Cuatro meses después...
A veces nos preguntamos por qué razón las cosas suceden tan deprisa, y era lo que había estado tratando de analizar desde hace algunas semanas en la soledad de mis pensamientos. Nada había sido perfecto, comenzando por mi autoestima inestable, el amor de un amigo que no correspondí, la aparición de un hombre que había resultado ser todo lo que necesitaba, su hija y las mentiras a las que habíamos estado expuestos desde el momento en el que nacimos y quisimos ser personas dentro de la sociedad. Supongo que todo aquello era parte de la vida, situaciones que nos obligan a tomar decisiones para salir adelante o simplemente para regodearnos en nuestro dolor. Pero siendo sinceros, no había tiempo para eso último, nosotros elegimos enfrentar nuestros miedos.
—¿Lista?—su voz me hizo sonreír con confianza, y viendo cómo me ofrecía la mano, no dude en tomarla y ponerme de pie con su ayuda.
Diego Russo había tenido que dar algunas explicaciones, comenzando por la prensa que lo esperaba frente al Hotel una vez que Alexander renunció y salió del país para evitar que tuvieran algún tipo de información acerca de Madilena. Juró que nadie volvería hacerle daño a su familia, ahora seria su turno de ser feliz y con aquello en mente opto por algunas sesiones con Juliette Brown, su antigua psiquiatra que estuvo más que encantada en volver a ofrecer su ayuda. La única diferencia era que en esta ocasión, Alexander tenia todo un batallón que lo apoyaba y el día en el que simplemente decidió que no valía la pena seguir jugando contra su padre, fue un hombre realmente liberado de las cadenas que lo ataban a su sufrimiento.
—¿Para qué compraste unos globos y por qué razón estamos frente al Tower Bridge tan temprano en la mañana?—pregunté, frunciendo el ceño, notando como me ofrecía un marcador negro y luego sonreía con tranquilidad.
—Hoy por la noche será el ensayo, así que pensé que seria bueno soltar algunas cosas.—murmuró, subiendo las cejas.
—¿A que te refieres?—susurré, tomando lo que me ofrecía para luego dar algunos pasos hasta la enorme piedra que nos separaba del rio Támesis.
—La señora Brown dijo que necesitaba comenzar desde cero, que... de esa manera seria capaz de sentirme preparado, dejando que las cosas malas no siguieran siendo el centro de mi vida.—observó el puente, y notando como los globos flotaban entre nosotros, mordisquee mis labios con suavidad.—Comencé cuando dejé de preocuparme por mi papá, así que me recomendó hacer este ejercicio contigo, antes de que nos casemos... por segunda vez.—
—Vale, ¿qué es lo que tengo que hacer con exactitud?—pregunté, sosteniendo el globo para luego esperar instrucciones.
—Debes escribir tus mayores temores, tus miedos e inseguridades. El globo es ligero, hace su trabajo al flotar en el aire, se llevara nuestras cargas, dandole espacio suficiente a nuestro deseo de superarnos para que tome el control.—comentó, no dudando en sonreír con burla al ver mi gesto de sorpresa.—Se que suena a toda una estupidez... pero no es tan mala idea.—
—¡No he dicho algo como eso!—fruncí la nariz, haciendo una pequeña mueca, viéndolo a sus ojos para luego quitarle la tapa al marcador, escribiendo de manera automática sobre el globo de helio.
Hace unas semanas Diego Russo vino hasta Londres, apareciendo en el apartamento de Caterina mientras exigía de manera muy agresiva ver a Leonor, quien seguía siendo su esposa por la negativa tan insistente del caballero a no firmar los papeles de divorcio que en más de una ocasión le habían hecho llegar mediante abogados. La llamada de Cata fue muy alarmante, y no dudamos en ir con rapidez para servirles de ayuda, después de todo, vivían solas. Cuando llegamos, lo que fui capaz de ver fue una versión demasiado demacrada del Diego Russo al que estaba acostumbrada a ver. Una barba nada encantadora le cubría el rostro, su ropa estrujada y el fuerte olor a licor, había ido ebrio y con los ojos hinchados, incapaz de sostenerse. Winston, el viejo guardia de seguridad del edificio, llamó a la policía y cuando estos llegaron, pudieron ver como el hombre, muy fuera de sus cabales, amenazaba a su esposa así como a su hija con una navaja. De más estaba decir que aquello fue suficiente motivo para que se lo llevaran arrestado, incluso hablaron sobre deportarlo a Italia lo que siendo honestos, nos dio un poco de tranquilidad.
