Capítulo II

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Emily

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Emily

—¿Disculpa? —pregunté en un hilo de voz.

Carraspeé nerviosa mientras ajustaba con manos temblorosa la visera de la boina de mi padre, pero algunos mechones rubios escaparon igualmente. Trataba por todos los medios de no hacer contacto visual con él, pero en ese instante me encontraba un poco absorbida por el magnetismo que él siempre dejaba relucir, al menos para mí. Todo mi cuerpo temblaba de los nervios.

Imaginaba que finalmente se estaba desarrollando como médico en algún hospital, al menos era lo que mencionó hace seis años. Tenía el típico pijama verde quirúrgico, sobre su hombro colgaba una mochila y en sus manos las llaves del auto.

—Por fin te encontré —volvió a decir. Una sonrisa que iba directo a mi corazón adornaba su bonito rostro. Las manos me temblaban y juraba que un pitido en mi oído no me dejaba escuchar con normalidad.

—¿Me encontraste?

—Sí, ¿tú eres la hermana de la repostera que contrató mi madre? —inquirió de manera educada. Así que, ¿él solo pensaba que era la hermana de la repostera? Solté un suspiro de alivio tremendo. Me llevé una mano al pecho y me reí sintiendo desaparecer el peso sobre mis hombros.

—¡Ah! —exclamé sin dejar de reír—. ¡Sí! ¡Yo soy la hermana de la repostera que tu madre contrató! —me dirigió una mirada divertida. De pronto, entendí lo que él acababa de decir. Antes, estaba demasiado preocupada pensando que él me había reconocido―. ¿Tú madre contrató a mi hermana? —pregunté sorprendida, lo que desencadenó una suave risa en él. Me mordí el labio, nerviosa.

—Eso parece. Ella dijo que no la esperaras, que te llevaras el auto...

—No, no puedo. ¿Cómo se va a ir después?

—Mi madre le pedirá al chofer que la lleve hasta su casa. Estaban hablando de negocios y me temo que tardarán bastante.

—Vaya, la cosa va en serio.

—Supongo —sonrió.

Me gustaba que el tiempo no borrara esa infinita sonrisa cordial de su cara. Procuré durante los seis años no tener noticias de él, no quería que mi cabeza girara entorno a Alexander Cunnington. Ese era un juego cruel que nunca me atreví a jugar y por suerte lo había conseguido, pero tenerlo frente a mí agrietó un poco el muro que separaba su mundo del mío.

—Bueno, fue un placer conocerte... —alzó su mano y me miró apremiante. Él tenía un montón de gestos que continuaba viendo a diario.

—Emily Evans ―sonreí estirando mi mano también para estrecharla con la suya. Cuando se encontraron en el aire el mundo se detuvo. Primero nuestros dedos se rozaron para luego sentir el impacto en las palmas. Una descarga eléctrica me sacudió.

—Alexander Cunnington —murmuró sin dejar de mirarme a los ojos, justo cuando vi la incertidumbre opacar su mirada, lo solté.

—Gracias por darme el mensaje de mi hermana.

No recordé olvidarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora