Tres meses antes del despertar de Alice:
El sonido de las gaviotas y un fuerte olor a mar fue lo que recibió justo antes de abrir los ojos. Sobre él se alzaba un techo de madera, y al mirar a su alrededor descubrió que también las paredes estaban hechas de madera. Sólo había una ventana, pero estaba demasiado alta como para que pudiera ver que había en el exterior.
Quiso incorporarse pues aquel lugar no le resultaba familiar, pero una fuerte punzada en el vientre hizo que gritara del dolor. Se tocó allí donde le dolía y se descubrió con el torso desnudo, a excepción de una gruesa venda que le rodeaba todo el tronco. La venda comenzó a mancharse de sangre.
- No, no, no. – dijo una voz aguda. Se tumbó lentamente e intentó buscar de donde provenía, pero no veía nada más que no fueran el techo y las paredes de maderas. Además de la propia cama donde lo habían puesto. – El señorito no debe moverse si quiere dejar de sangrar en algún momento.
- ¿Quién eres? – preguntó mirado de un lado a otro. Se mordió el labio inferior, le dolía mucho allí donde le sangraba. - ¿Dónde estás?
- Abajo, señorito, siempre abajo. – el chico escuchó como si arrastraran un mueble a la altura de su cabeza. A continuación, el cuerpo menudo y enjuto de una elfina doméstica con la piel marrón se subió a un taburete, volviéndose totalmente visible a los ojos del muchacho. – Soy Minie, señorito. La elfina.
- Yo soy... Will. – se presentó con debilidad. El dolor hacía que se le nublara la vista, por eso cerró los ojos con fuerza.
Trató de recordar que había pasado y aunque le costaba trabajo, estaba seguro de que en su historia no había ninguna elfina. Aunque sus primas habían tenido un elfo doméstico cuando él era todavía un niño. Pero no tenía muchos recuerdos de ella muy bien pues falleció antes de que pasara a vivir con ellas.
- Ya lo sabía, señorito. – dijo sin mirarle directamente. Entreabriendo brevemente los ojos, Will pudo ver que los suyos eran también de un color verde muy brillante. Pero mucho más grandes, como dos pelotas de tenis. – Si me permite le pondré un ungüento para que deje de sangrar y le vendaré de nuevo.
- Sí, por favor. – le pidió el muchacho.
Volvió a morderse el labio cuando la elfina le quitó las vendas. Con una especie de tetera lavó la herida, que no tenía muy buena pinta. Una profunda herida le recorría casi toda la zona del vientre. A continuación, en las grandes manos se echó una especie de crema azulada que se restregó bien. Cuando las puso sobre la herida de Will, el muchacho vio estrellas e incluso planetas. Abrió los ojos todo lo que pudo. Tenía la sensación de que si los cerraba quedaría de nuevo inconsciente.
- Escuece un poco.
- ¿Sólo... un poco? – consiguió decir mientras sentía un fuerte sopor en la cabeza. - Nunca había sentido tanto... ¡dolor! – exclamó cuando Minie presionó sobre la herida. Pensó que sangraría de forma más violenta, pero para su sorpresa no sangró ni una gota más. - ¿Qué es ese... ungüento?
- Lo preparé con la señorita para curarlo, señorito. – explicó mientras volvía a vendarlo. El muchacho se sintió más aliviado. Extraña y repentinamente más aliviado. – La herida estaba antes peor, mucho peor y como antes de servir a esta familia serví a un sanador...
- ¿La señorita? ¿Quién es la señorita?
- Yo soy la señorita. – una mujer con el pelo rojo eléctrico y los ojos bicolor le miraba con la nariz arrugada apoyada en las jambas de la puerta. - ¿Sorprendido? – añadió al ver la expresión de Will. – Gracias por tu ayuda, Minie. – dijo cuándo la elfina se bajó del taburete, escapando de nuevo de la visión del chico. Debía de ser muy bajita o la cama muy alta. Cuando llegó junto a la puerta, Will vio como salía de la habitación de madera con la tetera y un pesado bote donde supuso que se guardaría el ungüento.
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Historias de Hogwarts III: la Resistencia
FanficEl desenlace de la Décima y la Resistencia, ¿quienes son los buenos? ¿realmente existen los malos? Los cambios no se han producido únicamente en Hogwarts y nuestros jóvenes protagonistas empiezan a comprender lo real de la situación.