—"No soy lo suficientemente hermosa." "No seré una buena madre." "Jamás haré feliz al hombre que amo."—leyó mis oraciones, y girando el globo, me mostró las suyas.
—"No merezco ser feliz." "Me da miedo perder a las personas que me importan." "No seré el mejor padre para mis hijos." "Nunca podré lograr que Marcella se sienta realmente orgullosa de mí."—leí, dejando que mi cabeza cayera lentamente hacia un lado, sintiendo como la tristeza nublaba mis ojos.—¿Prometes que realmente dejaras ir todos esos pensamientos?—
—Me esforzaré para ser un mejor hombre todos los días, bella. Lo prometo, y he cumplido mis promesas últimamente.—sonrió, acercándose hasta mi cuerpo, dejando que fuera yo quien sostuviera los globos con una mano mientras sus brazos me rodeaban la cintura, sin dejar de mirarme a los ojos.
Agatah Romanova después de todo había cumplido su palabra, realmente nos ayudó cuando nadie creía que ella podía cumplir sus promesas. Diego intentó amenazarla por una llamada telefónica cuando supo que por su culpa se había puesto en evidencia. Claro, Julian Romanov se había decepcionado de su hija una vez se enteró de la situación, ya no seria la heredera de la publicidad, pero demostró sentir alivio al no perder lo único por lo que había luchado toda su vida, el negocio y su hija estaban a salvo. Las acciones de los Hoteles Russo cayeron en picada, la nueva cede que se abriría en Londres quedó cancelada y la Publicidad Romanov recibió enormes pagos por negocios incompletos.
Annie y George Ames fueron las personas mas felices del mundo cuando nos recibieron nuevamente en su casa. Conocieron a la pequeña Madilena y mi abuela estuvo llorando por tres días consecutivos por el enorme anillo que cargaba en mi dedo. Afortunadamente no había perdido mi empleo, yo había renunciado a él y como consecuencia, Jessica quedó como la mano derecha del propietario de la Publicidad. Alexander había comenzado a trabajar en la cafetería del abuelo y decir qué había hecho grandes cambios en tan solo unos meses, era quedarse corto, era un hombre emprendedor, inteligente y poco a poco sus ganas de vivir y salir hacia delante aumentaban de una manera extraordinaria. Planes sobre expandir la tienda, metas a largo plazo sobre una segunda cede en Italia y nuestro sueño de vivir entre los campos de Toscana era cada vez más palpable. Me propuse ayudarles, ser otra empleada más, disfrutar mi embarazo como no había podido disfrutarme mi adolescencia. Ahora... podía asegurar que mi vida era casi perfecta.
Algunas noches, dormida entre los brazos de Alex, me disfrutaba el sentimiento de vivir en un noviazgo muy avanzado. El matrimonio no era lo que las personas creían, los problemas ahora se duplicaban, pero bien dicen que las cargas compartidas... son menos pesadas.
—¿Te parece si practico el beso que te daré el día de nuestra boda?—preguntó el ojiverde, sonriendo con picardía mientras algunas lagrimas se escapaban de mis ojos y resbalaban por mis mejillas.
—¿Será especial?—pregunté, intentando que mi voz no fallara.
—Si, si lo será.—aseguró, acercándose un poco mas hacia mi rostro.—En el te dejare saber lo mucho que he llegado a amarte, lo mucho que te seguiré amando. Venerare cada momento que estes conmigo, bella, seré esclavo de ti, de tu cuerpo y todo lo que quieras ofrecerme.—su frente se recargó sobre la mía, y mi pulso aumentó.—Te amo, y ahora quiero que empecemos a ser felices.—
Cuando sus labios se pegaron a los míos, mis ojos se cerraron de manera automática, los globos flotaron al aire y mis brazos le rodearon el cuello con la intención de mantenernos tan cerca como fuera posible.
Ahora éramos libres, nuestros miedos se reducen.
Ahora podríamos ser felices, luchando sin juzgarnos.
Ahora... simplemente comenzaríamos nuestra aventura.
Fin
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SUEÑOS OLVIDADOS © | SL #1 - COMPLETA
RomancePRIMER LIBRO DE LA SERIE "SIN LÍMITES" A los nueve años, Marcella Ames conoció lo que era el amor sin siquiera ser consciente sobre el enorme significado que poseía aquella palabra. Se preguntó a diario, ¿Por qué no era capaz de llamar su atención...