El olor a especias, los delicados floreros sobre las talladas mesas de madera, los comensales y sus tan animadas charlas y sonrisas. La claridad y los enormes ventanales. La ropa colorida y el tan agradable clima invernal que poco a poco se hacía espacio en toda la ciudad de Londres. Todo parecía tan normal como de costumbre, mientras de mis labios se escapaba una silenciosa y diminuta bocanada de aire.
El pequeño y familiar restaurante, a tan solo unas cuadras de la oficina, había sido el lugar adecuado para una charla amena con Diego Russo. De más está decir que el almuerzo pasó sin mayores problemas, y al rostro del caballero frente a mí le volvió la serenidad una vez abandonamos el edificio. Todo con respecto a los Russo era demasiado curioso, la manera en la que se comportan, lo limitado en sus palabras, sus gestos previamente practicados... como si temieran decir o hacer algo que los demás no deban saber o ver.
—Realmente me sorprende haber tenido la oportunidad de encontrarme contigo.—
Expresó con mucha educación Diego Russo, rompiendo el cómodo silencio mientras sostenía un pequeño vaso entre sus manos para luego dar un sorbo al whisky que reposaba entre la cristalería.Ver sonreír al señor Russo era básicamente divertido y sorprendente, tenía presente el hecho de que no todas las personas lo veían con aquella expresión en su rostro, lo cual no me parece extraño ya que su hijo aparenta haberse caído de la cama apenas nació y ambos son idénticos.
—Debo diferir de usted, la sorprendida he sido yo, señor Russo.—asentí con lentitud.— No pensé que fuese a escoger la propuesta de Romanov para la publicidad del hotel. —añadí sin interés sintiendo el continuo movimiento de los comensales a nuestro alrededor.
—El que yo escogiera su propuesta y no la de una empresa diferente se debe a que tú te encuentras trabajando para él, Marcella. Eres muy buena referencia. Tu padre sabe que no quiero que hayan manos... o más bien personas problemáticas en mis proyectos.—aclaró de manera contundente.
—¿Se refiere a la señorita Romanova?— pregunté por lo bajo de forma directa y con curiosidad
Algunas personas caminaron por nuestro lado con pinta despreocupada, turistas emocionados, hasta que lograron ubicarse en las mesas continuas. Nadie nos prestaba atención, todos eran ajenos al tema y aquello era algo muy bueno. El ruido de una suave melodía en piano llenó el ambiente a nuestro alrededor de tranquilidad mientras observaba con atención como el caballero y dueño de los grandes Hoteles Russo achicaba la mirada ante mi pregunta.
—Me refiero al hecho de que confío mucho más en ti, en tu juicio y dedicación, que en los Romanov o cualquier otra persona.—asintió sin rastro de duda en sus expresiones.
No sabía si sentirme halagada, nerviosa, por sus palabras, o tal vez por la confianza que de repente depositaba en mi. ¿Y si fallaba? ¿Qué tal si yo no soy lo que él espera? ¿Escoger a los Romanov simplemente porque yo estuviera entre los empleados de la empresa? ¿No habrá exagerado?
—Gracias... es muy amable.—susurré con dudas, frunciendo levemente el ceño.
—Se que tal vez te resulte extraño, pero se la clase de chica que eres, confío en que todo estará bien.—
Dejando el vaso sobre la mesa, su brazo se estiró lo suficiente en el aire para llamar la atención del mesero que se encontraba a unos cuantos pasos de distancia.¿Realmente todo estará bien o al menos en este momento lo estaba?
El personal se puso en marcha sin rechistar y los ojos masculinos volvieron a quedar sobre mi con aparente curiosidad. Sentía como si estuviera entrando a una especie de prueba de fuego, me estaba evaluando. Traté, con todas las fuerzas de no tensar los hombros y actuar de la manera más natural posible, así como él. Confiar en mi misma, ese había sido un enorme reto que se presentó en mi vida desde el momento en el que decidí abandonar Italia.
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SUEÑOS OLVIDADOS © | SL #1 - COMPLETA
RomancePRIMER LIBRO DE LA SERIE "SIN LÍMITES" A los nueve años, Marcella Ames conoció lo que era el amor sin siquiera ser consciente sobre el enorme significado que poseía aquella palabra. Se preguntó a diario, ¿Por qué no era capaz de llamar su atención...