Capítulo XXIII

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EMILY

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EMILY

Estaba sentada en el suelo de mi departamento, con la espalda apoyada en la pared. Miraba la última carta que llegó. La última de tres que me enviaron durante la última semana. Parecía ser la definitiva, al menos, el mensaje que estaba escrito parecía ser determinante y cumplía la misión.

Estaba aterrada.

Estaba sufriendo.

Estaba desesperada.

«La bomba estallará en tres días.

Deja a Alex o él se enterará de la verdad.

Tú elijes.

Tu hija o él.»

Alguien más, además de Callie y de mí, sabía que Mia era hija de Alexander Cunnington. Y yo no sabía qué hacer. Y la última carta había llegado ayer, tenía dos días para... sorbí por la nariz... tenía dos días para terminar con Alex. Me enjugué las lágrimas, me levanté de un salto y caminé hacia la cocina. Encendí un fósforo y quemé la carta, de la misma manera que lo hice con las dos anteriores.

Alex cumplió la promesa que le hizo a Mia. Hace un mes que él no nos visitaba en el departamento y hace un mes también que mi hija no veía a su padre. Los dos estaban sufriendo, porque muy a su pesar Mia extrañaba horrores a Alex, pero no quería dar su brazo a torcer.

Sí, acababa de cumplir seis años, pero era condenadamente obstinada. Cada vez que tocaba el tema de Alex le decía que si ella hubiese llegado cinco segundos antes a quién habría sorprendido gritando hubiese sido a mí, que a veces los adultos pierden un poco el control cuando discuten, pero eso no quería decir que no nos quisiéramos. Mia seguía sin entender esa última parte. Tal vez la distancia entre los dos era algo bueno para la decisión que ya había tomado.

Las llamas ya se estaban consumiendo, igual que mi felicidad. Estaba obligada a dejar a Alex, porque incluso antes que él, estaba Mia y si perdía a mi hija me iba a morir.

Estábamos en una situación en la que ya no podía titubear, si Alex se enteraba de la verdad jamás me lo iba a perdonar. No después de todas las ocasiones que tuve para poder revelar la verdad. No tenía opciones, salvo decir la verdad... pero eso significaba perder a los dos.

Di un salto cuando unos golpes incesantes amenazaron con tumbar la puerta. Me enjugué las lágrimas y pasé mis manos por los pantalones como si tratara de limpiar la culpa que sentía en cada poro de mi piel.

—¡No, por favor! —cuando escuché el grito ahogado de Callie tras la puerta la abrí de inmediato. Comencé a respirar rápidamente y mis manos temblaron sin poder dar crédito a lo que estaba viendo. Sabía que estaba pálida, sabía que mis mentiras me iban a terminar matando, pero no esperaba que fuera tan pronto. Callie estaba tan pálida como yo mientras las lágrimas caían por su rostro. Me miraba angustiada y asustada.

No recordé olvidarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora