Capítulo VII

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EMILY

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EMILY

Después de que Alex me cortó me senté en la cama y con aire taciturno miré la mancha de humedad que había en la esquina derecha de mi habitación. Tantas veces que me propuse sacar de mi vida al padre de Mia y cuando finalmente él salía por cuenta propia quería llorar a mares. Ya no podía imaginar nuestra vida sin él, y, sin embargo, Alex acababa de hacer lo mejor por nosotros tres.

Él no necesitaba una hija.

Mi hija no necesitaba a su padre.

Y yo no necesitaba al hombre de mis sueños.

Me sequé las lágrimas y me dispuse a preparar mi ropa, pero ya no con el entusiasmo que me caracterizaba. Alex me arrebató las ganas de divertirme con mi hija y mi mejor amigo.

—¿Puedo llamar a Alex? —me giré hacia la puerta de mi habitación y pude ver la pequeña figura de mi hija con dos colas mal hechas a cada lado de la cabeza y un ligero vestido de verano. Era la cosa más dulce y perfecta de mi vida.

—No creo que sea una buena idea, enana.

—¿Por qué?

—Acabo de hablar con él y me dijo que estaba a punto de operar a una persona, tiene mucho trabajo —la carita de Mia se llenó de frustración.

—¿Él no irá con nosotros? —sonreí.

—No. Solo seremos tú, el tío Ian y yo —Mia se acercó y se sentó en mi cama y contempló sus rodillas. Me senté al lado de ella y la miré con atención.

—No quiero ir —fruncí el ceño y dejé la ropa que tenía en mis manos sobre la cama para centrarme completamente en ella.

—¿Por qué?

—Porque él nos cuida.

—El tío Ian también nos cuidará.

—Sí, pero yo quiero que Alex nos acompañe.

—Mia, cariño —suspiré agotada—. Él no va a ir. Termina de arreglar tus cosas y...

—No iré si Alex no está —insistió. Respiré profundamente, no quería perder la paciencia—. ¿No quieres que él vaya?

—No se trata de eso. Él tiene un compromiso, está salvando vidas...

—¡No quiero ir a la playa! —chilló y yo terminé por perder la paciencia.

—¡Quién manda soy yo, y tú irás al sitio que yo vaya! —Mia comenzó a llorar y yo me arrepentí de haberle gritado. Salió corriendo de mi habitación para internarse en la suya y dar un tremendo portazo. Me volví a sentar para recuperar la compostura mientras escuchaba los sollozos de Mia sin darme cuenta que yo también estaba llorando. Cuando logré recomponerme me levanté y fui a su habitación y como solía hacer cuando se enfadaba conmigo no estaba sobre la cama, sino debajo de ella.

No recordé olvidarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora