■ Alexander Russo ■
Nunca me había sentido tan ansioso en mi vida.
Bueno... sí, el día cuando Madilena nació y me preguntaba qué diablos sería de mi vida siendo padre soltero. Claro, nunca encontré la respuesta, ni siquiera mirando hacia el techo de mi habitación, pero era gratificante estar consciente de que aún estaba parcialmente vivo. En aquel entonces no sabía cómo cambiar un pañal o como darle biberón a un bebé prematuro con muy pocas posibilidades de vida, era un hombre responsable, si, lleno de sueños y metas donde no existía un hijo de por medio, estaba liado. ¿Ahora? Mi mundo había dado un completo giro donde los temas infantiles eran la orden del día. Irónico, ¿no?
Alrededor del medio día había recibido una llamada telefónica de Caterina con estrictas instrucciones sobre cómo ser un tipo romántico. Ya saben, las velas, las rosas, la comida, la presentacion, mi ropa y mi vocabulario.
¿Las mujeres realmente se fijan en todo eso?
Cata era una guía automatizada. Ella aconsejaba, yo anotaba y eso no había cambiado mucho con el paso de los años. Me sentía como un completo adolescente, un niño a punto de convertirse en hombre.
—¿Me estas escuchando, Alex?—preguntó ella en aquella llamada.
—Siento como si tuviera quince años otra vez, Caterina. ¿Por qué simplemente no lo hago lo más sencillo posible?—fruncí el ceño.—Marcella no es tan exigente... después de todo y ya hemos comido juntos en más de dos ocasiones.—expliqué, intentando sonar convincente.— ¿Y si la llamo y le pregunto mejor que le gustaría?—
—¿Por qué la mayoría de los hombres son tan poco creativos?—murmuró, cansada, soltando un rápido y fastidiado suspiro.
—Por qué no nos complicamos la vida, supongo.—sugerí con dudas.— Si no sabes, preguntas, sencillo.—
—No es momento de ser práctico, hermanito, solo hazme caso.—zanjó.—La llevaré a TU apartamento, te encargas de que todo esté listo mientras nosotras terminamos las compras. ¡Necesitas esforzarte, hablar con ella! Hazla sentir especial, se honesto, intenta... no sé, ser valiente y darle una sorpresa. ¡Las chicas amamos esas cosas!—agregó con desespero.—No ha sido una semana nada fácil para ella... lo sabes, así que deberías hacerla sentir amada, demuéstrale que vales la pena, que lucharas por ella. Tienes un par de pelotas, Alexander, simplemente úsalas e intenta pensar un poco más con las pocas neuronas que te quedan.—
Cerré los párpados, recordando, mientras aún escuchaba su voz haciendo eco en mis pensamientos, como si fuera alguna penitencia por mi mal comportamiento o mi pensamiento limitado sobre cómo hacer feliz a una mujer.
Suspiré.
Tomé una gran bocanada, llenando por completo mis pulmones, para luego soltar todo aquel aire despacio mientras me observaba con atención en el gran espejo del baño. Las gotas de agua que resbalaban por mi rostro, los dedos de mis manos que se movían de manera nerviosa sobre el lavamanos. Me alejé algunos centímetros y acercando la toalla a mi cabello, me permití sacudirlo con fuerza para intentar secarlo.
Caminé lentamente hacia el interior de mi habitación, moviendo los brazos al aire para espantar las malas vibras, mientras observaba con orgullo el nuevo juego de cuarto que simplemente había gestionado hace tan solo unas horas con la idea de dormir por primera vez allí con Marcella. ¿Era una idea tonta? Sonreí y negué con lentitud ante mi pensamiento.
Estoy siendo pendejo, lo sé.
Sabía el porqué había conseguido aquel pequeño apartamento no muy lejos de la residencia permanente de Caterina en Londres en primer lugar. Necesitaba un espacio propio, algo que Madilena pudiera llamar hogar. Era simplemente un sueño, claro, uno donde mi hija estuviera conmigo, donde solo yo bastaba para protegerla, y a ese sueño se había sumado la presencia de Marcella Ames como una especie de milagro. Sería mi familia, mi hogar, mi historia... la razón por la que aún creyera en mí mismo.
ESTÁS LEYENDO
SUEÑOS OLVIDADOS © | SL #1 - COMPLETA
RomancePRIMER LIBRO DE LA SERIE "SIN LÍMITES" A los nueve años, Marcella Ames conoció lo que era el amor sin siquiera ser consciente sobre el enorme significado que poseía aquella palabra. Se preguntó a diario, ¿Por qué no era capaz de llamar su atención...