligándolo a mirarme atentamente.— Yo solo... permíteme pedirte disculpas... prometo que no habrá más secretos entre nosotros. Solo... entiendeme, ¿de acuerdo? No podía quedarme sin hacer nada mientras toda esta situación seguía saliéndose de control.—me excusé, no pudiendo evitar el quedar completamente enganchada de sus ojos.
Sus dedos recorrieron el contorno de mi rostro, su linda mirada me evaluó sin mencionar palabra, y cuando sus labios se acercaron hasta los míos por un delicado beso... supe cómo se sentía ser amada, respetada... valorada. Sus ojos se mantuvieron cerrados y su frente recargada de la mía, mientras su mano se aferraba al delicado agarre en mi cintura.
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SUEÑOS OLVIDADOS © | SL #1 - COMPLETA
RomancePRIMER LIBRO DE LA SERIE "SIN LÍMITES" A los nueve años, Marcella Ames conoció lo que era el amor sin siquiera ser consciente sobre el enorme significado que poseía aquella palabra. Se preguntó a diario, ¿Por qué no era capaz de llamar su atención...