• Capítulo 45 •

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Diego Russo

Cuando abrí los ojos con cierta pesadez, la claridad del día me cegó. Un dolor punzante taladró con fuerza en mi cabeza y cuando pude girar el rostro a buscar al culpable de aquel molestoso ruido, observé la pantalla de mi teléfono encendida desde la mesa de noche.

La habitación volvió a sumirse en el silencio, mientras intentaba orientarme, y luego de algunos segundos el ligero tono de alerta de un mensaje de voz en mi buzón hizo que soltara el aire, acariciara mis párpados, y tomara asiento con mucho trabajo en la esquina de la cama.

—Leonor.—llamé en voz alta, sintiendo la incomoda resequedad de mi garganta que hizo que mi voz tambaleara en el aire. Carraspee, intentándolo nuevamente.—¡Leonor!—

Esperé, con la poca paciencia que me caracterizaba, y maldije internamente al no tener una rápida respuesta a mi llamado. Fruncí el ceño y cayendo en cuenta sobre mi ropa estrujada me pregunté por qué razón seguía alimentando a aquella buena para nada. Ni siquiera era capaz de cambiarme la ropa o ofrecerme algunos analgésicos cuando más los necesitaba.

—A parte de estúpida, sorda.—bostecé, harto, observando a mi alrededor con vagancia hasta colocarme de pie.

Caminé con cierta dificultad hacia el baño, observé mi reflejo en el enorme espejo y luego suspiré, humedeciendo mi rostro al tratar de deshacerme de aquel manto de cansancio que me envolvía. Lavé mis dientes, desabroché mi camisa de botones y dejándola en el cesto de la ropa sucia intente recordar que había pasado con exactitud.

La noche pasada, luego de haber terminado las reuniones pautadas para las horas de la tarde, recibí un mensaje de texto de Agatah Romanova, avisando de manera tajante su llegada a Italia para la fiesta navideña de esta semana. No podía disimular el gusto en aquella noticia, pues el significado era una noche a solas con aquella zorra, que gracias a que pertenece al circulo, me evitaba problemas. Agatah resultó ser la pequeña ventaja que le sacaba a mis negocios con Julian Romanov, la utilizaba a mi manera y gustosamente la veía atenerse a mis decisiones, dejándome llevar el control.

Acordamos vernos en el restaurante principal de la cede en Milan, el Hotel Russo mas grande hasta el momento y el cual sacaba gran parte de las buenas ganancias del negocio. Hablamos sobre trivialidades, permitiéndome alimentar la vista de manera disimulada con aquel escote entre sus tetas que honestamente no dejaba mucho a la imaginación, y justo en el momento en el que me imaginaba empotrandola contra la pared, su padre se excuso, disfrutamos de la intimidad que nos ofreció con aquella decisión.

Recordaba como se había desnudado en aquella habitación reservada, de la manera en la que poco a poco de había deshecho de su ropa interior y mi entrepierna revivía. Los tragos continuaron a medida en la que la noche seguía avanzando, me serví de su cuerpo y desee que Leonor fuera lo suficientemente mujer como para permitirme tener sexo con ella luego de aquel arrebato con la niña. Sentía la eufórica necesidad de venirme muy duro dentro de ella, sin ningún maldito preservativo de por medio.

Mis instintos sexuales renacieron el día en el que Agatah Romanova fue capaz de rozarse conmigo, y en aquel momento jure que no me sucedería lo mismo por una segunda ocasión. Alessia Sachetti había sido la única mujer, además de mi esposa, que gozó de la libertad de sentir lo duro de mi erreccion sin ninguna protección y aquello me había costado lo suficiente como para traer al mundo a una bastarda que causo muchos dolores de cabeza, entre ellos su desequilibrio mental, su loca obsesión por Alexander y el nacimiento de aquella otra niña tan impura como ella, no cometería el mismo error.

El móvil volvió a resonar de manera insistente, cerré los ojos y desee tener un día de tranquilidad, pero dado al ajetreo de los últimos años, dudaba mucho que tuviera disponible aquella opción. Tosí con fuerza, intentando aclarar la garganta, procediendo a cubrir mi torso con una ligera camisa blanca mientras caminaba de manera distraída hacia la sala del apartamento cuando el olor de un ligero perfume llego hasta mi dirección. El ruido de unos tacones chocando contra el suelo de mármol hicieron eco y cuando fui capaz de mirar hacia el frente y distinguir las curvas femeninas a unos cuantos metros de distancia, achique la vista. Conocía aquella cabellera negra azabache, sus ojos verdes y esa actitud creída que aunque intentara negarlo, lo había aprendido de mí. Caterina era una versión femenina de mí mismo, emocionalmente hablando. Testaruda, difícil de complacer, con buenos gustos y diría que hasta llena de soberbia. En resumidas cuentas, estaba seguro de que nadie lograría complacerla del todo.

SUEÑOS OLVIDADOS © | SL #1 - COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora